El aire en el salón, que todavía huele a ceniza y a magia quemada, se carga con una energía diferente. Es la energía de la partida. Las ventanas rotas y los muebles destrozados se ignoran. No hay tiempo para lamentar lo que se ha perdido.
Solo hay tiempo para proteger lo que queda.
Freya, con los ojos llenos de determinación, conjura un hechizo de localización mientras Elijah, con su traje impecable, empaqueta mapas y libros antiguos en una maleta de cuero. Kol, con una agilidad sorprendente, repara lo que puede, y Klaus, que ahora es un general, no un déspota, da órdenes con una voz que no admite objeciones.
Mi madre, Elena, se mueve por la sala con una calma que no siento. Sus ojos, llenos de un dolor que he causado, me miran con una mezcla de amor y un miedo que me desgarra el alma. Mi padre, Damon, es un muro de fuerza silenciosa. No dice nada, pero su mirada es una promesa. Una promesa de que no permitirá que nadie me haga daño de nuevo.
—El ritual de los Ancestros se llevará a cabo en una ciudad de luz, en el sur de Francia —dice Freya, su voz es un susurro que me da escalofríos—. La ciudad se llama "Lumière". Y es un lugar de magia y de secretos. La magia de los Ancestros ha elegido ese lugar por una razón.
—Entonces es allí donde vamos —dice Klaus, su voz es un gruñido.
—No podemos ir en avión —dice Damon, su voz es una advertencia—. Nos rastrearán.
—Entonces iremos en coche —dice Elijah—. Un coche discreto. Y nos mantendremos en las sombras.
La idea me asusta.
Un viaje.
Con mi familia humana, con mi familia vampira.
La tensión es un arma que podría explotar en cualquier momento.
Horas más tarde, estamos en una carretera que serpentea por los viñedos de Francia. El coche es viejo, pero fiable. Elijah conduce. Klaus está en el asiento del copiloto, y yo estoy en el asiento trasero, entre Kol y mi padre. Mi madre, con una mirada de preocupación, está al lado de Klaus.
El silencio es un peso que nos aplasta. Nadie habla, nadie se atreve a romper la tensión. Me siento como una cuerda que está a punto de romperse.
—Estoy bien, papá —murmuro, mi voz es un susurro.
—Lo sé —dice Damon, su voz es una caricia—. Pero no te conozco. La chica que conocí… ha cambiado. Y me da miedo.
Mis ojos se llenan de lágrimas.
Él tiene razón.
Ya no soy la chica que fui.
Soy un monstruo.
Un monstruo que tiene una misión.
—No soy un monstruo —digo, y mi voz se quiebra.
—No eres un monstruo, Stephanie —dice Elena, y su voz es un bálsamo que me calma el alma—. Eres una sobreviviente. Y eres mi hija.
La conversación, que me ha llenado de dolor, me hace sentir en paz. Mi familia, la que me fue arrebatada, me ha encontrado de nuevo. Y la que me fue dada, me ha aceptado.
Horas después, el sol se ha puesto. El cielo es un lienzo de colores, y el aire es frío. El coche se detiene en una gasolinera. El silencio, que nos ha acompañado, se rompe.
—Stephanie —murmura Kol, su voz es un susurro—. Sé que es difícil. Pero te prometo que te protegeré. Con mi vida.
—Lo sé —le digo, y mi voz es un hilo de viento—. Te lo juro. Yo también te protegeré.
El juramento es una promesa. Una promesa que me da fuerza. La fuerza de seguir.
Klaus, que ha estado en silencio, se acerca.
—No me mires así —dice, su voz es un gruñido—. No he cambiado. Sigo siendo la misma persona.
—Lo sé —le digo, con una sonrisa que no tiene sentido—. Y yo también.
La noche se llena de estrellas.
El coche vuelve a la carretera.
El viaje, que se ha vuelto una tortura, es ahora una aventura.
De repente, un ruido. Un ruido que no me gusta. Un ruido que me hace temblar. El coche se para en medio de la carretera.
—Es un ataque —dice Elijah, y su voz es de alerta.
Una sombra, una sombra negra, se acerca. No es un espíritu. Es un ser humano. Un ser humano que tiene el rostro de una bruja.
—Morirán, criaturas de la oscuridad —murmura, y su voz es un eco en mi cabeza—. Y tu, la que ha sido bendecida con la sangre de un Original, eres la que más sufrirá.
Mi corazón, que no late, se acelera.
El miedo me consume.
No estoy en casa.
No estoy a salvo.
—¡Es una trampa! —grita Damon.
La bruja levanta su mano. Las ramas de los árboles se retuercen. El coche se levanta del suelo. El pánico es un monstruo que me consume.
—¡Elijah! —grito.
—Tranquila —dice Elijah, su voz es un susurro—. No nos harán daño.
El coche cae al suelo. La bruja, que es una bestia, se acerca.
—¡Atrás! —grito, y mi voz es de furia.
La bruja se ríe. Se ríe de mí. Y mi rabia, mi furia, se desborda.
Me lanzo, con una velocidad que no reconozco. La bruja no tiene tiempo de reaccionar. Mis colmillos se deslizan hacia abajo. Y el sabor de su sangre… es un éxtasis.
Me alejo, con el cuerpo de la bruja en mis brazos. El sabor de la sangre en mi boca es una prueba de lo que soy. Y me doy cuenta de que soy un monstruo. Pero soy un monstruo con un propósito.
—¡Stephanie! —grita mi madre.
Me doy la vuelta y la miro. Sus ojos están llenos de terror. El terror de lo que he hecho. El terror de lo que soy.
—Estoy bien —le digo—. Ella… ella me atacó.
—No es por eso, cariño —dice Elena, y su voz se quiebra—. Es por lo que te has convertido.
Me doy cuenta de que soy un monstruo. Y el monstruo me está mirando de vuelta.
El coche vuelve a la carretera. La tensión es un arma que nos ha herido. Mi padre, que ha sido mi pilar, ahora me mira con miedo. Mi madre, que me ama, ahora me mira con terror.
—No se preocupen —dice Elijah, y su voz es un susurro—. Ella lo hizo por nosotros.
La noche se llena de silencio. El silencio es un eco de la masacre. El silencio es un eco de la verdad.
Horas después, llegamos a "Lumière". La ciudad es un lugar de luz. Las calles están llenas de gente, de risas, de amor. El aire es limpio, el aire es puro.
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Editado: 02.09.2025