Capítulo 9: La vida después de la muerte
El aire de la mansión se siente extrañamente vacío. El silencio es un eco de la mentira que he creado. La falsa tumba en el cementerio, las lágrimas de mis amigos, el dolor en los ojos de mis padres… es una escena que se repite en mi mente una y otra vez.
Soy un fantasma, una sombra que vaga por los pasillos de una casa que, a pesar de todo, se ha convertido en mi única prisión, mi único hogar. La sed física ya no me atormenta, pero la sed de mi alma, la sed de una vida que me fue arrebatada, me consume.
Me encuentro en la biblioteca, un lugar que alguna vez me dio tranquilidad. Las estanterías están llenas de libros antiguos, cuentos de hadas y de fantasmas. Y por primera vez, me siento como un personaje de uno de esos libros. Una figura trágica, que ha perdido todo para ganar una vida que no quiere.
—No has dormido —dice una voz, y mis ojos se posan en Elijah.
Su rostro es una máscara de preocupación, pero su voz es un bálsamo que me calma el alma.
—Los fantasmas no duermen —digo, y mi voz se quiebra.
Él se sienta frente a mí, y por primera vez, no me pide que sea fuerte. Solo me mira, con una piedad que me desarma.
—Hay un camino para vivir con esto, Stephanie —dice—. No será fácil. Pero hay una forma de que te perdones a ti misma. Y de que vuelvas a ser la persona que eras.
—La persona que era está muerta, Elijah —susurro, y las lágrimas que no caen me queman los ojos—. La persona que era murió en el momento en que me diste tu sangre. Murió en el momento en que maté a ese chico. Murió en el momento en que vi a mis padres en mi funeral. No hay vuelta atrás.
—Siempre hay un camino de regreso —dice Elijah—. Tu humanidad no se ha ido. Solo está enterrada. Y mi tarea es ayudarte a desenterrarla.
—No quiero tu ayuda. Tú me hiciste esto. Tú me condenaste a esta vida.
—Lo sé —dice, su voz se quiebra—. Pero mi decisión no fue para condenarte, sino para salvarte. Te di una vida, y ahora, mi deber es enseñarte a vivir con ella.
Siento que mi corazón, que no late, se acelera. Él tiene razón. No puedo escapar de esto. No puedo volver atrás. Y si quiero sobrevivir, tengo que aceptar lo que soy. Tengo que aprender a vivir con el fantasma que soy.
—¿Cómo? —pregunto, mi voz es un hilo—. ¿Cómo vuelvo a ser yo misma?
—La primera lección es la más difícil —dice Elijah—. Tienes que controlar tu mente. La mente de un vampiro es una bestia salvaje. Te exige cosas, te miente. Tienes que aprender a domarla. A silenciarla.
La segunda lección es el hambre. El hambre te hace un monstruo. Y la única forma de controlarla es aceptarla. Tienes que saber que la sed siempre estará ahí, pero que no tienes que ser un asesino para saciarla.
—La sangre de animales —murmuro, recordando lo que me dio el día que me salvé.
—Sí —dice él—. Pero solo por un tiempo. La sangre humana es lo que te hace fuerte. Y la única forma de que no te conviertas en un asesino es que te alimentes de gente mala. Y por el momento, es lo que tienes que aprender a hacer.
La idea me revuelve el estómago, pero no me resisto. Sé que no tengo otra opción.
—De acuerdo —digo, y el sonido de mi voz es el de una persona que se ha rendido—. Lo haré.
En ese momento, Kol entra en la biblioteca. Su rostro, que ha estado ausente por días, es una máscara de dolor. Sus ojos se fijan en mí, y siento un escalofrío en mi espina. Sé que él me ve como un monstruo.
—Stephanie, yo… —murmura.
—No digas nada, Kol —lo interrumpo—. No digas nada. Lo que hiciste… yo no lo puedo perdonar.
Las palabras me duelen al salir. Su rostro se descompone, y veo las lágrimas que se deslizan por sus mejillas.
—Sé que te duele —dice—, pero te juro que no quería que esto sucediera. No quería que te convirtieras en esto.
—Y sin embargo, lo hiciste —le digo—. Me dejaste solo en el momento en que más te necesitaba. Y me entregaste a Klaus.
Kol baja la cabeza, sus hombros se encorvan. Él no dice nada. Yo tampoco. No hay nada que decir. La distancia entre nosotros es un abismo que no puedo cruzar.
Elijah se levanta y me mira con una mirada que me da fuerza. Él no me ha abandonado. Él está aquí. Y a pesar de que es él quien me ha condenado, es él quien me salvará.
—El camino será largo —dice—. Pero no estás sola. Y nunca lo estarás.
Y por primera vez, siento una pequeña chispa de esperanza. La esperanza de que, a pesar de todo, aún puedo ser salvada. Y que mi nueva vida, mi vida de fantasma, puede tener un significado.
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Editado: 02.09.2025