El bullicio en las calles de Ciudad Capital era distinto esa noche. El torneo había terminado, pero su eco aún recorría cada rincón de la ciudad. En tabernas y callejones, en las plazas iluminadas por antorchas, todo giraba en torno a lo mismo:
la princesa Blair había regresado.
Algunos bebían y cantaban como si hubieran presenciado un milagro. Alzaban copas de vino, ondeaban improvisadas banderas con el emblema del Fénix de Azoth y gritaban su nombre con orgullo. Otros, en cambio, la maldecían como traidora. Juraban fidelidad al "rey verdadero", Zeknier, y colgaban telas negras con su símbolo en puertas y ventanas. Ciudad Capital estaba partida en dos, y por primera vez en años el aire se sentía cargado de una tensión insoportable.
Dentro de la posada, sin embargo, reinaba un silencio opuesto al bullicio de las calles.
Asori yacía en la cama, envuelto en vendas manchadas de sangre. Su piel estaba tan pálida que parecía de mármol, y el sudor le perlaba la frente como si estuviera ardiendo por dentro. Cada respiración era un jadeo irregular, como cuchillas desgarrándole los pulmones. Las venas de sus brazos parecían arder bajo la piel, como si el Astral mismo estuviera intentando consumirlo.
El brutal combate contra Kael, el despertar del Hakiri y la descarga de la Ráfaga Delta habían llevado su cuerpo más allá de los límites. No era un guerrero descansando tras la batalla: era un joven que luchaba por no cruzar la línea entre la vida y la muerte.
Blair estaba a su lado, sentada con la mirada clavada en él, acariciando su cabello empapado en sudor. Había intentado varias veces besarlo, desesperada, buscando invocar el Sweet Kiss. Pero nada ocurría. El veneno que la contaminaba bloqueaba su Astral y hacía inútil cualquier intento de salvarlo.
Nunca lo había visto así desde aquella vez en el bosque, cuando casi murió la primera vez que se conocieron. Pero ahora era peor. Porque Asori no era el chico que intentaba huir del mundo: era el guerrero que había puesto su vida en la línea una y otra vez por ella, y estaba pagando el precio.
Blair apretó los labios, impotente.
En la mesa cercana, Mikan y Mikrom discutían con rostros tensos.
—La ciudad está partida en dos —murmuró Mikrom, golpeando la madera suavemente—. Media Capital vitorea el regreso de la princesa, la otra la llama traidora. Y cada bando se organiza más rápido de lo que imaginábamos.
—Eso significa que no podemos confiar en nadie —replicó Mikan, con los brazos cruzados—. Y tú, grandulón, supongo que ya saben que vienes con nosotros. Estuviste a nuestro lado en la arena, ya te marcaron como parte de la resistencia.
Mikrom suspiró, encogiéndose de hombros.
—Supongo que no tengo elección. Zeknier ya sabe de Blair y de Asori. Y si Jason dijo la verdad... también sabe que yo soy el portador del Orbe de la Tierra. No me queda de otra que dejar la ciudad y reagruparnos cuanto antes.
—No tienes escapatoria —bromeó Mikan con sarcasmo, aunque su sonrisa escondía preocupación.
En un rincón, sentada en el suelo y abrazando sus rodillas, Aisha escuchaba todo en silencio. Sus ojos claros, grandes, reflejaban miedo... pero también una chispa de decisión. Miraba a Asori con una mezcla de ternura y compasión, como si el sufrimiento de él se clavara directo en su corazón.
—No resistirá mucho así... ¿cierto? —preguntó con voz temblorosa.
El silencio que siguió fue más duro que cualquier respuesta.
Blair apretó los labios, hasta que su voz se quebró:
—El Sweet Kiss... es lo único que puede sanarlo. Pero mientras este veneno esté en mí... no importa cuántos besos le dé. Nada funcionará.
Asori, en medio de su fiebre, murmuró algo incomprensible. Apenas un "no me dejes..." que hizo que Blair sintiera su corazón desgarrarse.
Aisha se levantó lentamente y avanzó hacia ellos, descalza, con pasos inseguros.
—Entonces... si yo la sano, Princesa... usted podrá salvarlo.
Blair la miró sin entender.
—¿Qué?
—Mi poder... —dijo la niña, llevándose las manos al pecho—. Yo puedo sanar. Me obligaban a hacerlo. Sanaba soldados heridos, nobles enfermos, hasta animales para sus juegos crueles. Si la sano a usted, el veneno desaparecerá... y entonces su Astral volverá a fluir.
Mikrom abrió los ojos con incredulidad.
—¿Quieres decir que Darian te usaba como una herramienta?
Aisha bajó la cabeza, con vergüenza.
—Sí. Sobreviví solo porque necesitaban mi poder. Pero cuando alguien intentaba... propasarse... y yo me defendía, él siempre me castigaba.
Mikan se levantó de golpe, furiosa.
—¡Malditos bastardos! ¡Usarte así... eso no tiene perdón!
Blair tragó saliva. Una chispa de esperanza se encendió en ella, pero también miedo.
—¿De verdad... puedes hacerlo?
Aisha levantó la vista. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero había en ellos una determinación pura.
—Déjeme intentarlo, Princesa.
Blair dudó. No quería que la niña sufriera más. Pero el sonido débil de la respiración de Asori la obligó a decidir. Se arrodilló frente a Aisha, apretando los puños.
—Está bien. Hazlo.
Aisha colocó sus pequeñas manos sobre el abdomen de Blair. Una luz dorada comenzó a brillar, cálida, temblorosa, como un río que había estado contenido demasiado tiempo. Blair arqueó la espalda con un gemido ahogado mientras sentía cómo el veneno empezaba a romperse dentro de ella, deshaciéndose gota a gota.
El resplandor creció, llenando la habitación de un calor reconfortante. Mikan y Mikrom callaron, boquiabiertos. Blair, con lágrimas en los ojos, tomó las manos de la niña y las apretó con ternura.
—Ya no estás sola... nunca más.
Las lágrimas de Aisha cayeron, mezclándose con la luz. Era como si cada destello llevara no solo energía, sino años de dolor liberados en ese instante.
Finalmente, el brillo se apagó. Blair cayó de rodillas, jadeando, y se llevó una mano al pecho. El Astral... fluía otra vez en ella.
Editado: 01.10.2025