Capítulo 3: El sabor de la salvación
STEPHANIE SALVATORE
El mundo se ha detenido. El olor a sangre fresca, dulce y embriagador, llena cada rincón de la habitación. Mis ojos, ahora de un rojo intenso que no reconozco, están fijos en la mano de Elijah. La sangre gotea lentamente, un veneno y un elixir, un recordatorio constante de la elección que me han obligado a tomar. El hambre en mi garganta es una bestia que ruge, y mi cuerpo, a pesar de mi mente, se inclina hacia él.
No quiero esto. Mi orgullo, mi rabia, mi humanidad… todo se rebela ante la idea de rendirme. Pero el dolor, la sed, la angustia de estar en un cuerpo que no controlo, son mucho más fuertes.
El silencio en el estudio es insoportable.
Mis padres me miran con una mezcla de horror y piedad, Klaus observa la escena con una curiosa impaciencia, y Kol… Kol se niega a mirarme, su silencio es un castigo más grande que cualquier grito.
Elijah, con su calma eterna, da un paso más hacia mí.
Su voz, suave pero firme, corta el aire.
—Stephanie —murmura, su mano aún extendida—, no te pido que lo hagas por mí. No te pido que lo hagas por la familia. Te pido que lo hagas por ti.
Mi labio tiembla, y una lágrima solitaria se desliza por mi mejilla, un último vestigio de mi humanidad.
—No quiero esto —susurro, y mi voz se quiebra.
—Lo sé —responde él con una voz que suena rota, un dolor que casi podría ser real—. Te arrebaté tu elección. Y lo lamento más de lo que jamás sabrás. Pero tu sacrificio era un acto de amor puro, y no podía permitir que se perdiera. No podía permitir que tú te perdieras.
Él no me está rogando.
Me está dando una orden.
No de un vampiro a un inferior, sino de un superior. Una orden que no tiene palabras, sino que se demuestra con sus acciones. Un hombre que no quiere que su mujer muera. Un hombre enamorado que hará lo que sea para salvarla.
Mi orgullo se desmorona.
Mi rabia se desvanece, dejando solo un inmenso vacío.
El hambre se vuelve una fuerza irresistible.
Siento que mi garganta se contrae.
Me acerco, mis movimientos son extrañamente gráciles. Extiendo mi mano y toco la de él, suavemente, con la yema de mis dedos.
Elijah me mira a los ojos. En los suyos, veo un destello de dolor, de remordimiento y de alivio. Con un último suspiro de rendición, me inclino y mis labios se presionan contra su palma.
El sabor es un choque: metálico, dulce, cálido, como un vino oscuro que ha estado guardado durante siglos. Siento el poder antiguo de la sangre de Elijah, el poder de mil años de existencia. Es una descarga eléctrica que recorre cada fibra de mi cuerpo. La sed se calma al instante, reemplazada por una sensación de euforia. Mis sentidos se estabilizan. La cacofonía se convierte en claridad. Puedo escuchar cada latido del corazón de mis padres, el crujido de la madera bajo los pies de Kol y la respiración superficial de Klaus.
Me separo de Elijah, mi mente se siente limpia. Mi cuerpo se siente fuerte, indestructible. Miro mis manos, mis venas son más oscuras de lo normal. La sangre de Elijah me ha hecho un monstruo, pero también me ha salvado.
Mis padres se miran, sus rostros son pálidos. Saben que lo que ha sucedido es el fin de todo. Ya no soy su hija humana. Soy un monstruo. Y el miedo que sentían antes, ahora es algo más. Es un terror puro, no por mí, sino por ellos mismos.
—Tenemos que irnos —murmura Damon, su voz es baja y llena de una urgencia que nunca le había escuchado.
Elena asiente, sus lágrimas son ahora un torrente.
—No podemos… no podemos quedarnos aquí —murmura ella—. No con los mellizos.
Mi corazón se encoge.
Su miedo no es una ofensa, es una verdad. Una verdad que me golpea con más fuerza que cualquier puñal. Puedo ser una amenaza para ellos. Puedo ser un monstruo para mis propios hermanos.
—Elijah —dice Damon, su voz tiembla—. Tú y tu familia… saben cómo funciona esto. Tú… tú la convertiste, tú le enseñaste todo lo que tiene que saber. Nosotros… Nosotros ya no podemos ayudarla.
Las palabras de mi padre me duelen, pero son la verdad.
Mi padre y mi madre habían sido vampiros. Pero habían elegido una vida humana para tener a mis hermanos y a mí. Habían renunciado a la inmortalidad para darnos la oportunidad de una vida normal. Ahora, se veían obligados a entregarme a un mundo que habían abandonado, a una existencia que habían temido.
Elijah se queda callado, mirándome.
—Entendemos —dice al final, con un tono suave.
—Por favor, enséñenle —dice mi mamá—. Enséñenle a controlar su sed. A ser… a ser una buena persona.
Kol finalmente levanta la cabeza. Sus ojos se encuentran con los míos, y en ellos, veo un dolor tan profundo que mi propio corazón, que ahora no late, se siente como si fuera a estallar. Él entiende el sacrificio que han hecho mis padres, la vida a la que han renunciado. Él entiende la soledad que me espera.
Mis padres me dan un último abrazo, un abrazo lleno de miedo y amor.
—Te amamos —susurra mi mamá contra mi cabello—. Te amamos. Siempre.
Y se van.
Los miro irse, sus figuras se hacen más pequeñas en la distancia.
Me han abandonado. Y es mi culpa.
El silencio vuelve, pero esta vez, el silencio está lleno de un peso que me aplasta.
Miro a Elijah, a Kol, a Klaus.
Ellos son mi única familia ahora.
Y la verdad me golpea de nuevo.
Mi vida se acabó en el momento en el que el corazón de Elijah me salvó.
Estoy sola.
En mi nueva vida, con mis nuevos poderes, con mi nuevo hambre y con un nuevo corazón que no late. Y mi única familia es la que me ha condenado.
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Editado: 02.09.2025