The Scar: Soñadores del Destino

Capítulo 9

CAPÍTULO 9

 

No sé cuánto ha pasado desde que me aplasté sobre la banqueta de la cafetería y esperé una respuesta de mi padre que jamás llegó. Reviso el reloj que está situado en una de las columnas de la estructura, el palito pequeño marca la una y el grande las seis, mi comida y la de mi padre ya se enfrió hace varios minutos y verla frente a mí no me da hambre, solo me causa rabia. Cuando el palito grande haya llegado a las doce tendré que regresar a mis labores, se supone que solo tengo que ser voluntario en las mañanas porque es el horario que escogí para estar por las tardes, a la hora de visita, con el señor Anselmo, pero no quiero regresar a casa por lo que decido brindar mi apoyo hasta que dan las tres y luego retirarme. Estoy a punto de golpear las bolsas con la comida dentro y me viene a la mente que no estaría bien hacerlo cuando hay mucha gente en el hospital que necesitaría de energías extras.

Me levanto y tomo las bolsas, llevándolas conmigo a la sala de espera que no está a la mayor distancia de la cafetería. Veo a una mujer con su pequeño hijo durmiendo en las sillas mientras el pequeño salta cerca a los pies de su madre como si este fuese una soga para saltar. Cuando me acerco, el niño se espanta y corre a los brazos de su madre, quien despierta repentinamente y me mira de la misma forma en que lo hace el niño.

― ¿Han almorzado ya? ―pregunto con amabilidad para no asustarles más de lo que ya lo están.

Quizás cualquier persona les parezca alguien que viene a darles noticias sobre el familiar que tienen aquí, o eso pienso. Hay muchas personas a su alrededor que parecen haber tenido la oportunidad de comer y regresar al hospital.

― ¡Dios mío, es la una y media! ―exclama la mujer― ¿Trabajas aquí? Mi otro hijo todavía no sale del quirófano y me gustaría saber cómo está antes de ir a almorzar. No quiero irme y perderme de las noticias sobre él.

― No, lo lamento, solo soy un voluntario, pero puedo ayudarla con algo más.

Ella me mira descolocada y el pequeño niño se acerca a curiosear, como si sintiese el aroma del almuerzo ya frío.

― Es comida ―digo cuando pongo la bolsa a su regazo― No la he tocado, tampoco tiene veneno o he escupido en ella, solo que he quedado con un amigo y no ha venido. La comida no la puedo botar.

Soy de lo más sincero porque me parece que esta mujer le hace falta honestidad en su vida. Ella me sonríe inmensamente y acepta mi regalo mientras el niño rebusca dentro con rapidez. Me resulta que es demasiado abierta conmigo, como si le inspirase confianza incondicional para sus preocupaciones y secretos. Es un alma pura.

― Perdóneme si está fría, debí venir mucho antes.

― No, no ―Se apresura a responder― Está perfecto, muchas gracias. No he desayunado y a mi hijo de seguro ya le bajó la tortilla que le he preparado en la mañana ¿No es así, Matías?

― Tengo hambre, mami―es todo lo que él responde y es todo lo que se necesita saber.

― Que lo disfruten ―digo antes de marcharme.

Me hubiera gustado conocerle un poco más, pero no quiero ser entrometido e incomodarles la comida. Al menos alguien si aprecia lo que camine por comprar esos dos almuerzos. El estómago ahora sí me ruge cuando los veo saborear la comida, pero no me arrepiento de haber regalado lo que antes fue mío, mi estómago suele ser muy indeciso.

― Pues nada, me tocará comer algo de la cafetería.

Remarco los pasos por los que camine y regreso al lugar donde me dejaron plantado. No sé de qué me sorprende si esto he recibido desde mi infancia, a que las personas me dejen solo. No pienso ni siquiera en la probabilidad de encontrar a mi padre sentado esperando por mí porque no va a llegar esa oportunidad. Y tengo razón cuando observo todas las mesas.

Bien, solo tengo media hora, o hasta menos, para poder llenar mi estómago con lo que sea y con suerte tendré un tiempo para descansar la pesadez de la comida―si es que logro llenarme con algo― y luego regresaré a la razón por la que estoy aquí.

Tomo una bandeja y hago fila detrás de dos personas que están siendo atendidas por orden de llegada. Analizo mis posibles opciones y creo que me caería mejor la pasta corta con atún, jamón, brócoli y esa salsa marrón que me da curiosidad y apetito a la vez; no he probado nada parecido y va siendo momento, así que lo tengo en mente antes de ser mi turno y decirle a la señora del mostrador de comida que me sirva mucho de eso. Termina por atenderle a un enfermero y sigue con la chica delante mío.

― ¿Qué vas a querer, belleza? ―pregunta la mujer con el delantal y cabellos bien controlados debajo de la malla.

Ella le mira con desagrado y reconozco ese perfil, es la chica come cigarros.




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