El día era soleado, los pájaros cantaban en mi ventana y yo acababa de despertar de una pequeña siesta.
Bueno, eso no es del todo cierto, en definitiva, no acababa de despertar de una siesta, los pájaros no cantaban en mi venta, porque ni ventana tengo en mi habitación y tampoco era un día soleado, era de madrugada, lluvioso, muy lluvioso, con truenos y toda la cosa. También me pareció haber escuchado algo de granizo.
En fin, el punto es, el cielo se estaba cayendo y no estoy hablando que literalmente se estaba cayendo, como esa película de Disney llamada Chicken Little, donde literalmente el cielo sí se estaba cayendo, no, aquí estaba lloviendo a cántaros y eso había provocado que la luz se fuera en mi humilde rancho.
Como odio vivir en el medio de la nada.
Eran las tres de la mañana y yo no tenía luz desde hacía un par de horas, lo cual de cierta manera era frustrante, porque estaba haciendo un calor de los mil demonios y simplemente yo no podía dormir así, no, Julieta Bécquer no duerme nunca con calor. En momentos como estos resentía mi decisión de tener una vida rural.
Pero bueno, ¿qué podía hacer? Nada, solo aguantar y esperar en la penumbra de los recuerdos más bellos que tuve cuando en mi casa había luz y no la supe aprovechar como era debido, esos momentos en los que podía dormir con mi ventilador dándome directo en la cara.
Suspiré mientras tomaba asiento en el mueble de mi sala y vi a mí al rededor, todo se veía mucho más escalofriante, las fotos que tenía con mi familia no parecían eso, sino fotos feas y viejas de personas totalmente desconocidas.
También tenía otro problema, además de la irritante calor y es que había olvidado comprar velas, mamá siempre me decía que debía comprarlas, pero siempre lo olvidaba, ahora mismo estoy resintiendo mi poca memoria. Te amo mami, te odio memoria.
Estaba mentalmente regañándome por mi poca memoria, cuando lo escuché, un golpe en la puerta, yo salté asustada, apenas lo escuché ¿Era real? De inmediato comencé a temblar de miedo ¿Quién llamaba a la puerta de alguien a las tres de la mañana? Me quedé en silencio, con la esperanza de que fuera un animalito que tenía curiosidad por mi puerta. Pero no, diez segundos después de silencio, el sonido regresó.
Maldije en voz baja mientras me levantaba y me alejaba de la puerta ¿Y si era un asesino? Tenía que serlo, ningún loco iba a tocar la puerta de alguien en medio de una tormenta, en la madrugada y sobre todo en una casa que quedaba en el medio de la nada.
Estaba muerta del miedo cuando escuché que el picaporte de la puerta comenzó a moverse, mi corazón iba a mil por hora y sentía que no podía respirar, mi pijama de Cosa 1 no ayudaba a verme más intimidante y obviamente mi estatura tampoco ayudaba mucho. Miré hacia todos lados y logreé ver cerca de la puerta uno de mis palos de golf, mentalmente me felicité por dejar mis cosas en todas partes.
Lentamente, me acerqué a la puerta y agarré el objeto, estuve lista para cualquier cosa cuando de repente escuche una voz del otro lado.
- Maldición ¿Hay alguien ahí? Por favor, si hay alguien, ¿me puede ayudar? Mi carro se varó en medio de la nada y no puedo arreglarlo con esta lluvia.
La voz era gruesa, pero no tanto como para no entenderle casi nada, se escuchaba joven, casi podía apostar a que se trataba de alguien de no más de veintiún años.
- ¿Tu carro se varó? - pregunté en voz baja y temblorosa, es obvio que estaba muerta del miedo.
- Sí, justo en frente de tu casa - dijo la voz del otro lado - es una suerte, porque literalmente tu casa es la única cerca por acá - ¿podrías ayudarme? De verdad, te lo agradecería un montón.
- ¿Cómo sé yo que esto no es una mentira y no eres un asesino que quiere matarme y llevarte mi cabeza o corazón como un trofeo, tipo esos locos que coleccionan partes del cuerpo de sus víctimas? - pregunte casi sin aliento y con mi voz temblando, aun sosteniendo en posición defensiva el palo de golf.
- Te puedo jurar que no soy un asesino - mire a la puerta con una mirada de ¿Es en serio? Y solo rodé los ojos.
- Eso es exactamente lo que un asesino diría, además, tus ocho palabras no prueban nada - estaba renuente a dejarlo pasar.
No, no, no. Que mate a alguien más, a mis veinticuatro años no había vivido lo suficiente como para morir de una manera tan estúpida y despiadada.
- Bien, ¿qué quieres que haga para probar que no soy un asesino?
Y literalmente lo pensé, de verdad lo pensé. ¿Qué se supone que debe hacer un desconocido para probar que no es un asesino? No se me ocurrió mucho la verdad.
- ¿Qué le sucedió a tu carro? - decidí preguntar.
- La verdad, es que no lo sé, se supone que es nuevo, así que no tengo gran idea de lo que le sucedió.
Lo pensé un poco y para mí sonaba sincero, así que sin bajar la guardia y comencé a caminar hacia la puerta y comencé a quitar todos los seguros que tenía la puerta.
Cuando finalmente la abrí, no me espere ver lo que había del otro lado del marco de la puerta.