Capítulo 8: El fantasma en la multitud
STEPHANIE SALVATORE
El plan de Elijah se despliega ante mí con la fría precisión de un estratega. La idea es tan simple como cruel: Stephanie Salvatore debe morir para el mundo. Elijah me explica que Damon y Elena ya han tomado medidas para crear la ilusión de mi muerte.
Un coche, que se supone que es el mío, ha sido encontrado en un pantano, quemado y desfigurado. El cuerpo de un chico que se parece a mí ha sido encontrado entre los escombros. Es un plan perfecto, una mentira perfecta.
Y yo… yo soy el fantasma. El fantasma en mi propia vida. El fantasma en mi propio funeral.
El día del funeral es un tormento. Me encuentro en el cementerio, escondida detrás de una tumba, observando el caos que mi "muerte" ha causado. La gente que amo está de luto por mí, llorando por una vida que todavía existe. La culpa me perfora el alma, un dolor más grande que cualquier herida.
Veo a mis amigos. A mis amigas de la infancia, quienes crecieron junto a mí. Veo a mis maestros, a mis primos. A toda mi familia. Y lo peor de todo, veo a mis padres. Damon, de pie, con el rostro inexpresible. Elena, con sus ojos hinchados por las lágrimas, aferrada a su marido con una fuerza que me hace temblar. El dolor en sus rostros es tan profundo que me ahoga.
Quiero gritarles que estoy bien. Que no he muerto. Que no tienen que llorar por mí. Pero sé que no puedo. Mi vida ahora está envuelta en las sombras. Y si revelo mi secreto, los pondré en peligro.
Mis ojos se posan en un rostro familiar. Es Hope. Ella me mira con una mirada que me rompe el corazón. Sus lágrimas, sus sollozos… me recuerdan lo mucho que me amaba. Y me doy cuenta de que la mentira no es para mí. Es para ellos. Para que puedan seguir con sus vidas.
El discurso de mi padre me rompe el alma. Habla de la chica que era, de la fuerza que me caracterizaba, del amor que nos unía. Sus palabras son un martillo que me golpea una y otra vez. Me siento como si estuviera en un funeral, pero no como un fantasma, sino como un asesino.
—Stephanie era la luz de nuestra vida —dice mi padre, y su voz se quiebra—. No hay palabras para expresar el dolor que sentimos. Pero sé que ella nos amará, y que nos cuidará, y que nunca nos olvidará.
Las palabras me calan hondo. Me ha perdonado. Y por primera vez en mi vida, me doy cuenta de que no estoy sola. Mis padres me amarán, no importa lo que sea.
La gente se dispersa y el cementerio se vacía. Me quedo, de pie, en las sombras. La tumba es mía. El nombre en el epitafio, el mío.
Y por primera vez, la realidad me golpea con toda su fuerza. No soy humana. Ya no. Y la única vida que tengo es una mentira.
Miro la tumba. Stephanie Salvatore. Y me doy cuenta de que he muerto. Que la persona que era ya no existe. El fantasma en mi propia vida. Un alma perdida, buscando un hogar.
La vida se ha ido, pero el dolor se ha quedado. Y el dolor me recuerda que, a pesar de todo, aún soy humana. Mi corazón no late, pero mi alma está rota.
Y la única persona que me entiende, es el que me condenó.
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Editado: 02.09.2025