—¡Hola, Frederick! —Dijo Melissa con el teléfono en su oído, con su típica alegría y entusiasmo. —Quiero pedirte un favor enooorme.
Harry solo se quedaba quieto en el asiento del auto, nunca nadie le había ayudado con temas de lo que le apasionaba. Le parecía extraño que ella le ofreciera apoyo así por así, ¿acaso tramaba algo? Aunque no pareciera serlo, confiarse no era la mejor opción. Aún así, no podía evitar verla con ternura.
—¿En serio puedes hacerlo? ¡Eso es fantástico! Ya estoy llegando, sólo queda una cuadra, —respondió la chica a lo que sea que le estuviesen diciendo, interrumpiendo sus pensamientos. Colgó la llamada y siguió al volante.
—¿Estás segura de esto? Si es una molestia perfectamente podríamos devolvernos. No me malinterpretes, me encanta la idea pero, siento que te molesta ayudarme. —Admitió Harry, viéndola desde su asiento.
—¡No seas tonto! Por supuesto que me encanta ayudarte, —exclamó Melissa desde su asiento. —No sé exactamente por cuántas cosas has pasado, pero si por una vez en tu vida llega alguien a querer ayudarte de corazón, sólo aceptalo. Te aseguro que te llena de una paz enorme.
Melissa escupió lo que sentía, quería decírselo desde que lo conoció pero no se sentía con mucha confianza. Tampoco la tenía actualmente, pero percibía más libertad para confesar aquello. Harry se quedó callado sin saber qué responder exactamente, la determinación y seguridad con la que dijo esas palabras le causaban ganas de abrazarla.
—¡Ya llegamos! —Dijo alegramente Melissa, mientras estacionaba el auto en la acera y Harry organizaba su bolso lleno de sus escritos impresos.
Ambos bajaron y caminaron unos pocos metros hasta la casa de Frederick en silencio; la chica iba caminando alegremente y Harry con la vergüenza yendo a mil kilómetros por hora.
Este observó como Lombard tocaba el timbre de aquella linda casa con estilo noventero, inmediatamente se sintió atraído por el lugar. Segundos después, salió un chico de piel morena con ojos llenos de sueño. Saludó a la chica y luego a Harry cordialmente, los invitó a pasar y aceptaron gustosamente.
Apenas entró, quedó encantado con el interior de aquella casa, pues todo era totalmente noventero, cosa que lo hacía sentir cómodo y a gusto. Se sentaron en el mueble y mantuvieron una pequeña conversación trivial.
—Entonces, querida, ¿cuál era el favor que pensabas pedirme? —Preguntó Frederick a la chica, mientras ponía una de sus piernas encima de la otra.
—Pues, verás, —Lombard vaciló un poco para continuar, —él es Harry, y escribe de maravilla. Como sé que tienes una editorial, me preguntaba si podrías publicar algunas de sus obras allí. —Melissa puso ojos de perrito y juntó sus palmas en forma de plegaria. Se miraba totalmente tierna, pensó Harry.
—¡Cariño, por supuesto que me encantaría! Sabes que adoro hacer este tipo de cosas, solo dame el material y yo haré todo el trabajo.
—¡Muchas gracias, Frederick! De verdad eres como un ángel. —Agradeció emocionada Melissa, mientras se levantaba y le daba un enorme abrazo
Harry comenzó a sentir algo extraño al verlos así tan cariñosos y abrazados. ¿Acaso era el chico que le gustaba? Pensó, aunque no podría asegurarlo ya que no sabía prácticamente nada sobre su vida. Así que, lo más seguro es que estaba experimentado aquello tan famoso por lo que todos pasan: celos.
—¡Muchísimas gracias, Frederick, algún día te pagaré todo esto! —Dijo Harry alegremente, mientras se levantaba y estrechaba su mano en gesto de agradecimiento.
—No tienes porqué agradecer, muñeco. —Respondió este coquetamente. —Por cierto, Melissa no me gusta, soy gay tesoro. He pillado cómo nos mirabas mientras le daba un abrazo.
Melissa y Frederick soltaron una gran carcajada, mientras Harry reía por lo bajo intentando ocultar el carmesí en sus mejillas. Su debilidad era nunca haber experimentado aquellas emociones.
Todos se despidieron y salieron de la casa, mientras se montaban en el auto y permanecían en un cálido silencio. Lombard comenzó a buscar las llaves en su cartera para encender el auto, mientras que Harry empezaba a tener inseguridad con respecto a la publicación de sus cosas.
—Melissa, ¿crees que de verdad funcione esto? Es decir, qué consiga éxito y un poco de reconocimiento. —Habló repentinamente este, mirando hacia el frente.
—No lo creo, estoy segura de eso. ¿Por qué lo dices? —Dejó de buscar las llaves y le prestó atención.
—No lo sé, creo que es porque siempre han minimizado mi potencial, lo que me llevó a tener muchas inseguridades hoy día. Temo que nada salga como yo espero.
—Harry, por supuesto que nunca nada nos va a salir tal y como esperamos, mayormente termina mejor. Tus pensamientos son semillas, y lo que cosechas dependerá de las semillas que plantas; así que, si continúas pensando cosas negativas, tendrás una pésima cosecha. —Soltó Melissa, viéndolo fijamente a los ojos.
—¿Cómo es que siempre puedes ser tan positiva? ¿Nunca has sufrido? —Preguntó Harry nuevamente, —desde que te conozco no te he visto triste o pesimista ni una sola vez.
La chica soltó un suspiro y bajó la mirada hacia el volante del auto, le dio justo en el punto que la volvía débil. Se mantuvo así durante unos segundos, pensando en cómo le diría lo que la atormentaba cada día. Mientras tanto, él esperaba pacientemente a que hablara, toda su alegría parecía haber desaparecido en cuestión de segundos.
—Recuerdo como si hubiese sido ayer esa noche buena en navidades, —habló finalmente, —mis padres y yo íbamos en el auto a comprar algunas cosas para la cena navideña. Entramos a la tienda y estábamos muy felices, riendo y haciendo bromas junto a mi padre, mientras mi madre elegía los típicos manteles de mesa para señoras. Salimos de allí, en la radio del auto sonaban villancicos y canciones navideñas, me sentía como la niña más feliz del mundo. Recuerdo que, en cuestión de segundos, un enorme camión que iba a una velocidad exagerada impactó contra noso...