La villa, que alguna vez fue un refugio, ahora se siente como un búnker. Los días se convierten en semanas, y las semanas en una rutina interminable de lucha y de silencio. La luz de Lumière se ha desvanecido, reemplazada por la oscuridad que llevamos dentro.
Los ataques de los Ancestros se vuelven más insidiosos, más personales. No atacan con fuerza bruta, sino con magia. Una magia que nos debilita, que nos consume. Una magia que nos hace sentir como si fuéramos un juguete en un juego que no podemos ganar.
Las llamadas de Klaus, que alguna vez fueron un bálsamo para mi alma, ahora son una tortura. Su voz es un gruñido, su tono es de impaciencia.
—¿Alguna novedad? —pregunta.
—Nada, Klaus —respondo, y mi voz se quiebra—. La mansión está en ruinas. Y la guerra… la guerra es interminable.
—Y Hope, ¿cómo está? —pregunto.
—No te preocupes por Hope —dice Klaus, su voz es de furia—. Ella está bien. Solo céntrate en tu misión. Y no me llames de nuevo hasta que no tengas noticias.
El teléfono se desconecta.
El silencio es un eco de la verdad. Klaus, que ha sido un padre, ahora es un monstruo. Un monstruo que solo piensa en su propio dolor. Y Hope, que se ha convertido en un monstruo, ahora es la que tiene la culpa.
El peso de la culpa es un ancla que me arrastra hacia el fondo de un mar de oscuridad. Me siento como si estuviera en un purgatorio, un lugar donde no hay paz, donde no hay luz.
Kol, con una mirada de desesperación, se acerca a mí. Su rostro es una máscara de desesperación, de dolor.
—No lo escuches, Stephanie —dice, y su voz es un susurro—. Él no es así. El dolor lo ha consumido.
—Lo sé —le digo, y mis lágrimas se deslizan por mis mejillas—. Pero el dolor… el dolor me ha consumido a mí también.
Kol me abraza. Su abrazo es una promesa. Una promesa de que no me dejará sola. Una promesa de que me protegerá.
Pero la protección es una ilusión. Y la ilusión, pronto se rompe.
La magia de los Ancestros se vuelve más fuerte. Los ataques se vuelven más personales. Los brujos, que son sombras, se acercan a la villa.
No atacan con fuerza, sino con magia. Una magia que me hace temblar. Una magia que me hace sentir como si mi alma estuviera a punto de estallar.
Elijah, con su rostro de calma, me mira.
—No te rindas —dice—. No dejes que el miedo te consuma.
—Lo sé —le digo—. Pero el miedo… el miedo es una bestia que no me deja.
La bestia, que es mi alma, se ha despertado. Y la bestia es una fuerza que me hace más fuerte que nunca.
Me lanzo, con una velocidad que no reconozco. La bruja, que es una sombra, se desvanece. Y en mi corazón, siento una euforia que no había sentido en mucho tiempo.
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Editado: 02.09.2025