Tengo un tiempo acostada, viendo el techo, hay algunas grietas en él, son pocas. He contado cada grieta unas diez veces para quedarme dormida, pero no lo logro. Apuesto a que ni siquiera es de noche. No he dormido, he pasado demasiado tiempo sin descansar ni un poco, no desde que he estado pensando en quién puede estar trayendo comida para mi, a pesar de que estoy cien por ciento segura de que es ese chico con piel bronceada y pelinegro que me ha tratado diferente.
He escondido algunos platos y vasos que me ha traído, debajo de la cama. Pienso en que en algún momento se acabarán y tendrán que llevarse los que he estado acumulando. Cuando eso pase sabré quién es el chico. Solo estoy esperando a que llegue ese momento para que mis dudas se resuelvan.
Espero y espero hasta que de nuevo escucho el sonido de cuando quitan los seguros. ¿Será agua o comida esta vez? ¿O vendrá por lo que hay debajo de la cama? No lo sé. Solo me queda esperar más para saberlo.
Me siento en la cama cuando veo que están a punto de abrir la puerta, como si con eso fuera a ver mejor.
La puerta se abre un poco, como las demás veces, y se detiene. Esto me lleva a pensar que se trata de una visita de parte de la comida y no porque vengan a verme a mí. Todo esto se va a la basura cuando se abre más. Veo como el chico pelinegro sin lentes entra con media sonrisa que parece tímida. Mientras, me digo a mi misma que no es verdad, que todo de él es falso y alarmante porque puede estarlo haciendo por malas intenciones. En el fondo, sé que me gustaría que eso no fuera por eso…
Cierra la puerta detrás de sí y mantiene el silencio justo como yo lo hago. Nadie habla durante los próximos segundos. Se aclara la garganta tímidamente mientras se acerca a donde estoy.
—Hola, Sabrina —dice por fin. No digo nada, solo me quedo analizando cada uno de sus movimientos. Me siento intimidada no solo porque es uno de mis secuestradores, sino que también estoy sola y nadie puede defenderme si llega a hacerme algo—. Me imagino que has estado comiendo —me guiña un ojo. No estaba equivocada, en verdad era él. Me siento un poco contenta por saber que por lo menos una persona es diferente conmigo—. Si, era yo.
—¿Vienes por los platos y eso? —Me atrevo a preguntar, aunque como siempre, mi voz sale temblorosa.
—Si y no —responde. Recargo mi mentón sobre mis rodillas, esperando a que siga hablando—. Vengo a ver si estás bien —. Se acerca a la cama y yo retrocedo, no me siento cómoda cuando está cerca.. Él se sienta, seguro que creyendo que le he dado espacio para que sentara—. Sé que es obvio que no estás bien, pero por lo menos quería asegurarme que no estés sufriendo tanto, ¿entiendes?
—Estoy bien...supongo. —Respondo después de quedarme callada por un momento.
—¿No te duele nada? —Me pregunta, quizás porque mi voz pareció ser dudosa de lo que dije. El chico continua mirándome con atención, esperando a ver alguna señal de vacilación. Después maniego con la cabeza, dejando ver la clara vacilación que he tenido, que ha dejado en claro a él que no soy del todo sincera. ¿Podría molestarse por eso?—. ¿Segura? ¿Nada te duele? No te ves del todo segura.
—No es que me duela exactamente —desvio la mirada de él. Estoy tan sensible que siento ganas de llorar justo ahora—…Solo es molestia.
—A veces la molestia puede ser peor que el dolor —lo miro. Suena tan amable y comprensivo de verdad, pero ¿y si finge? ¿Cómo estoy segura de que no está aquí para hacerme daño?—. Puedo traerte una pastilla para que te sientas mejor. ¿Quieres una? —me ofrece. Como siempre, pienso y pienso, con desconfianza. Al final asiento—. Si no vuelvo en diez, finge estar dormida.
Veo como se levanta de mi lado y se va directo a la puerta. Una vez que la cruza, la cierra detrás de sí. Me quedo sentada, esperando a que vuelva, aún cuando pienso que me abandonará. Me llego a preguntar sobre si todos saben que ha venido a verme y las intenciones. ¿O viene a escondidas? ¿Y por qué haría algo así por mí? Son preguntas que no dejan de rondar por mi mente desde que se fue.
Siento que ha pasado una infinidad de tiempo. Siento la necesidad de ponerme y escuchar a qué se debe el ruido que hay del otro lado de la puerta. Se escuchan unas voces, como si estuvieran hablando lo más bajo posible, pero cerca de la puerta.
Cuando por fin estoy frente a la puerta escucho un poco más claras las voces. Dicen algo como:
—Sabes que es inesperado. Pero estoy seguro que es verdad —dice el chico que ha estado conmigo. Hay un silencio largo—. Creo que debemos cambiar de planes.
—¿Y qué pasa si no es verdad? —Parece ser la voz del chico con lentes.
—Fácil: Podemos retomar el plan cuando eso suceda. No hay nada que perder.
—Hay que hablarlo con los demás, no puedes tomarlo a la ligera —suspira con cansancio—. Y con lo que estás haciendo, podrían descubrirte como yo.
—No pueden hacer nada más que enojarse. Luego se les pasará. —Responde muy seguro de sí mismo.
—Van a querer asegurarse de que es verdad lo que dices, ¿estás dispuesto a que lo hagan como suelen hacerlo?
—Trataré de que sea diferente.
Hay un silencio que me advierte que se acerca y que debo ir a la cama.