La vida en el castillo de Azoth tenía un ritmo distinto al de la capital. Para Aisha, cada amanecer era como despertar en un sueño que nunca había creído posible.
No más cadenas.
 No más órdenes gritadas.
 No más noches interminables curando heridas de soldados que la trataban como si fuera solo un recipiente de luz.
Ahora se despertaba en una cama cálida, en una habitación sencilla, pero que le pertenecía a ella sola. Y cada mañana, antes incluso de que el sol pintara las torres del castillo, Aisha tenía una rutina: salir al pasillo, esperar frente a la puerta y sentarse en el suelo, con las piernas recogidas, aguardando. Porque en esa habitación dormían sus “amos”.
Cuando la puerta se abría y aparecía Asori, despeinado, con el cabello revuelto y la camisa mal abrochada, Aisha se levantaba de inmediato y hacía una reverencia.
 —¡Buenos días, amo!
Asori siempre se rascaba la cabeza, incómodo.
 —Te he dicho que no soy tu amo, Aisha…
Pero Blair, que aparecía justo después con el cabello recogido en una coleta, solía sonreír con ternura.
 —Déjala, Asori. Es su forma de acostumbrarse.
Y entonces Blair la acariciaba suavemente en la cabeza, un gesto que Aisha no entendía del todo, pero que hacía que algo cálido le recorriera el pecho.
A los ojos de Aisha, Blair era un misterio. Una princesa, una reina interina, alguien que llevaba sobre los hombros la esperanza de un reino entero. Y, aun así, siempre encontraba tiempo para sonreírle.
Cuando la acompañaba en sus estudios de protocolo, Blair no era severa, sino paciente.
 —No necesitas memorizar todo de golpe, Aisha. Solo recuerda que lo más importante es mirar a las personas a los ojos.
Cuando Blair entrenaba con Mikan en los jardines, sus movimientos eran tan feroces como gráciles. Pero al terminar, se secaba el sudor y corría hacia Aisha para preguntarle si había comido, si estaba cansada, si quería caminar juntas por los pasillos.
Aisha nunca había sentido algo así: la cercanía de alguien que parecía madre y hermana al mismo tiempo. Y cada vez que la veía reír junto a Asori, se preguntaba si así se sentía crecer dentro de una familia.
Si Blair era un misterio, Asori era un libro abierto.
Aisha lo veía entrenar día y noche, lanzándose desde riscos para intentar volar, estrellándose contra el suelo, levantándose entre quejas y sarcasmos.
 —¡Estoy seguro que el Maestro Eryndor quiere matarme! —gritaba, mientras se sacudía el polvo.
Blair se reía desde la cima y le lanzaba comentarios punzantes.
 —¡No exageres, idiota! Si fueras a morir ya lo habrías hecho.
Aisha observaba en silencio, siempre maravillada de cómo Asori se levantaba una y otra vez. Había algo distinto en él: no peleaba solo por hacerse más fuerte, sino porque quería protegerlos a todos. Aisha lo sabía, lo sentía.
Ese chico que había recibido a una esclava como ella no con indiferencia, sino con una mirada sincera… era distinto a cualquiera que hubiera conocido. Y aunque Asori siempre insistía en que no era su amo, Aisha, en su corazón, lo trataba como tal. Porque si alguien debía gobernar sobre su vida, prefería que fuera él.
Mikan era extraña. Pasaba horas en los jardines, de rodillas, con los ojos cerrados, respirando lentamente. Decía que estaba “meditando para equilibrar su Astral”. Aisha no entendía nada de eso, pero lo que sí notaba era cómo, al terminar, la ninja parecía más ligera, casi sonriente.
Una vez, Aisha le preguntó:
 —¿Por qué sonríes después de quedarte quieta tanto rato?
 Mikan la miró con picardía.
 —Porque así recuerdo que no todo en mí es oscuridad.
Mikrom, en cambio, era todo lo contrario. Se pasaba el día cortejando a las doncellas del castillo, con frases torpes y gestos exagerados que hacían reír a unas y enfadar a otras. Pero Aisha notaba que, en realidad, sus ojos siempre seguían a Mikan.
Era como si jugara a ser un mujeriego, cuando en verdad solo quería llamar la atención de una sola mujer.
Aisha lo encontraba divertido. Nunca había visto algo así: alguien que ocultaba lo que sentía detrás de bromas.
Tifa trataba a Aisha con respeto. Incluso la sentaba junto a ella en algunas reuniones, como si su voz importara. Eso hacía que la pequeña se sintiera importante, aunque aún le temblaran las manos cada vez que hablaba.
Sin embargo, Aisha notaba algo raro en su mirada. Como si, en lo más profundo, Tifa no terminara de confiar. Y tenía razón, Tifa sospechaba que Zeknier había dejado escapar a Aisha a propósito. Tal vez como distracción. Tal vez como trampa.
Pero, aunque la duda estaba allí, Tifa nunca la trató diferente. La abrazaba, le hablaba como a una hija, y hasta la reprendía con cariño cuando no comía lo suficiente.
Aisha, en su inocencia, prefería creer que esas miradas serias eran simplemente preocupación.
Los días pasaban, y con cada amanecer Aisha se acostumbraba más a su nueva vida.
Ya no dormía con miedo.
 Ya no curaba heridas forzada.
 Ya no era un objeto.
Seguía llamando “amo” a Asori y “esposa de mi amo” a Blair, aunque ellos insistieran en corregirla. Era su forma de darles un lugar en su corazón.
Y aunque no lo decía en voz alta, dentro de sí lo sabía: por primera vez en su vida, se sentía parte de algo más grande. Parte de una familia.
Editado: 29.10.2025