The Wolf’s Oath

Capítulo 11: Ecos del Pasado

La niebla se arremolinaba a su alrededor como una capa de pesadilla, desdibujando las sombras y haciendo que el mundo fuera un lugar difuso, incierto. Ragnhildr caminaba en silencio, los ojos fijos en el horizonte invisible. Eadric la seguía, sus pasos ligeros pero con la carga de un alma desgarrada. Cada tanto, sus miradas se cruzaban, pero ninguno decía nada. Sabían que no necesitaban hablar. Los ecos de lo que habían sido, de lo que aún llevaban dentro, lo decían todo.

Había algo inquietante en la niebla, algo que les sugería que no estaban solos. Y sin embargo, ninguna señal de vida los alcanzaba. No había ruido de animales, ni de viento, ni de pájaros. Solo el susurro lejano de la tormenta que venía.

—¿Sientes eso? —preguntó Eadric, rompiendo el silencio.

Ragnhildr asintió sin mirar atrás. —Lo siento.

A medida que avanzaban, las sombras de los árboles parecían alargarse, creando figuras distorsionadas que amenazaban con devorarlos. Cada crujido bajo sus pies, cada resquicio de movimiento, hacía que el aliento de Ragnhildr se acelerara. La tensión en el aire era palpable, como si el mismo mundo los estuviera observando.

—No hay rastro de los que nos atacaron... —dijo Eadric, su voz tensa.

—No los hemos dejado atrás —respondió Ragnhildr—. Ellos son cazadores. No se dan por vencidos tan fácilmente.

Una brisa fría recorrió el bosque, y una sensación de peligro se apoderó de ella. Algo estaba cerca. Algo que no podían ver, pero sí sentir.

De repente, un grito desgarrador rompió la quietud del paisaje. Era humano, inconfundible, y provenía del corazón del bosque.

Ragnhildr se tensó, mirando a Eadric. Ambos sabían lo que eso significaba.

—Alguien está en peligro —dijo él, con los ojos brillando de una mezcla de determinación y terror contenido.

—O nos están tendiendo una trampa. —Ragnhildr no dudó. Su instinto de guerrera era más fuerte que cualquier otra cosa. —Vayamos.

Se movieron con rapidez, sus cuerpos adaptándose al terreno irregular mientras la niebla parecía tragarlos con cada paso. El grito se repitió, esta vez más cerca, más urgente.

El bosque se espesó aún más, y el aire se volvió más denso, como si todo estuviera apretando. Cada movimiento de los árboles parecía un susurro siniestro.

Finalmente, llegaron a un claro. Allí, a pocos metros de ellos, un hombre caía al suelo, su cuerpo cubierto de sangre. Estaba luchando por levantarse, pero sus fuerzas lo abandonaban. No podía ser uno de los mercenarios que los habían atacado antes; este era diferente. Su túnica rota revelaba la insignia de un monje.

Eadric se adelantó, su rostro empalideciendo al reconocer la figura.

—¡Un hermano! —exclamó, arrodillándose junto al hombre herido.

Ragnhildr observó la escena en silencio, sus ojos fríos y calculadores. Algo no estaba bien. La aparición de este monje herido en el corazón del bosque no era coincidencia. No con la guerra que se desataba.

El monje levantó la cabeza, sus ojos rojos por el esfuerzo, por la desesperación. Miró a Eadric con una mezcla de sorpresa y alivio.

—¿Eadric? ¿Eres tú?

Eadric lo miró, visiblemente conmocionado, pero a la vez algo distante, como si la emoción estuviera reprimida por un oscuro recuerdo.

—Hermanus... —dijo su nombre con voz temblorosa. Pero rápidamente volvió a ser el monje, el hombre de fe que había sido. —¿Qué ha sucedido? ¿Cómo llegaste hasta aquí?

El monje, Hermanus, respiró con dificultad. —Me enviaron... a buscarte. Hay algo... que tienes que saber.

Ragnhildr observó a Eadric, viendo cómo la tensión en su rostro se profundizaba.

—¿Qué es lo que tiene que saber? —preguntó ella, su voz grave.

Eadric miró a Ragnhildr antes de responder, sus ojos oscuros llenos de algo que ella no podía entender.

—Mi pasado no es lo que crees. —La declaración le salió sin previo aviso, como una revelación que no había anticipado compartir.

Ragnhildr frunció el ceño, pero no dijo nada. Ya había aprendido a no hacer preguntas antes de tiempo.

Hermanus levantó una mano, señalando a lo lejos, más allá de la niebla. —Los hombres que os siguen... no son solo mercenarios. Están buscando un objeto. Un artefacto antiguo. Un artefacto que Eadric... tiene en su poder.

Ragnhildr miró a Eadric, sus ojos entrecerrados. La niebla parecía espesarse aún más a su alrededor, como si el aire mismo estuviera esperando una respuesta.

—¿Qué artefacto? —preguntó con cautela, la preocupación entrando en su voz.

Eadric cerró los ojos, su rostro marcado por un dolor que ella reconoció bien. Un dolor que no solo venía de la batalla.

—No lo sé, Ragnhildr. Solo sé que no podemos dejar que caiga en sus manos.

La oscuridad que se cernía sobre ellos no era solo física. Era una oscuridad que provenía del pasado, un pasado que ni Eadric ni ella podían escapar. Y en ese momento, Ragnhildr entendió que la guerra que estaban librando no era solo por la supervivencia. Era por algo mucho más grande.

El futuro, su futuro, dependía de secretos que nunca habían esperado desenterrar.

Y el artefacto que Eadric portaba podría ser la clave para cambiarlo todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.