The Wolf’s Oath

Capítulo 10: El Viento del Pasado

La niebla se mantenía densa, como una capa espesa que no dejaba que el sol penetrara. Ragnhildr miró hacia el horizonte, la silueta de Eadric recostado sobre su regazo como si fuera una carga que no podía dejar. Pero el hombre era más que eso, mucho más. A pesar de su debilidad, había algo en él que la atraía, algo que le recordaba lo que había perdido, lo que había dejado atrás.

El viento gélido cortaba la piel de Ragnhildr mientras sus dedos tocaban la suave piel de Eadric. La guerra no había terminado, y sabía que más enemigos se acercaban. De alguna manera, eso parecía lo de menos en ese momento. Había algo en el contacto de su cuerpo con el suyo, en la fragilidad de su aliento, que la desconcertaba. El monje no era más que un hombre roto, igual que ella.

—Eadric —dijo suavemente, moviéndolo—. Debes despertar.

Él no respondió, pero su respiración se hizo más pesada, más ansiosa. Ragnhildr lo sacudió nuevamente, pero sin la furia de antes. Algo en ella comenzaba a cambiar.

Cuando abrió los ojos, sus pupilas parecían vacías, como si hubiera estado buscando algo en las sombras. Se incorporó lentamente, su rostro empapado en sudor frío. No era la fiebre lo que lo había hecho caer, sino algo más profundo. Algo que tenía que ver con su alma.

—¿Dónde estamos? —preguntó Eadric, mirando alrededor con una mirada distante.

—En medio de la niebla. —Ragnhildr observó con atención. Las huellas de la batalla aún quedaban marcadas en la nieve, pero la bruma las cubría como un velo. Era fácil perderse. Fácil morir.

Él se sentó, sin dejar de observarla, su mirada fijada en ella de una manera que la hizo sentirse vulnerable. Como si la viera por primera vez.

—¿Estás bien? —preguntó ella, con la voz más suave de lo que hubiera querido.

Eadric negó lentamente con la cabeza. —No sé si alguna vez lo estaré.

Ragnhildr apretó los labios, mirando al suelo. La guerra no era solo una lucha con las espadas. Era una lucha interna. Y él había perdido más que una batalla.

—Aún estamos vivos —dijo, sin más.

Eadric la miró, como si esas palabras fueran la última esperanza para su alma rota.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

Ragnhildr no tenía respuestas fáciles. La guerra nunca las tenía. Pero sabía que no podían quedarse ahí. No podían rendirse.

—Vamos a seguir adelante. —Su tono no permitió discusión. Era una orden. Pero también una promesa, aunque ella misma no estuviera segura de qué tan firme era esa promesa.

Con esfuerzo, Eadric se puso de pie. Miró a su alrededor, escuchando los susurros del viento que traían ecos de antiguas batallas. Ragnhildr lo observó, con los ojos llenos de una mezcla de desconcierto y algo más que no quería identificar.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó él, en un susurro bajo.

Ragnhildr giró hacia él, sin palabras por un largo momento. No lo sabía. No lo entendía. Pero algo en su ser le decía que si no lo hacía, perdería algo mucho más grande que su vida.

—Porque, al final, todos estamos perdidos. —Su voz era firme, pero su corazón tambaleaba bajo el peso de la verdad que acababa de decir.

Eadric no dijo nada más, solo asintió lentamente. Había comprendido.

En ese momento, el viento cambió. No era solo una corriente de aire, sino algo más: una señal de que la tormenta se desataría de nuevo. No sabían qué les esperaba, pero la guerra no había terminado. Ni para ellos, ni para el mundo que los rodeaba.

Y cuando Ragnhildr miró al horizonte, vio algo más allá de la niebla. Una sombra que se acercaba.

—Están viniendo. —Su voz era baja, peligrosa.

Eadric miró en la misma dirección. Los dos sabían lo que eso significaba. La batalla continuaba. Y no solo contra los hombres que buscaban su muerte, sino también contra algo mucho más antiguo. Algo que los atormentaba a ambos desde dentro.

—Entonces, enfrentémoslos. —Dijo Eadric, con una determinación renovada.

Ragnhildr lo miró, sintiendo una extraña conexión con él en ese momento. Como si no fueran tan diferentes después de todo.

—Que así sea. Pero no olvides, Eadric... si caemos, caemos juntos.

Y con esas palabras, se adentraron de nuevo en la niebla, dispuestos a enfrentar lo que fuera que les esperaba.

Porque, al final, la mayor batalla no era solo contra las espadas. Era contra el corazón. Y ni Ragnhildr ni Eadric sabían si estaban preparados para ganar esa guerra.




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