"The Sky" - A puro Rock and Roll

Capítulo 5

 

 El viaje en avión fue tranquilo, sin turbulencias ni contratiempos. Traté de hablar seriamente con Ian, pidiéndole sobre todas las cosas discreción en su modo de actuar —y de paso esas indicaciones iban dirigidas hacia mí mismo—. Parecía un padre reprendiendo a su hijo; pero no quería que él se abalance sobre Lee Stoff y que todo termine en un absoluto desastre.

         La vista desde las alturas era impresionante, y apenas tres horas más tarde aterrizamos en el aeropuerto de Lisboa. Al salir de la manga fuimos a buscar el equipaje, y a unos metros de distancia de la cinta transportadora reconocí un cartel con mi nombre. Se trataba de un sujeto de lentes oscuros que sostenía una pizarra en la que se leía: «Tomás Hamilton y Cía.». Me acerqué a él y le mostré mi pasaporte. El hombre buscó un carrito y sin aceptar nuestra ayuda cargó nuestras pertenencias y nos escoltó hasta un coche particular.

         Una vez arriba del auto emprendimos la marcha hacia el siguiente destino. Ambos dormitábamos en el asiento trasero, ya sintiendo el cansancio apoderarse de nuestro cuerpo. Las horas sin dormir tarde o temprano iban a pasarnos factura, y al parecer ya había llegado ese momento. No tengo idea de cuánto duró el viaje; quizás una hora o una hora y media por la congestión del tráfico. Pero recuerdo que cuando llegamos y desperté, sentí que la siesta había sido revitalizadora. Ian dormía a mi lado con la boca semi abierta. Lo sacudí un poco y abrió los ojos con presteza, incorporándose con rapidez.

         Para mi sorpresa, el hotel de Lee Stoff no era un sitio a todo trapo como había imaginado. Más bien estaba ambientado al cálido estilo colonial; provisto de sus encantos, por su puesto, pero lejos de ser lujoso. El sujeto que nos fue a buscar al aeropuerto nos guio hasta una de las habitaciones sin siquiera hacernos pasar previamente por la recepción para registrar nuestra visita. Al no tratarse de una época vacacional, el lugar se veía casi vacío, frecuentado exclusivamente por parejas de ancianos que tomaban clase de aquagym en la espaciosa piscina climatizada. 

         Nos tocó una suite compartida, que constaba de dos habitaciones, un baño y una pequeña cocina provista con mesas y sillas. Una vez que dejamos los bultos en el suelo decidimos salir a conocer el hotel; no sin antes arremangarnos los pantalones hasta las rodillas, ya que el día estaba caluroso y soleado. Era mi primera vez en Portugal, y también la primera vez de Ian. El clima difería mucho a lo que nosotros acostumbrábamos… Donde predominaban los días grises y los bruscos descensos de temperatura.

         Caminamos por el amplio pasillo de piso alfombrado, decorado con finos espejos hasta que llegamos a la recepción. Los ventanales vidriados bañaban el entorno de luminosidad, y en uno de los accesos laterales pude divisar la cafetería, donde supuse que debían servirse todas las comidas. En la pared que se encontraba de frente a la recepción, vidriada de extremo a extremo, distinguimos una puerta del mismo material que conectaba con el sector del exterior, donde antes habíamos visto la pileta. Ian se dirigió directo hacia allí, tentado por la sombra que había junto a la barra de bebidas —o quizás más tentado por la bebida que por la sombra misma, ahora que lo pienso—.

         Una vez que salimos al aire libre seguimos por un camino de madera, ligeramente humedecido por la gente que salía y entraba de la piscina. En los alrededores se apreciaban arbustos prolijamente podados, sombrillas coloridas con el símbolo del hotel «Stoff Resort»; y más allá en el sitio donde se encontraban las reposeras de madera el terreno estaba cubierto por arena. Era un sitio agradable, provisto de todo lo necesario para relajarse y disfrutar.

         Nos encontrábamos cruzando el camino que rodeaba la piscina cuando sentimos la espalda salpicada. Lo primero que pensé fue que alguien se había tirado del trampolín, pero a los pocos segundos me vi totalmente empapado. En ese momento escuché una carcajada conocida desde el agua. Cuando volteé divisé a Lee, nadando junto a otro grupo de personas, aparentemente divertido por pescarnos con su broma. Ian ahogó un grito y aferró los nudillos a la cerca que bordeaba la pileta. Yo por mi parte me paralicé, hasta que un nuevo salpicón me hizo sentar los pies sobre la tierra.   

— ¿Van a quedarse ahí afuera o piensan unirse? ¡El agua está deliciosa! —nos dijo Lee, moviendo sus brazos en el agua que le llegaba al torso.

—No trajimos ropa de baño —contesté.

—Al principio cuesta acostumbrarse al cambio climático. ¿Quién lo diría, no? Una diferencia tan brusca para una  distancia relativamente corta… Pero verán como pronto se deja de extrañar el clima de Inglaterra  —comentó Lee y luego agregó—: Hay tiendas para turistas por todos lados. Cuando salgan a recorrer de seguro conseguirán algo… Aunque procuren que no sea un traje de baño tan discreto como el mío, o me harán perder la popularidad con las chicas.



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En el texto hay: musica, musica rock, rockeros

Editado: 24.02.2019

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