Capítulo 6: El precio de la salvación
STEPHANIE SALVATORE
El olor de la sangre es lo primero que me golpea. Ya no es una fragancia tentadora, sino una hediondez repugnante que me revuelve el estómago. Me arrodillo, mi cuerpo se siente pesado y vacío. La euforia que sentí al alimentarme se ha desvanecido por completo, reemplazada por un frío y helado horror. Mis manos, manchadas con la sangre de un chico inocente, tiemblan. Miro sus ojos, ahora sin vida, y me veo a mí misma reflejada en ellos: un monstruo. Un monstruo sediento de sangre.
—Esto… —susurro, y el sonido de mi voz me asusta.
No es la voz de una chica, sino el rugido de una bestia.
No soy humana.
Nunca más lo seré. Y la prueba, la prueba de mi nueva realidad, yace inerte a mis pies.
La vida de un chico se ha ido, para que yo pueda vivir.
El precio de mi salvación es un alma inocente.
De repente, una figura aparece en la habitación. No es Klaus, cuya presencia aún se siente con una arrogancia fría. Tampoco es Kol, cuyo dolor me había roto el corazón. Es Elijah. Su traje, siempre inmaculado, parece manchado por el ambiente sombrío de la cueva. Me mira, no con furia, sino con un profundo y amargo dolor. En sus ojos, veo el arrepentimiento que creí que no existía.
Su mirada se posa en el cuerpo sin vida del chico, luego en mis manos, y finalmente en mis ojos, ahora de un rojo que me hace sentir enferma. La tranquilidad que siempre lo caracteriza ha desaparecido, reemplazada por una tormenta de dolor.
—Stephanie —murmura, y su voz es un susurro lleno de remordimiento—. Mírate. Mírate a lo que te has convertido.
Mis ojos se llenan de lágrimas, pero no caen. No me lo permiten. Me niego a que me vean llorar.
—Lo sé —susurro—. Lo sé.
—Lo que eres ahora… no es lo que querías ser —dice, y sus palabras son más fuertes que cualquier golpe—. Te has convertido en lo que más temías. En un monstruo. En lo que tu padre se convirtió, y en lo que tu madre tuvo que aprender a vivir con. Has renunciado a tu humanidad por un precio que no querías pagar.
Sus palabras son una espada que perfora mi corazón. Y tiene razón. Me he convertido en lo que más temo. No soy la chica que luchó por su humanidad. Soy un monstruo, un asesino. Y la culpa, el dolor, la rabia… me consumen.
Las lágrimas finalmente caen, pero no son de tristeza, sino de rabia. Rabia por lo que soy, por lo que me han hecho.
—No sé qué hacer —le digo, y mi voz se quiebra—. No sé cómo vivir con esto. No sé cómo vivir con lo que he hecho. Yo... yo...
Mi voz se corta, y mi cuerpo tiembla.
El arrepentimiento es una herida que no se cura.
Elijah se arrodilla frente a mí.
Su rostro, siempre sereno, ahora es una máscara de dolor.
Él me mira con piedad, y mi rabia se desvanece, dejando solo un inmenso vacío.
—Por favor, Elijah —le ruego, mis manos se extienden y se aferran a las suyas—. Por favor, ayúdame.
Mis manos están manchadas de sangre. Él no se inmuta. Las toma, su tacto es suave. Y siento que algo en mi interior se rompe. El dolor es tan fuerte que me estremezco.
—Ayúdame a no ser un monstruo.
Él asiente, sus ojos llenos de un dolor que no puedo entender. Él es un vampiro, un ser inmortal. Él ha vivido con esto durante mil años. Pero su mirada me dice que él también se siente mal por lo que hizo.
—Hazlo. Haz lo que tu hermano siempre hace. Abre mi cabeza para que pueda ser una mejor persona. Para que pueda vivir con esto.
La petición es una súplica.
Le pido que me ayude a encontrar la luz en esta oscuridad. A encontrar la humanidad que me fue arrebatada. A ser la persona que me prometí que sería.
Elijah me mira, sus ojos llenos de una tristeza que me ahoga. Y por primera vez en mi vida, veo un atisbo de esperanza. La esperanza de que, a pesar de lo que soy, aún puedo ser salvada. Y él será quien me salve.
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Editado: 02.09.2025