El aire en la pequeña casa, con su aroma a madera vieja y a pan, debería haber sido un bálsamo, pero para mí es un veneno. Los sentidos, que se agudizan con cada segundo que pasa, me atacan sin piedad. El tic-tac del reloj en la pared es un martillo que golpea mi cráneo.
El susurro del fuego en la estufa es un rugido que me hace temblar. El sonido de las gotas de agua que caen de la llave es un eco incesante. Cada ruido, cada olor, cada movimiento, es una tortura. Muerdo mis uñas, la sangre que corre bajo mi piel se siente como un río de ácido. La sed es una bestia que no me deja respirar. Es un grito silencioso que me consume desde adentro.
Me encuentro sentada en una silla de madera frente a una mesa de roble. Frente a mí, un hombre con rostro amable y ojos serenos me observa. Es un pastor, un hombre de Dios. Pero para los que podemos ver más allá de la piel, sabemos que no lo es. Es Davina. Su rostro es una máscara, una máscara que me da miedo. Sus ojos, llenos de un poder que no es de este mundo, me observan con una calma que me hace temblar.
—Stefanie, ¿aún quieres ser escritora? —pregunta, su voz es suave, como la de una abuela.
Es una pregunta que me hace temblar, una pregunta que me hace recordar la vida que perdí.
—Sí —respondo, y mi voz se quiebra. Es una respuesta honesta, una respuesta que me duele.
—Recuerdo cuando le leías historias cortas a tus hermanitos cuando los cuidabas —dice Davina, y su voz es un susurro, una caricia que me hace temblar.
Es un recuerdo que me lastima. Un recuerdo de una vida que se ha ido, de una vida que no puedo recuperar.
—¿Por qué nos ha traído aquí? —pregunto, con la voz cargada de una curiosidad que no puedo ocultar.
No entiendo lo que está pasando. No entiendo por qué estoy aquí, por qué estoy con ella.
—Mis ayudantes pueden protegerte aquí —responde Davina, y su voz se llena de una arrogancia que me hace temblar—. Los vampiros no han sido invitados a entrar.
Confío en ella, pero sé que es una trampa. Ella no tuvo que invitarme para entrar. Yo soy un vampiro. Soy un monstruo. Y los vampiros pueden entrar en una casa sin una invitación.
—Mira, Salvatore —dice, y el dolor de su voz me hace temblar. El dolor, la rabia, la culpa… todo se mezcla en un cóctel de emociones—. Sé que esto suena loco, pero hace años fueron tus padres quienes defendían el tener un plan de emergencia para esto.
Miro el reloj en la pared, el tic-tac se vuelve más fuerte, más insoportable. Mi dolor de cabeza, que ya era un martillo, se vuelve un taladro. Las manecillas del reloj se mueven, y cada movimiento es una punzada de dolor. La rabia, el miedo, la culpa… todo se mezcla en un torbellino de emociones. No puedo quedarme aquí ni un minuto más. Si me quedo, voy a explotar. Voy a perder el control.
Me levanto de la mesa de golpe. El ruido de la silla al chocar con el suelo es un grito que me hace temblar. El rostro de Davina es una máscara de calma, pero sus ojos, llenos de rabia, me dicen que está disfrutando de mi sufrimiento.
—Hija… —murmura mi madre, y su voz es un hilo de viento. Intenta calmarme.
Pero la calma es una ilusión. La calma es un lujo que no puedo permitirme.
—Lo siento, es solo que todo esto me tiene muy nerviosa —murmuro.
Miento. No estoy nerviosa. Estoy aterrorizada. Aterrada de que mi familia, de que Kol y Elijah, se enfaden conmigo.
—¿Dónde están Elijah y Kol? —pregunto.
La pregunta es una flecha que se clava en el corazón de Davina. Su rostro, que era una máscara de calma, ahora es una máscara de furia.
—Elijah está en un lugar donde no podrá hacerles daño —dice, y su voz es un gruñido—. Y Kol está siendo interrogado en la comisaría sobre todo lo que sabe sobre los vampiros.
El silencio es un eco de la verdad. Una verdad que me quema desde adentro. Una verdad que me lastima.
—Elijah jamás nos haría daño —dice mi madre, y su voz es un grito—. No tiene idea de lo que esta hablando.
—Bueno, lo único que sé es que a donde quiera que ustedes dos vayan, los hermanos Mikaelson parecen seguirlas —dice Davina, y su voz es un susurro, una caricia que me hace temblar.
Es una caricia que me quema. Es una caricia que me lastima.
—Así que mantendremos a Elijah con vida hasta que Klaus venga a buscarlos a los tres y usaremos a Hope para atraer a su familia de vuelta —dice, y la voz de Davina se llena de una malicia que me hace temblar—. Tenemos en nuestro poder una estaca de roble blanco que usaremos contra ellos y con eso exterminaremos a todos los vampiros de una vez y para siempre.
La cafetera en la mesa empieza a sonar, un pitido que me hace temblar. El ruido es un martillo que golpea mi cráneo. El aire en la casa se vuelve más pesado, más opresivo. No puedo quedarme aquí ni un minuto más. Si me quedo, voy a explotar. Voy a perder el control.
Salgo corriendo de la casa, mis pies descalzos golpean el suelo. El sol, que se filtra por las nubes, me molesta. El dolor, que ya era un taladro, se vuelve un martillo. Pero no me importa. No me importa el sol, no me importa el dolor. Solo me importa escapar.
—¡Hija! —escucho el grito de mi madre.
Es una súplica, una súplica que me hace temblar.
Me detengo en seco para voltear a verla, pero un hombre aparece frente a mí. Su rostro es una máscara de rabia. Sus ojos, llenos de odio, me miran como si yo fuera una bestia. Levanta su arma, un rifle, y antes de que pueda reaccionar, me golpea con su arma. El mundo se vuelve negro.
Cuando despierto, el mundo es un lugar de dolor. Mis músculos gritan de fatiga, mis huesos me duelen. Mi cabeza es un tambor que resuena. El aire, que se supone que es oxígeno, se siente como si fuera ácido. Y la sed, la sed es una bestia que no me deja respirar.
Me encuentro en un lugar oscuro, un granero. La luz que se filtra por las grietas en el techo es mi única compañía. Estoy encerrada en una jaula, como un animal. Y a mi lado, en una jaula enseguida de la mía, veo a Elijah.
#1253 en Fantasía
#755 en Personajes sobrenaturales
#1826 en Otros
#130 en Aventura
Editado: 02.09.2025