The Vampire Diaries: Love Sucks [3]

CAPÍTULO 69

CAPÍTULO 69: El último adiós

STEPHANIE SALVATORE

El viaje de regreso a casa de los Mikaelson es silencioso. Las lágrimas se han secado, dejando una sensación de vacío. La camioneta vieja se siente extrañamente ajena a mí, como si ya no fuera parte de la vida que acabo de dejar atrás. Cuando estaciono frente al imponente recinto, las luces cálidas de las ventanas me reciben como un faro en la oscuridad. Me recuerdan lo que estoy a punto de perder.

Al entrar, el aroma a comida y vino inunda el aire. Encuentro a la familia en el salón principal, sentados alrededor de una mesa bellamente puesta. Freya se ha encargado de la magia, Rebekah de la decoración y, por el olor, Klaus ha cocinado. El ambiente es sorprendentemente tranquilo y normal, una burbuja de paz en medio del caos. Es una cena en mi honor, lo sé. Una última cena.

—Llegas justo a tiempo, querida —dice Elijah con su sonrisa educada.

Me siento a su lado, la silla esperándome.

La conversación fluye con facilidad.

Hablan de banalidades, de sus viejas vidas, de los planes futuros para la escuela.

Kol no deja de sonreírme, su mirada llena de un brillo que me rompe el corazón. Intento no pensar en que no seré parte de esos planes futuros, que esta noche es todo lo que tengo. Me río de los chistes de Kol, saboreo cada bocado, cada sorbo de vino. Quiero que este momento sea perfecto, un recuerdo que ellos puedan guardar.

Cuando la cena termina, Rebekah me abraza con fuerza.

—Me alegra que hayas vuelto —susurra—. Mañana vamos a buscar a unos brujos de la Cosecha, quizás ellos sepan cómo desvincular a los Ancestros de los vivos.

Miro a Kol, y él asiente. Sé que está mintiendo, que el plan es que yo muera. Pero me gustaría creer en sus palabras. Me gustaría que existiera una forma.

Una a una, se retiran, dejándonos a Kol y a mí solos en el salón.

El silencio se vuelve pesado, pero no de forma incómoda. Es un silencio de comprensión, de dos personas que han compartido un amor que pocos entienden.

Kol se acerca y me toma la mano, sus ojos fijos en los míos.

—¿Estás bien? —pregunta su voz, tan dulce como el vino que bebimos.

Asiento, mis ojos llenos de lágrimas que me niego a dejar caer.

—No lo sé —confieso con un hilo de voz—. Siento que me estoy despidiendo.

—No tienes por qué hacerlo —susurra, acariciando mi mejilla con el pulgar—. Tenemos una eternidad por delante. Una vez que todo esto termine, te llevaré a recorrer el mundo. Iremos a Italia, a Francia… a donde quieras.

Mis labios tiemblan, y no puedo evitar sonreír.

Es la mentira más dulce y cruel que me han dicho.

Es la vida que quiero, la vida que él cree que tendremos.

—Suena perfecto —logro decir, y Kol me besa.

Es un beso lento, lleno de una urgencia que no me había dado antes. Es una promesa, un juramento de que estaremos juntos.

Lo abrazo con fuerza, como si con mis brazos pudiera detener el tiempo. Su aroma, su calor… todo de él es lo que me mantiene en pie. Es el amor más grande que he conocido. Cuando nos separamos, me doy cuenta de que es mi última despedida.

—Prométeme que no dejarás que la venganza te consuma —le pido.

Él frunce el ceño.

—Nunca lo haría. No por ti.

Me besa de nuevo y me da un abrazo.

Mi corazón se va rompiendo en mil pedazos.

Solo me queda una cosa por hacer. Dar un paso más hacia el final.

—Voy a la cocina —le digo—. Necesito un poco de agua.

Él asiente, se aleja con pesar, y me mira hasta que entro por la puerta.

La cocina está oscura, solo iluminada por la luz de la luna que entra por la ventana. Pero no estoy sola. Elijah está de pie junto a la barra, con una taza en la mano, su postura habitual, imponente y serena. No se sorprende al verme, como si me hubiera estado esperando.

—¿No puedes dormir? —pregunta sin mirarme.

—Me siento abrumada —confieso honestamente.

Elijah asiente.

—Es comprensible. He preparado un té. Ayuda a calmar los nervios.

Me ofrece la taza, y la tomo. El vapor me calienta las manos. El aroma es de hierbas y algo más. Un sabor metálico y familiar.

—Gracias —murmuro, y antes de beber, me mira.

—No tienes que hacerlo —dice, su voz baja y llena de una emoción que rara vez deja ver—. Aún hay tiempo para buscar otra solución. La vida es un regalo, un lujo que muchos no tienen. Hay que aferrarse a ella, incluso si es solo por la esperanza de un futuro.

La suya es la mirada de alguien que lo ha visto todo. La de un hombre que ha hecho sacrificios por miles de años. Él sabe lo que estoy haciendo, lo que voy a hacer. No lo dice en voz alta, pero lo sé.

—Es un sacrificio, Elijah —murmuro, mis ojos ya llenos de lágrimas—. No me estoy rindiendo. Solo acepto que es la única forma de que todos ustedes tengan una oportunidad. Mi vida por la de todos.

Él asiente.

—Es un acto de devoción que pocos pueden comprender. No te culpo, no te juzgo, solo… te ruego que no subestimes el valor de tu vida.

Tomo un sorbo del té. El sabor es fuerte, pero siento un calor que se extiende por mi cuerpo. Es un calor familiar, el de su sangre. Mi corazón se acelera. Él me está dando una última cosa: fuerza.

—Sé que te estás despidiendo, Stephanie —dice con una voz llena de arrepentimiento y pena—. Es la única manera de que el plan funcione. Es mi responsabilidad cuidar de mi familia, mi hermano, mi sobrina. Pero también lo es de la tuya.

Lo miro a los ojos por un momento y logro sonreír.

—Gracias, Elijah. Por todo.

La taza sigue caliente en mis manos, pero el té ya no tiene sabor. Se ha convertido en un calor vacío. Me quedo parada en la cocina, saboreando el último momento de paz antes de la tormenta.




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