Me siento débil. Ya no puedo con mi propio cuerpo. El hambre y sed me consume por completo. Estoy segura de que han pasado días desde que no veo a ese chico, no sé si debería alegrarme o temer.
En este tiempo que he estado encerrada he podido escuchar como hablan y conviven cada hora que pasan cerca de esta habitación. Sinceramente no he pensado en suplicar para que me den un poco de comida y agua, podría hacer que se molesten conmigo más de lo que ya están. He visto sus miradas, me miraban con odio al igual que mis amigas. No puedo dejar de comparar las miradas.
Entonces escucho como los seguros de la puerta suenan, como si fueran a abrir la puerta. «Comida, que sea comida.», pienso cuando veo que la perilla comienza a girar. No tengo ni la menor idea de como sentirme, si alegre porque han aparecido o temor por a lo que sea que vengan.
Mis pensamientos se callan cuando veo entrar a todos, uno por uno, con expresiones igual de frías.
Mi cuerpo se paraliza del gusto que me da cuando el último, el de lentes, que viene con un plato con comida. ¿Es para mi? Debe de serlo. Bueno, espero que así sea.
Se acomodan alrededor de mi cama. Y al instante me siento pequeña, y pueden notarlo. Miro al suelo, evitando el contacto visual. De vez en cuando miro al plato con comida y siento la necesidad de preguntarle si me lo dará, pero no hace falta porque se acerca y lo pone sobre la cama. Yo claro que lo tomo, casi al instante, dudando sobre si es verdad que es para mí. Me apresuro a comer con rapidez, disfrutando cada trozo de verdura que hay en él. Casi no mastico nada, solo dejo que pase. Me siento desesperada y tonta, comiendo así.
Ellos permanecen en silencio mientras yo como. Esperan a que termine para hablar.
—¿Quién eres? —El de lentes es el primero en hablar. Me desconcierta la pregunta. El de cabello castaño oscuro sin lentes, de ojos oscuros, que está al lado de él, le da un codazo en las costillas, como si la pregunta no fuera lo más ideal para comenzar con algo.
—En realidad, es una buena pregunta —dice el chico rubio. El chico de lentes lo mira contento por defenderlo—. ¿Por qué no comenzamos por ahí? —Me mira, esperando a que conteste.
Las palabras no salen de mi boca durante un tiempo. No sé muy bien que les diré, no recuerdo nada. ¿Debería empezar con eso?
—¿Cómo te llamas? —Esta vez el chico que ha estado conmigo días antes habla. Es el más parece interesado en que yo responda. Siento un poco de presión por responder, su rostro hace que me sienta así.
—Mara —Digo después de tragar grueso.
—¿Mara, qué? —Me pregunta el de lentes mientras se los acomoda.
—No lo sé. —Respondo, desviando la mirada al suelo. No me gusta que ellos me vean, me hacen sentir tan inutil y pequeña.
—¿Por qué? —hablan al mismo tiempo, el de lentes y el que me ha advertido que debo ser Sabrina.
—Yo…no sé —respiro y exhalo en silencio mientras que ellos esperan que diga algo más—. No recuerdo.
—¿Qué es lo que no recuerdas? —El chico que más odio es el que habla esta vez. Es el más serio e inexpresivo. No quiero mirarlo para nada así que cierro los ojos cuando creo que se acercará.
—Nada de mí. —Suelto y la voz me sale cortada.
—¿Y de los demás? ¿Sabes quienes somos?
—No —admito—. Nada.
—¿Sabes que si descubrimos que si mientes podemos matarte? —Suelta con orgullo, un orgullo que me aterra. Lo que me hace pensar es que si que han pensado en que situaciones me pueden matar.
—Lo entiendo.
—Si no puedes recordar nada, entonces ¿cómo sabes que tu nombre es Mara?
Pienso en mis amigas. En la manera en que estaban tiradas en el suelo, en toda la sangre derramada. Cierro los ojos con más fuerza, dejando que las lágrimas se escapen de nuevo. Y de nuevo otra vez me siento más diminuta.
—Mis amigas me llamaban así. —Fingir que no duele mencionarlas es lo que intento demostrar. En cambio, parezco atemorizada. Y lo estoy, demasiado. La presencia de ellos me hace sentir sin valor, como si fuera un objeto. Tal vez para ellos si lo soy.
—¿Sabes que ellas no son tus amigas? —Cuestiona el que antes ha estado conmigo. Eso me pone en gran duda. ¿No lo son, acaso? Porque me parecía que sí. Fueron muy amables, sabían todo de mi—. Por lo menos ya no —ah, claro. Se burla de la situación de mis amigas. No aparenta que se burla por su semblante serio, pero yo sí creo que es una burla y me hace sentir peor—. Debes alegrarte.
No entiendo porque me dice esas cosas. Ellas salvaron mi vida cuando estaba en ese bosque, envuelta en sábanas y además de unas capas de cinta para que no pudiera moverme y que muriera ahí. Y ellos las mataron.
—Ellas no les hicieron nada… —Digo entre llanto, recordando cada uno de sus gritos de dolor.
—Lo sabemos. —El chico que más odio suelta.
Me quedo callada, llorando. Lo han admitido, ellos saben que no les han hecho nada y aun así las asesinaron. Eso me demuestra que tengo razón. Son personas frías, y sin corazón que hacen daño por propio gusto.