The secret of Harry

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Dos años.

Dos años han transcurrido desde aquel trágico día que Melissa perdió la vida. En ese mes de diciembre que se supone que son alegrías y mucha comida, y todo lo que recibí fue perderla a ella y al bebé que había sido recién concebido.

No han pasado muchas cosas interesantes en mi vida desde la triste tarde del entierro de Melissa. Todos siguieron con sus vidas como si nada hubiera pasado, y en sus ojos un deje de tristeza y felicidad por su recuerdo. ¿Cómo podían vivir sabiendo que ella nunca jamás nos abrazaría abruptamente diciendo que todo estaría bien? Vivir sin esa sonrisa y alegría incomparables, una personalidad llena de vida.

Retiré el cigarrillo lentamente de mis labios con el dedo índice y el del medio, liberando aquel humo reconfortante que a cambio te arrebataba pequeños fragmentos de vida. Lo dejé en el platillo que se encontraba en la mesita de la nueva y enorme sala de estar.

Porque sí, dejé atrás a todo aquello que me recordara a la difunta Melissa Lombard, acumulado todo en cajas llenas de polvo en aquella casa que fue testigo de tantos momentos maravillosos. Me mudé a un departamento de lujo en este pequeño pueblo, un ermitaño solitario que ya no recibía visitas de nadie.

Al parecer el género literario de decepciones amorosas, realidades tristes y tormentosas se me daban excelente en demasía. Los libros que escribo desde entonces tienen mucho éxito, incluso uno llegó a ojos de americanos.

Caleb a pesar de tener una vida muy ocupada y atareada se pasaba regularmente por el departamento, esperando siempre una hora a que le abriera la puerta. Le enviaba mensajes diciendo que no servía de nada que hiciera aquello, puesto que no le abriría la puerta por más que se le fuera la vida tocando el timbre. Un lindo detalle, pero sinceramente no deseaba hablar con nadie... Sólo con ella.

Pero no está, la luz fue llevada a un lugar hecho de su esencia, donde sé que merece estar.

En este mundo no es más que luz desvanecida.

Luz extinta.

Su luz me fue arrebatada, y ahora me encuentro sumergido solo en esta sucia y absoluta oscuridad, sin ningún camino iluminado y esa sonrisa que me desprendía de cualquier cutre burbuja, burbuja en la que me encuentro atrapado sin poder ni querer salir. Una burbuja en la que no importa cuánto tiempo estés dentro de ella, en la que no importa cuántos pinchazos des, se rehúsa a liberarte, y mucho menos cuando tú no quieres renunciar a lo único que te queda en el mundo, sin importar que esta sea la vieja amiga soledad, una combinación entre el blanco y negro.

Repentinamente mis pensamientos fueron interrumpidos por el fugaz recuerdo de tener que llevar una caja llena de varios de mis libros a la biblioteca central de Alsacia, puesto que el encargado de esta tarea enfermó gravemente y no confío en nadie más que él para hacerlo.

Me levanté con desgana del cómodo sofá, para dirigirme a las escaleras que llevan al desván. Abrí la puerta, tomé la caja con mediano peso y la sostuve con uno de mis brazos mientras cerraba con llave el polvoriento lugar. Bajé, tomé las llaves del departamento y caminé hacia la puerta de salida, al mismo tiempo que tomaba mi saco del perchero, cada diciembre se vuelve aún más frío con su ausencia.

Mi auto, por desgracia, no se encontraba en condiciones para usarlo debido al tiempo en que dejé de llevarlo al mecánico a que le hicieran mantenimiento.

Bueno, después de todo, el día no está tan mal como pensaba, las nubes están mezcladas con los casi imperceptibles copos de nieve que caen a cada segundo. Me removí un poco en mi saco, buscando un poco de calidad en este.

Enfoqué mi vista a mi alrededor, sacando deducciones de las personas que caminaban como cualquier otro por las calles frías y coloridas de Alsacia.

Estaban los que parecían felices y agradecidos con la vida, mostrando sonrisas que mostraban casi todos sus dientes, manos sujetas cálidamente y otros con sus pequeñas y grandes familias.

Luego de ese feliz grupo, se encontraban los medianamente felices, que no sonreían pero tenían la esperanza plasmada en sus rostros mientras compraban detalles navideños, esperando que el próximo año les vaya mejor.

Y, finalmente, los que día con día tienen guerras internas contra ellos mismos y sus problemas, los que se preguntan con decepción el porqué de su existencia, quienes cualquier camino los lleva a una lamentable desgracia. Los que son infelices y se perdieron en algún punto del camino, sin saber cómo regresar. Supongo que en ese grupo estoy yo.

Por cierto, ¿desde cuándo el centro me parece unos tonos más opaco? Antes me parecía que los colores tenían vida.

Sin darme cuenta llegué a la enorme biblioteca, con el típico estilo tétrico y estatuas de especies desconocidas para mí, y a un lado tres enormes árboles que daban sombra a los universitarios en verano y primavera. Solté un pesado suspiro debido al tiempo que no salía de mi departamento, subí las enormes escaleras que daban con la entrada de estilo antiguo y paredes grisáceas con un tono blanco imperceptible.

Me dirigí hacia la recepción en la que aparentemente atendía una mujer de edad un poco avanzada, supongo que este lugar es ideal para la edad que tiene.

—Buenas tardes, soy Harry Scott y vengo a entregar un pedido que hicieron hace apróximadamente, el encargado de hacer esto enfermó y es la razón por la que no se encuentra. —saqué mi tarjeta de identificación de mis bolsillos y se la mostré a la señora, —hay tres libros y cada uno cuenta con una docena, supongo que el otro pedido llegará la semana entrante.

Esta asintió con una característica sonrisa de señora cariñosa, pidió a un ayudante que llevara la caja al depósito, así que di por hecho la entrega y regresé por el mismo camino que entré. Llegué hasta la entrada y metí una de mis manos en un bolsillo de mis jeans, con la intención de sacar un cigarrillo, claro que ese momento nunca llegó.



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En el texto hay: tristeza, amor, murte

Editado: 12.10.2020

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