"The Sky" - A puro Rock and Roll

Capítulo 11

 

         Una semana más tarde, durante la noche, alguien golpeó la puerta de casa. Pensé que se trataría de algún hecho desafortunado. Si los periodistas osaban venir hasta mi hogar iba a encontrarme en serios problemas. Tendría que establecer un límite, y no me caracterizo por ser amable cuando me veo en aprietos. Por suerte no se trataba de reporteros ni de fotógrafos. Eran Lee, Richard y Roger, quienes habían viajado desde Londres en un vehículo privado.

A esas alturas ya había aprendido a cesar mi euforia cuando alguno de ellos estaba cerca. Podría decirse que me encontraba en condiciones de permitirme un trato cordial, medianamente civilizado, obviando el fanatismo que muchas veces se tornaba demasiado evidente. Cuando los vi comprobé que ninguno de ellos estaba disfrazado. Los tres vestían sus ropajes habituales, informales de los pies a la cabeza.

         Una vez en la sala Roger tomó una guitarra que había cerca y se puso a rasgar una canción de Bob Dylan. Richard tomó asiento en el sofá y Lee se dedicó a curiosear mi colección de discos de vinilo y los libros que se exhibían en una de las repisas. Casi en todas partes había objetos relacionados con los Purple Roll, pero ninguno de los tres pareció incomodarse por aquello.

Me hubiera encantado poder agasajarlos con algo especial; pero no tenía nada apetitoso para cocinar en el refrigerador, y dado el horario, el supermercado debía encontrarse cerrado. Recordé que tenía varias pizzas en el congelador. Simples pizzas de mozzarella, que no le hacían honor ni a un zoquete agujereado de Roger Evans… Pero en fin, eran mejor que nada.

Fui hasta la cocina, encendí el horno y dejé que se cocinaran. Los refrescos no fueron un problema, tenía varios en la heladera. Le atribuyo ese mérito a mi padre, quién siempre traía consigo una importante cantidad de provisiones cada vez que venía a verme, especialmente si había partido de los Queens Park Rangers, naturalmente.

—Tienes que mejorar tu dieta, jovencito, o terminarás como nosotros —me dijo Lee, aunque de cualquier manera no despreció una porción una vez que deposité la fuente sobre la mesa del living.

—Entonces deberé redoblar el sacrificio —comenté animado, y todos rieron.

—Llevábamos varios años sin venir a Hertford —comentó Richard Jones, mientras renegaba a causa de la elasticidad del queso, que se salía por los bordes—. Ahora que lo pienso, siempre pasábamos cerca, por la autopista, pero nunca llegábamos hasta aquí. Personalmente, todavía me emociono cuando recorro estas calles.

Aquella conversación de veras me interesaba. Siempre había querido averiguar cuáles eran sus pensamientos ocultos. Desde la juventud ansiaba saber cómo habían vivido ellos ese cambio radical en sus vidas. Me parecía relevante descubrir qué se sentía regresar a casa convertido en una estrella.

—Es muy emocionante, coincido contigo —apuntó el fenomenal Roger, quien por cada mordisco que daba a su porción bebía diez tragos de cerveza—. La última vez que vine aquí, hará unos cinco o seis años, insistí visitar la antigua casa que pertenecía a mis padres. Desde el ventanal de la calle se veía la chimenea… En ese mismo sitio, en una navidad muy lejana, me esperaba mi primer bajo eléctrico. Me movilizó pensar en todas las cosas que dejamos aquí… Nuestra juventud, por ejemplo.

—Mmm la juventud. Debe ser por eso que no venía muy seguido —bromeó Richard.

—Antes de dormir, o cuando necesito relajarme, la mente automáticamente me traslada aquí a Hertford… Me recuerdo caminando, de adolescente, por las calles tranquilas de mi barrio. Por aquel entonces mi cabello sobrepasaba la altura de mis hombros, y siempre llevaba ropa desaliñada que mágicamente se tragaba la lavadora… ¡Vaya, ahí hay una buena fotografía! —Lee señalo la pared, donde había un retrato de los Purple Roll que databa de finales de los sesenta—. Había olvidado por completo esa imagen. Si mi memoria no falla, creo que fue tomada en la vereda de la casa de Jon. Sí, definitivamente eso de ahí atrás era el viejo Cadillac de su abuelo.

—Dos meses más tarde lo vendió para que Jon instale su batería en el garaje —recordó Roger—. Todos insistimos para que no lo hiciera, adorábamos esa nave, pero George decía que era nuestro fanático número uno y que prefería vernos ensayar en su casa.  Buenos tiempos aquellos.

—Sí que lo fueron —coincidió Richard—. Cambiaría todo el reconocimiento del mundo por regresar un rato al pasado. Pero no debemos desanimarnos… Lee sigue siendo apuesto y Roger continua siendo el mismo insoportable de siempre, con su carácter imperecedero de mamá gallina. ¡En cambio mírame a mí! Parece que me pasó un tornado por encima… Tenía los músculos en su sitio y pasarían diez largos años antes de que apareciera mi primera cana.



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Editado: 24.02.2019

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