Capítulo 7: El fantasma en su propia vida
STEPHANIE SALVATORE
El aire de la mansión se siente pesado con el peso de la culpa. Después del horror en el sótano, la saciedad en mi estómago me hace sentir aún más asquerosa. No es un hambre física que me atormenta ahora, sino un vacío emocional. El recuerdo de los ojos sin vida de ese chico es una imagen que se ha grabado en mi mente. La sangre que bebí, el precio de mi nueva vida, ahora me sabe a cenizas.
Me encuentro sentada en el gran salón, sola. La calma de la casa es un contraste aterrador con la tormenta que hay dentro de mí. Mis sentidos están ahora afinados, pero no para la belleza. Puedo escuchar a Klaus en su estudio, los murmullos de Kol y Freya en la cocina. Soy un arma, un ser de la noche, pero mi corazón, o lo que queda de él, sigue anhelando la luz. Anhela a mis amigos, a mi vida normal, a la persona que era antes de que todo esto sucediera.
Una sombra se posa sobre mí, y alzo la vista. Es Elijah. Su traje está, como siempre, impecable. Se sienta en el sillón frente a mí, su expresión es de una seriedad que me hiela la sangre. No habla, solo me observa, y sé que algo importante está a punto de suceder.
—Sé lo que hiciste, Stephanie —dice su voz, un susurro que no tiene necesidad de alzar el tono—. Fue un momento de desesperación. Y lo entiendo. Pero ahora, tenemos que hablar de tu futuro. De tu nueva vida.
Mi cuerpo se tensa.
No quiero hablar de un futuro que no pedí, de una vida que me fue robada.
—Ya no tengo futuro —le digo, y mi voz se quiebra—. He perdido mi vida.
—No es así. Solo has comenzado una nueva. Una en la que no puedes ser vista.
Frunzo el ceño, mi corazón se acelera con un pálido recuerdo de la vida que perdí.
—¿De qué estás hablando?
—Stephanie, eres un vampiro. Tus amigos son humanos. Eres más rápida, más fuerte. Tu sed es algo que tendrás que aprender a controlar, pero eres una amenaza para ellos. Si alguien se entera de que eres un vampiro, y de que estás con nosotros, tus amigos serán la primera moneda de cambio. Serán usados contra ti, para herirte. Y no podemos permitirlo.
Siento que el aliento me abandona, mi garganta se cierra.
La lógica de su argumento me aterroriza.
—¿Qué quieres que haga? —pregunto, con un pánico que no he sentido desde que me convertí.
—Tienes que morir —dice, y su voz no vacila—. Tienes que desaparecer. Para tus amigos, para el resto del mundo, Stephanie Salvatore ha muerto.
La idea me golpea con la fuerza de un rayo.
Fingir mi propia muerte.
Borrarme de la faz de la tierra.
La idea es tan monstruosa que me niego a creerlo.
—No… no puedo. Mis amigos…
—Tendrán que creer que has muerto. Es la única forma de que estén a salvo.
—¿Y tú? —pregunto, mi voz tiembla—. ¿Tú te vas a quedar aquí sin hacer nada?
—Lo haré. Lo haremos. Pero tú… no. No puedes quedarte aquí.
El dolor es tan intenso que me ahoga.
Me pide que mienta, que traicione a mis amigos, que los abandone para protegerlos.
Es un sacrificio.
El último que me queda.
—Elijah, no puedo… —susurro—. No puedo hacerlo. Es una mentira. Es una traición.
—Es un acto de amor. Un último acto de protección. Y es por el bien de todos. Es la única forma de que puedas vivir esta nueva vida sin que nadie salga herido.
Las lágrimas finalmente caen, pero no son de tristeza. Son de rabia. Rabia por un destino que no pedí, por una vida que me fue robada, por una elección que nunca me dieron.
—Y mis padres… —pregunto, la voz me tiembla con un pánico que no puedo controlar.
—Ellos son los únicos que lo sabrán. Los únicos que entenderán la verdad —dice Elijah, y por primera vez, veo un destello de empatía en sus ojos—. Tu padre y tu madre han vivido con este secreto toda su vida. Ellos saben lo que es. Y te ayudarán a vivir con esto. Te amarán a pesar de todo.
Las palabras de Elijah me calman. Sé que tiene razón. Mis padres me amarán, no importa lo que sea. Y eso es lo único que importa. La única cosa que me da esperanza.
Me levanto y me acerco a la ventana. Miro la luna, y sé que es mi nueva vida. Una vida de sombras, de mentiras, de secretos.
—De acuerdo —digo, mi voz es un susurro. Me he rendido—. Lo haré.
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Editado: 02.09.2025