The Vampire Diaries: Love Sucks [4]

CAPÍTULO 24

Un adiós sin palabras

La luz de la luna llena se filtra por la ventana del pasillo, pintando de un color plateado el suelo de la mansión Mikaelson. Los muebles, que alguna vez fueron de una opulencia extravagante, ahora son un eco de la guerra que ha asolado este lugar. Mi mochila, que he llenado con ropa y con los pocos recuerdos que me quedan, se siente como un peso que me aplasta. La ansiedad es una bestia que no me deja respirar. Es un nudo en mi garganta, un taladro que golpea mi cráneo.

Me miro en el espejo de la pared. Mi reflejo es una sombra, una silueta que no reconozco. Mis ojos, que alguna vez fueron un pozo de luz, ahora son un abismo de oscuridad. Los sentimientos de un vampiro, que se agudizan con cada segundo que pasa, me asustan. El miedo, la rabia, la culpa… todo se mezcla en un cóctel tóxico que me está envenenando.

—Quiero irme antes de que todos lleguen —le digo a Elijah.

Mi voz es un susurro, una súplica.

Elijah, con su rostro de calma, me mira. En sus ojos veo que me entiende. Él sabe lo que siento. Él sabe lo que es el dolor, lo que es la culpa. Él sabe lo que es ser un monstruo.

—No me voy a matar, Elijah —le digo, y mi voz se quiebra—. Pero si me quedo aquí, con todos mirándome como si fuera una extraña, me voy a volver loca. Voy a perder el control.

Él asiente.

Me extiende su mano. La mano de un caballero, de un mentor, de un hombre que ha sido una figura de padre para mí.

—Está bien, mi querida Stephanie —dice, y su voz es un hilo de viento, una caricia que me calma el alma—. Lo entiendo. La soledad es una bestia que te consume. La mansión, que se supone que es un refugio, ahora es un lugar de dolor. Nos vamos. Lo antes posible. No te preocupes.

Dejo que sus palabras me calmen el alma. Sus palabras son un ancla que me calma en un mar de tormenta. Él me ayuda a guardar el resto de mis cosas. El silencio entre nosotros es un juramento. Un juramento de que me protegerá, de que me guiará. Un juramento de que no me dejará sola.

Termino de recoger mis cosas y salimos de la casa. Elijah me guía hacia el jardín. El aire de la noche es fresco, pero mi cuerpo arde. La sed, que antes era un murmullo, ahora es un grito. Un grito que me quema desde adentro, una brasa que amenaza con consumir lo que queda de mí.

Una voz, más suave que un susurro, me hace temblar.

—Cuídense —dice Kol desde el marco de la puerta.

Su voz es un eco de su dolor. El dolor de la traición, el dolor de la culpa. El dolor de la separación.

Me detengo en seco. Me doy la vuelta para mirarlo. Su rostro, que siempre es una máscara de diversión, ahora es una máscara de desesperación. Sus ojos, llenos de un dolor que me consume, me miran con una mirada de desesperanza.

El dolor en sus ojos es una puñalada en mi corazón. La rabia, el miedo, la culpa… todo se mezcla en un cóctel de emociones. La rabia de que Elijah haya sido el que me ha convertido. El miedo de que Kol me odie. La culpa de que yo haya sido la que ha traído la guerra a la mansión.

—Estaré bien —digo, mi voz es un hilo de viento.

Mi voz es una promesa. Una promesa que no estoy segura de poder cumplir.

Elijah, que ha guardado mis cosas, se acerca a mí.

—Dale tiempo —dice. Su voz es una caricia que me calma el alma—. Esto es duro para él.

—Pensé que sería diferente —suspiro, mi voz se quiebra—. Pensé que, después de lo que hemos vivido, él me apoyaría más.

—Kol está asustado —me explica Elijah. Su voz es un susurro, una caricia que me calma el alma—. Está asustado de que termines como Klaus. Está asustado de que termines como nosotros. Es una carga que ningún hombre debe soportar.

—¿Y por qué no puede creer un poco más en mí? —le pregunto, y mi voz se llena de rabia—. ¿Y por qué no puede pensar que lo controlaré como lo han hecho mis padres?

—Kol se dará cuenta de que está actuando mal cuando vea que puedes controlarlo —me explica.

Y en sus ojos, veo una confianza que me da la fuerza de seguir. La fuerza de luchar. La fuerza de ser un monstruo.

El silencio es un eco de la verdad. La verdad de lo que soy. La verdad de lo que he hecho. La verdad de lo que he perdido.

Subimos al auto de Elijah, un clásico Ford Mustang. El olor a gasolina, a cuero, a un pasado que ya no existe, me hace temblar. El motor, que se enciende con un rugido, es un eco de la vida que he perdido. Elijah se sienta en el asiento del conductor, yo en el del pasajero. Mi corazón es un tambor que late con una rapidez que me asusta.

—¿Lista para comenzar con el campamento de control? —dice Elijah, tratando de distraerme.

Su voz es un bálsamo que me calma el alma.

—Eso creo… —digo, y mis labios se curvan en una sonrisa.

Una sonrisa que no me reconoce.

Una sonrisa de un monstruo.

Y el monstruo, el monstruo que soy, es una criatura que no tiene miedo.



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En el texto hay: humanidad, dolor amor drama, vampira

Editado: 25.09.2025

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