El amanecer los recibió con una brisa tibia que olía a pasto recién cortado y tierra húmeda. El cielo se extendía sobre ellos como una bóveda de fuego naciente, donde los primeros rayos de luz teñían las nubes de dorado. Por primera vez en mucho tiempo, el grupo viajaba sin esconderse. No había capuchas ni rostros ocultos, ni temor a ser vistos. Eran emisarios de Azoth, guerreros en camino a enfrentar un destino que cambiaría sus vidas para siempre.
Los caballos avanzaban por las praderas abiertas, donde el horizonte se perdía en la niebla. Las montañas lejanas parecían dormidas, y el canto de los pájaros marcaba el ritmo del amanecer.
 Asori cabalgaba al frente, con Aisha aferrada a su espalda. La pequeña se inclinaba a cada lado, observando todo con la curiosidad desbordante de quien ve el mundo por primera vez.
—¡Amo, mire! —exclamó, señalando al cielo—. ¡Mire esas aves! ¡Van todas juntas, como nosotros!
—Sí, pero ellas no tienen que preocuparse de quedarse sin desayuno —bromeó él con una sonrisa perezosa.
Aisha rió, un sonido frágil pero sincero.
—¿Siempre hace chistes de todo?
—Claro, es mi técnica secreta. Si hago reír al enemigo, olvida que me está atacando.
—No creo que funcione —replicó ella, frunciendo el ceño.
Asori se volvió un poco, con una sonrisa ladina.
 —¿Ah, no? Pues mírate, ya bajaste la guardia conmigo.
Aisha escondió la cara contra su espalda, pero su risa la delató. Por un instante, la inocencia pareció regresar al mundo. Blair, que observaba desde su montura, sonrió. Era imposible no hacerlo. Ver a Aisha así, tan viva, tan niña, le recordaba por qué estaba luchando.
Más atrás, Mikan cabalgaba junto a Blair. La ninja iba sentada con las piernas cruzadas sobre la silla, relajada y sin el menor respeto por la etiqueta real. Entre sus dedos giraba una ramita, como si su mente estuviera tramando algo. Su sonrisa traviesa era, como siempre, una mala señal.
—Así que… —empezó con fingida inocencia— ahora compartes habitación con tu querido Asori, ¿eh?
Blair casi se atragantó con el aire.
 —¡Oye! Eso no es asunto tuyo.
Mikan ladeó la cabeza, divertida.
 —Oh, claro que lo es. Las amigas hablamos de esas cosas. Además… no me digas que no has pensado en “avanzar”.
Blair se sonrojó de inmediato, el rubor extendiéndose hasta el cuello.
 —¡Mikan! No digas eso. Nosotros… bueno, todavía no…
—¿Todavía? —repitió Mikan, reprimiendo una carcajada—. Vaya, vaya… parece que la princesa canosa también tiene sus deseos escondidos.
Blair abrió y cerró la boca varias veces, sin saber cómo responder.
 —Yo… es decir… nunca hemos hecho nada más que dormir, abrazarnos y… besarnos un poco. Tampoco es como si no quisiera, pero… ¡olvídalo!
Mikan fingió escribir en el aire con una pluma invisible.
 —“Tampoco es como si no quisiera”… anotaré eso. Entonces, ¿quieres consejos para seducirlo?
—¡No necesito consejos! —replicó Blair con voz aguda, aunque enseguida bajó el tono—. Pero… tal vez… no me haría mal escuchar alguno. Solo por curiosidad.
Mikan estalló en carcajadas tan fuertes que su caballo relinchó.
 —Sabía que no eras tan inocente como aparentas, Alteza. Tranquila, te enseñaré un par de trucos. Pero te advierto algo: los hombres como Asori no caen por belleza, sino por confianza. Aunque… podrías intentar usar tus grandes encantos para reforzar el ataque.
Blair se irguió en la montura, roja como una antorcha.
 —¡¿A qué se supone que le llamas “grandes encantos”?! ¡Deja de mirarme los pechos, ninja pervertida!
Mikan soltó una risita descarada.
 —Oh, vamos, Blair, solo te estoy recordando tus armas secretas. Si las usas con estrategia, la guerra está ganada.
Blair bufó, intentando mirar hacia otro lado, pero el gesto traicionó una sonrisa nerviosa.
 —Supongo que tienes razón… Asori no es como los demás hombres que he conocido. Aunque… a veces me desarma sin hacer nada.
Mikan le guiñó un ojo.
 —Eso, mi querida reina, se llama amor. Y te diré un secreto: es la única técnica que ni siquiera yo he logrado dominar.
Blair soltó una carcajada sincera, relajando los hombros.
El grupo avanzó en silencio durante unos minutos, hasta que la voz grave de Mikrom rompió la calma.
 —Estaba pensando en mi hermana.
Blair giró la cabeza.
 —¿Tienes una hermana?
—Tenía —corrigió él, con la mirada fija en el horizonte—. Me la arrebataron hace años. Nunca supe quién fue. Puede que esté viva… o no.
Mikan dejó de bromear al instante. Aisha bajó la cabeza, sin entender del todo, pero percibiendo el tono triste.
 Blair se acercó un poco con su caballo.
 —Lo siento, Mikrom. No sabía…
—Nadie lo sabe —dijo él—. Prefiero no hablar mucho de eso. Pero a veces, cuando sueño, todavía escucho su voz. Era pequeña, como Aisha.
Blair tragó saliva, sin saber qué decir.
 —La encontraremos. Te lo prometo.
Mikrom soltó una risa amarga.
 —Si la guerra nos deja vivos, quizá.
Las palabras quedaron flotando en el aire, pesadas como plomo. Solo el sonido de los cascos sobre la tierra rompía el silencio.
Asori decidió entonces cambiar el tema, mirando hacia Blair.
 —Oye, Blair… ¿Cómo es Donner?
—¿Eh? Ah es cierto, es la primera saldrás de Azoth, ¿Verdad cariño?
Ella sonrió levemente, pero Mikrom la interrumpió.
 —Antes de eso, Asori… ¿Cómo era el lugar donde vivías? Siempre que llegamos a un lugar nuevo te quedar boquiabierto, siempre hablas de que vivías en las montañas, pero nunca lo explicaste bien.
El joven se quedó en silencio unos segundos, como si buscara los recuerdos en su mente.
 —Era… tranquilo. Mi casa estaba en una montaña muy alta, rodeada de árboles y ríos. Había pueblos un poco lejos de donde vivíamos, solo mi padre, mi madre y yo.
Sus ojos se suavizaron.
 —Mi padre cazaba, traía comida, y mi madre… bueno, era el centro de todo. Cantaba mientras cocinaba, cuidaba las flores, curaba mis heridas cada vez que me caía. No teníamos mucho, pero nunca nos faltó nada.
Editado: 29.10.2025