Estaba en la cocina haciendo uno de mis deliciosos sandwiches cuando siento que una revoltosa bola de pelos pasa por detrás de mí.
- Aimar, no intentes esconderte de mí, porque ya te vi - dije sin voltear a ver y con una sonrisa en el rostro.
- Pero - dijo la pequeña vocecita - ¡Mamá! - exclamó con enfado y berrinche.
Volteo a verla con la ceja enarcada y una mirada de advertencia, haciendo que el pequeño berrinche acabe un poco y mi pequeña bebé baje la mirada con arrepentimiento.
- Lo siento mami - dijo en un susurro - pero papá me dijo que viniera a buscar a nieve y aún no lo encuentro - dijo esta vez más alto y con un pequeño puchero en la boca.
Miré directamente a mi hija y no pude evitar notar lo parecida que era ella y su padre, los mismos ojos que alguna vez me enamoraron, la misma nariz e incluso el mismo carácter, al menos podía decir que Aimar había sacado mi cabello, lo cual era una recompensa luego de llevarla nueve meses en mi vientre.
Con una cálida sonrisa me agaché a la altura de mi pedazo de cielo y le manché un poco la nariz con un podo de la mayonesa de mi sandwich haciendo que juntas riéramos a carcajadas.
- Creo que vi a nieve en tu habitación de juegos - le dije cuando paramos de reír.
Los ojos de mi hija se iluminaron al escuchar eso.
- ¡Gracias, mamá! - y salió corriendo antes de que yo pueda decirle algo.
No pude evitar sentir un poco de nostalgia al verla correr por toda la casa, sintiendo como el tiempo, no perdonaba a nadie y este corría como si de una carrera se tratase.
Habían pasado diez años desde aquel suceso, cinco desde que había tenido a mi hija. El camino no había sido fácil, para nada. Hubo momentos en los que me llegué a sentir sola, en donde sentí que el trabajo que hacía no rendía frutos, no importaba lo mucho que mis padres iban a visitarme, simplemente no era suficiente.
Así que decidí tomar una decisión importante, que fue vender mi casa de campo y comprar una en el pueblo. Al principio fue duro, tuve que acostumbrarme una vez más a estar rodeada de personas, pero me sentía bien, adopté a nieve e incluso hice nuevas amistades que seguía conservando.
En cuanto a él...
- Querida, creí decirte que no podías levantarte de la cama. Mucho menos agacharte, el doctor dijo que debías seguir todas las indicaciones.
Disimuladamente, rodé los ojos y me levanté dándole una falsa sonrisa.
- Ethan, cariño - dije con una voz calmada - solo quería un sandwich, no estaba lanzándome de paracaídas - seguí manteniendo mi voz mientras veía a ese hombre que había amado desde hacía más de diez años.
Luego de que Ethan se fuera con sus abuelos, me quedé en casa, sola. Sintiéndome miserable y replanteándome lo que verdaderamente había sentido con él. De verdad creí que no iba a regresar, incluso la casa se sentía más fría sin su presencia. Todo era diferente.
Hasta que regresó dos días después, junto a sus dos abuelos y su auto que tanto había extrañado.
Decir, que me sentí feliz en ese momento, fue poco, estaba que rebosaba de felicidad, el amor de mi vida había vuelto a mí, con una caja de chocolates y un ramo de rosas. De inmediato me lancé a él en un abrazo.
- Veníamos hacia acá y la abuela me dijo que esto podría ayudar a que me perdones por haberte abandonado tantos días - dijo con una sonrisa apenada.
Pero a mí no me importaba eso, lo que a mí me importaba era que el amor de mi vida había regresado y estaba entre mis brazos, junto a mí.
Ese día conocí a las personas más importantes del amor de mi vida, fue algo maravilloso. Ethan y yo ese día decidimos iniciar una relación. No fue fácil, para nada. Mientras él seguía estudiando en la universidad, yo seguía en la casa del campo, sola. Es por eso que había tomado la decisión de mudarme, el chico de mis sueños estuvo ahí para apoyarme. También cuando adopté a nieve.
Claro, las peleas por la distancia y a veces por la falta de atención estaban ahí, pero supimos superarlas juntos.
Ethan siempre ha sido mi soporte.
- Sabes que en tu estado no puedes hacer tanto esfuerzo - dijo haciendo que regresara a la realidad, una en donde tenía a un Ethan frente a mí con cara de reproche - ¿Por qué no me dijiste a mí que te preparara el sándwich?
- Estoy embarazada Ethan, no invalida - dije acariciando mi pancita de cinco meses mientras una vez más rodaba los ojos, pero con una sonrisa verdadera - además a ti no te salen los sandwiches como a mí - alardeé un poco haciendo que finalmente Ethan se riera.
Aun con un poco de precaución se acercó a mí y pasó sus brazos al rededor de mi cintura, su lugar favorito.
- Perdón si he estado muy pesado. Solo quiero que todo vaya bien en el embarazo - dijo mientras me daba un beso casto.
Pase mis manos por su rostro, delineado sus facciones. A veces me llegaba a sorprender lo mucho que Aimar y él se parecían.
- Sé que estás asustado - susurré - pero ya pasé por esto una vez, puedo hacerlo una vez más - le di un pequeño puño en el pecho haciendo que finja una mueca de dolor y luego se riera junto a mí.
- Te amo, no me perdonaría si algo llegara a pasarle a las tres - dijo con seriedad y en voz baja.
Relajé mis facciones y me acerqué lentamente a darle un beso cuando un grito se escuchó.
- ¡La encontré! ¡Papá, mamá, miren! - exclamó con una gran sonrisa, su emoción era contagiosa.
Ethan se separó de mí para agacharse junto a ella.
- Sabía que podías hacerlo, campeona - le dijo, dándole un beso en la frente.
Mientras los veía juntos, no pude evitar sentir una oleada de calidez y gratitud. Este era mi hogar. Mi familia. Y aunque la vida no siempre había sido fácil, sabía que con ellos a mi lado, todo estaría bien.
Miré directamente a Ethan a los ojos y él sintió lo mismo, estaríamos bien.