El amanecer sobre el monte Aeryon tenía algo sagrado, el sol emergía lento detrás de los picos, bañando las rocas con tonos dorados y lilas, mientras las nubes danzaban entre los riscos como corrientes vivas. El aire, denso y frío, descendía con la pureza del Astral, cargando cada respiración de energía.
Asori se encontraba de pie al borde del precipicio, mirando sus manos. Las abría y cerraba una y otra vez, observando las palmas como si en ellas siguieran grabadas unas heridas invisibles que aún ardían con una mezcla de dolor y culpa.
Sabía que ya habían sanado gracias al Sweet Kiss de Blair, pero cada vez que miraba sus palmas sentía el filo de la espada de Kael atravesándolos. El recuerdo era tan nítido que, a veces, debía apartar la mirada para no vomitar. Le costaba respirar, contener los temblores, recuperar la compostura antes de que el miedo volviera a apoderarse de él.
A sus espaldas, Eryndor lo observaba en silencio, apoyado en su bastón, con esa paciencia eterna que solo los sabios poseían. No habló de inmediato; dejó que el viento dijera lo que las palabras no podían. Pero cuando vio que Asori apretaba los puños con rabia, finalmente habló.
—El viento no castiga, muchacho —dijo con voz grave pero serena—. Solo te recuerda que sigues vivo.
Asori giró, intentando forzar una sonrisa.
 —¿Eso fue una metáfora o una burla?
—Ambas —replicó Eryndor, esbozando una media sonrisa—. Si sigues dejando que el pasado te ate las manos, el viento no te querrá cargar… y vivirás anclado a aquello que ya no puede hacerte daño.
Asori bajó la cabeza. Su maestro tenía razón. Desde que el torneo terminó dormía poco. Las noches eran un desfile de imágenes: Kael riendo, la espada brillando, la mirada de Blair llena de horror luego de ser atacada. Y aunque ella dormía abrazada a él cada noche, Asori temblaba en silencio para no despertarla. Ella ya había sufrido demasiado; no era justo sumarle su propio tormento.
—No he dormido bien —admitió al fin, en voz baja.
Eryndor asintió despacio.
 —Lo sé. Tus ojos te delatan. —Se acercó y lo miró de frente—. Dime, ¿Qué es lo que realmente te mantiene despierto? ¿El dolor o la culpa?
Asori miró hacia el vacío. El viento sopló con fuerza, levantándole el cabello.
 —Ambos —susurró—. Me duele recordar… pero también me duele haber sentido placer al pelear. Cuando Kael me atravesó las manos creí que moriría, pero algo dentro de mí despertó. Una rabia, un fuego… y por un instante lo disfruté. Disfruté verlo caer, como si una parte de mí pidiera sangre. Y no sé como sentirme al respecto.
—Ah —asintió Eryndor—. La frontera entre el instinto y la furia. Todos los guerreros la cruzamos alguna vez.
—¿Y cómo la detienes? ¿Cómo evitas dejarte llevar por esos impulsos? Maestro… yo de verdad quería matarlo. Quería hacerlo sufrir. No sé si fui demasiado débil para hacerlo… o demasiado fuerte para romper mi promesa con Blair.
Eryndor apoyó una mano en su hombro.
 —No la detienes —dijo con calma—. La reconoces y la domas. Si la niegas, te devora. Y déjame decirte algo: el hecho de que no lo hayas matado no te hace débil, Asori. Te hace fuerte. Cumpliste tu promesa.
El viento rugió a lo lejos, chocando contra las rocas, como si respondiera a su rabia contenida.
—¿Sabes qué es lo más curioso? —continuó Eryndor, dando un paso atrás—. Allá abajo la gente te llama “Campeón de la Capital”.
Asori soltó una risa amarga.
 —Sí, como si lo mereciera. Mikan fue quien ganó el torneo. Yo solo… tuve suerte de vencer a Kael. Él se confió, y cuando tuve la ventaja ya no supo cómo reaccionar. No soy tan fuerte.
—¿Suerte? —repitió el sabio, arqueando una ceja—. El título no se gana con fuerza ni técnica, sino con lo que representas. La gente vio a un joven que se levantó cuando todo su cuerpo pedía rendirse. Eso es lo que admiran. No importa que no ganaras la final; te ganaste algo más valioso: su esperanza.
Asori lo miró sorprendido.
 Eryndor sonrió levemente.
 —El miedo no te hace indigno, muchacho. Te hace humano. Y enfrentarlo te hace valiente.
Las palabras se quedaron flotando entre ellos. Por un momento, el título de Campeón de la Capital dejó de sonar vacío. Se volvió un símbolo, algo más grande que él mismo.
—Maestro… —murmuró finalmente—, ¿Alguna vez tuvo miedo?
Eryndor soltó una pequeña risa.
 —El miedo fue mi primer maestro. Y el viento, el segundo. Ambos me enseñaron a no quedarme quieto.
Más tarde, mientras el sol subía sobre los valles, Eryndor lo condujo a una meseta aún más alta. Desde allí, el mundo parecía infinito.
—Antes de continuar —dijo el sabio—, quiero que me respondas algo. ¿Por qué peleas?
Asori se tomó unos segundos.
 —Por Blair.
—¿Y si ella ya no necesitara que la protegieras?
El joven dudó.
 —Entonces… no lo sé.
Eryndor asintió lentamente.
 —Ahí está tu error. Si tu propósito depende de otra persona, cuando la pierdas te quedarás vacío.
—No voy a perderla.
—Todos perdemos algo, Asori —dijo el sabio con voz suave—. La diferencia está en aprender a seguir soplando… como el viento.
El silencio se extendió, lleno de significado.
—Maestro —preguntó de pronto Asori—, ¿Existen sabios de cada elemento?
—Sí. Cada uno protege el equilibrio del Astral y entrena a quienes podrían ser sus sucesores. Todos poseemos el mismo nivel de poder.
—Entonces, ¿Por qué ustedes no enfrentan a Zeknier y acaban con todo esto? Si tienen tanto poder…
Eryndor suspiró, apoyando el bastón en el suelo.
 —Porque no es nuestro deber.
—¿No es su deber mantener el equilibrio del mundo?
—No así. —Su voz retumbó, grave—. Los sabios no ganamos guerras, Asori. Solo aseguramos que haya quienes puedan reconstruir el mundo después de ellas. Si intervenimos, romperíamos el equilibrio del Astral. Y si resolvemos las batallas de esta generación, ustedes jamás aprenderán a levantarse por si mismos.
Editado: 29.10.2025