La noche cayó sobre la capital como un manto silencioso. Las calles seguían agitadas por rumores y celebraciones, pero en el castillo todo estaba tranquilo, como si los muros hubieran decidido darles un respiro.
En la nueva habitación que ahora compartían, Blair cepillaba su cabello frente al espejo. Cada movimiento era lento, distraído, como si intentara ahuyentar las imágenes de Kael, de sus manos, de la sombra que aún sentía persiguiéndola en sueños. La realidad era que seguía teniendo pesadillas, y aunque se decía a sí misma que debía ser fuerte, lo único que realmente le daba calma era saber que Asori estaba cerca.
Cuando giró, lo encontró sentado en el borde de la cama. Estaba rígido, con las manos apoyadas en sus rodillas y la expresión de quien se enfrenta a una bestia más peligrosa que cualquier Megalo: compartir la noche con la chica que amaba, sin excusas ni pretextos.
—Deja de mirarme como si fuera a devorarte —dijo Blair, con una sonrisa juguetona.
—Yo no… —Asori se aclaró la garganta—. Es que todavía no entiendo… ¿estás segura de que quieres esto? Quiero decir, ahora que no hay torneo, ni heridas, ni… ni Sweet Kiss que usar como excusa.
Blair caminó hacia él, dejando el cepillo sobre la mesa. El sonido de sus pasos llenó el silencio del cuarto. Se sentó a su lado y lo miró con sinceridad.
—Precisamente por eso, Asori. Antes compartíamos cama porque era necesario: porque estabas herido, porque fingíamos ser pareja en la capital, porque yo misma tenía miedo de dejarte solo. Pero ahora… lo hago porque quiero.
El corazón de Asori dio un vuelco. Blair bajó la mirada, enrojecida, y susurró:
—Quiero que estés aquí cuando despierte de mis pesadillas. Quiero que seas tú quien me abrace hasta que se desvanezcan. Y… porque me gusta dormir contigo cerca.
Asori se llevó una mano al rostro, completamente ruborizado.
—Tú sí que sabes ponerme nervioso…
Blair rió suavemente y, como si quisiera probar la resistencia de su valor recién encontrado, lo empujó con ambas manos. Asori cayó de espaldas sobre la cama con un quejido. Blair, sin pensarlo, quedó encima de él, apoyada con las manos a cada lado de su pecho.
Los ojos de ambos se encontraron, demasiado cerca. El aire se volvió denso, y por un instante nadie dijo nada.
Entonces Blair, recordando sus palabras en el pasillo, arqueó una ceja y sonrió con picardía.
—¿Y bien? ¿No ibas a robarme los besos cuando quisieras?
El color subió al rostro de Asori, que apenas pudo abrir la boca. Tragó saliva, levantando una mano temblorosa hasta rozar la barbilla de ella, como si quisiera responder al reto.
—Cuidado, princesa… podría tomarme eso en serio.
El silencio se alargó un instante más. Blair sintió un calor subirle por todo el cuerpo y de pronto se dio cuenta de la posición en la que estaba. Se incorporó de golpe, sonrojada hasta las orejas.
—Y-ya basta… solo era una broma.
Asori soltó una carcajada nerviosa, frotándose la nuca mientras se incorporaba.
—Claro… solo una broma.
Ambos evitaron mirarse por unos segundos, hasta que Blair, aún con las mejillas encendidas, apoyó la frente en su hombro y murmuró:
—Aun así… gracias por quedarte conmigo. No sabes cuánto significa para mí.
Asori ladeó una sonrisa torpe, pero sincera. Pasó un brazo por sus hombros y la acercó a él.
—Entonces prométeme algo. Cuando vuelvas a tener esas pesadillas… no intentes enfrentarlas sola. Déjame ser quien las espante.
Blair asintió en silencio, cerrando los ojos, permitiéndose por primera vez en mucho tiempo sentirse realmente protegida.
Pasaron varios minutos en silencio, escuchando el crujir ocasional de la madera y el ulular del viento afuera. Finalmente, Blair habló:
—¿Sabes qué es lo más raro? —preguntó en voz baja.
—¿Qué cosa?
—Que ya no siento la misma carga que antes. Durante el torneo, cada vez que me acostaba a tu lado, lo hacía con miedo de que no despertaras al día siguiente. Ahora… ahora sé que estás aquí. Y aunque siga temiendo por lo que venga, al menos sé que no estoy sola.
Asori la miró de reojo.
—Yo también lo sentí. Siempre me dormía pensando en qué vendría después, si el siguiente combate sería el último. Pero ahora… —sonrió con cierta timidez— ahora me duermo pensando en qué bromas te haré mañana.
Blair soltó una risita, pero luego lo miró con ternura.
—Eres un tonto… pero un tonto al que amo.
La palabra resonó en el aire, clara y sin titubeos. Asori se quedó en silencio unos segundos, procesando el peso de esas letras. Finalmente, apretó suavemente la mano de Blair.
—Yo también te amo, Blair.
Se recostaron bajo las sábanas. Blair, como ya se había vuelto costumbre, buscó el calor de Asori y se acomodó entre sus brazos. Sentía el ritmo constante del corazón de él, un tambor que la tranquilizaba más que cualquier guardia o muralla.
Asori, en cambio, estaba rígido, sin saber cómo colocar los brazos.
—¿Así está bien? —preguntó torpemente.
Blair sonrió contra su pecho.
—Perfecto.
Hubo un silencio largo, y luego ella agregó:
—Sabes qué significa esto, ¿verdad?
—¿Qué cosa?
—Que ya no es solo dormir. Que, si compartimos habitación, compartimos parte de nuestra vida. Que quiero que seas tú quien me despierte cada mañana, y quien me arrope cada noche.
Asori tragó saliva. No sabía qué responder, así que solo apretó un poco más el abrazo.
Blair, aún acurrucada, soltó de pronto una carcajada suave.
—¿Recuerdas cuando te conocí en el bosque? Pensé que eras el chico más insolente, sarcástico y molesto que había visto en mi vida.
—¡Oye! —protestó Asori.
—Y mírate ahora, todo sonrojado porque una princesa duerme contigo.
—Bueno… sigo siendo insolente, ¿no?
Blair levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Sí… pero ahora eres mi insolente.
La respuesta fue tan inesperada que Asori se quedó en silencio, completamente rojo. Blair volvió a acomodarse, disfrutando de la sensación de haber ganado esa pequeña batalla.
Editado: 01.10.2025