—¿Caleb? —Respondió Harry al ver amigo lo llamaba.
—¡Hola, Harry! —Dijo su amigo con gran emoción. —¿Qué tal todo? Tenía una llamada perdida de tu número, ¿estás bien? —Preguntó Caleb con un tono confuso.
—Justo ahora, ni en lo más mínimo. —Harry rascó su cabeza, aunque su amigo no pudiese verlo, —disculpa por haberte, necesito pedirte un favor enorme.
—Por supuesto, puedes venir a mi departamento en este momento. —Respondió con un tono preocupado.
Salió a las solitarias calles en aquellas horas de la tarde; en las que se suponía que todos debían estar en clase. A excepción de Harry, quien caminaba con vagos ánimos de querer dar un paso más. Por su mente pasaba la idea de que otros estaban en circunstancias peores y no se quejaban. Niños y adolescentes de su edad luchando contra enfermedades letales, con familias que fuesen incluso peor que la suya.
Llegó a la conclusión de que, quizás su vida no era tan pésima, pero cuánto le dolía no poder ser feliz como lo eran otros. Anhelaba sonreír, tener un verdadero motivo por el cual levantarse de la cama todas las mañanas y, aunque con los párpados caídos y con su propio peso estorbando, poder luchar por sus sueños.
Pero esta era la realidad de Harry, no había un verdadero motivo por el cual seguir.
Lo que le apasionaba con el alma fue pisoteado y humillado centenares de veces. Sus sueños fueron moldeados de todas las formas que puedan existir; hasta convertirlo en una falsa y pésima réplica de su padre. Le hicieron creer que sus pasión no valía ni un centavo, incluso llegó a pensar que no era realmente bueno en lo que hacía.
Pero decidió que ya había soportado más que suficientes humillaciones. Pensó en que nunca había hecho daño a nadie, mucho menos mientras leía y escribía. Supo que no merecía todos aquellos malos ratos y malas personas cuando le dio importancia y valor a su amor por los mundos increíbles que habitaban en los libros.
Probablemente nunca nadie a su alrededor hubiera entendido eso, pues se concentraban en cosas más superficiales. Aunque, a decir verdad, su mundo se basaba en eso.
Después de haber caminado varias cuadras, finalmente llegó a la residencia de su único y verdadero amigo. Subió las escaleras del edificio, siempre le había tenido un pánico inexplicable a los ascensores.
En aquellos momentos de su vida el cansancio de subir los escalones no era nada comparado con sus emociones. Aceleró la velocidad, estaba a punto de estallar y necesitaba a alguien que lo escuchara.
Caminó entre los pasillos llenos de habitaciones, hasta que finalmente se encontró con la de su mejor amigo. Con el aliento entre cortado, dio tres toques con sus nudillos a la puerta.
—Oh, hola Harry, —sonrió Caleb al abrir la puerta y encontrarlo. —Adelante, eres bienvenido.
—Muchas gracias, —le dedicó una sonrisa llena de tristeza.
—Y cuéntame, ¿qué ha pasado? —Preguntó Caleb, preocupándose aún más por ver en ese estado a su amigo. No era habitual ver esa expresión en él.
—Mi padre, Caleb. Juro que no soy capaz de soportar un día más con él. —Respondió Harry, agobiado y revolviendo su cabello, —¡Estoy harto! Cada miserable hora de mi vida es una tortura si Fidel está allí. Siempre que tiene una oportunidad para dejarme por el suelo no duda en aprovecharla. ¿Recuerdas aquella ocasión que fui al jardín de niños repleto de moretones? —Esperó a que su amigo asintiera con la cabeza para continuar, —¡Fue él! Me encontró leyendo un estúpido libro de cuentos con dibujos animados, y por esa razón me golpeó como nunca. —Harry comenzó a bajar el tono de voz a medida que iba recordando todos aquellos malos momentos. —¿Sabes qué era lo peor de todo? —Preguntó, dando una leve pausa,—los gritos y súplicas de mamá, pidiendo que no me lastimara más.
De sus ojos salieron unas lágrimas traicioneras, siendo limpiadas casi de inmediato. Caleb se quedó estupefacto en su lugar, intentando procesar lo que su amigo relataba. Sintió un poco de lástima, ya que Harry, a pesar de todas esas cosas, seguía yendo al instituto sin rastros de tristeza en su rostro. También sintió un poco de culpabilidad, por creer todo ese tiempo que se encontraba bien.
—Recuerdo, también, que después de eso dejé de lado todo aquello que me relacionara con la literatura. Sentí que mi padre estaría orgulloso y contento de que eligiera el camino que ha tomado toda la familia Scott. —Habló nuevamente Harry, —¿Pero sabes qué pasó? Nunca fue suficiente. Cada día parecía empeorar, si no lograba cumplir con sus expectativas me diría centenares de cosas horribles para volver a intentarlo.
—Hermano, no sé qué decir. —Respondió Caleb con la voz entrecortada. —Todo esto debió ser muy difícil para ti, y aún así, sigues aquí en pie.
—Yo... Sólo necesitaba desahogarme, nunca antes lo había hecho. —Dijo cabizbajo. —Pero, dejando eso de lado, quería preguntarte algo.
—Dime, sin rodeos. —Respondió atentamente Caleb.
—Dejé mi casa y no sé a dónde ir, —confesó. —Me preguntaba si podrías alojarme en tu departamento mientras me estabilizo. Pero no te preocupes, conseguiré algún trabajo de medio tiempo, con ese dinero podré ayudarte a pagar la renta y alimentos. —Aclaró antes que nada.
—Sabes que no tengo ningún problema en que te quedes aquí todo lo que necesites, —se cruzó de brazos con un gesto de obviedad. —No seas tonto, eres mi mejor amigo, no te dejaría solo en momentos como estos.
—No sabes cuánto agradezco lo que estás haciendo por mí, —dijo Harry con claro alivio en su voz, sentándose en el mueble y apoyando sus codos en sus rodillas. —En serio eres el mejor amigo.
—No hay de qué agradecer, es lo menos que puedo ofrecerte con todo lo que está sucediendo en tu vida. —Se sentó a su lado. —Espero que todo mejore para ti, hermano.