The Wolf’s Oath

Capítulo 12: El Peso de los Secretos

La revelación de Eadric había quedado flotando en el aire como un espectro. La niebla, que antes había sido solo un manto de misterio, se sentía ahora como una presión palpable, como si el mismo viento quisiera ahogarlos en sus secretos.

Ragnhildr observaba a Eadric con una mezcla de desconcierto y algo que se parecía a la desconfianza. Él se había abierto, pero lo había hecho a medias. Había hablado del artefacto, sí, pero no de por qué lo llevaba ni qué significaba realmente. Y en esos ojos, tan rotos como los suyos, había una verdad que no podía evitar percibir, aunque no sabía cómo ponerle nombre.

Hermanus, el monje herido, intentaba incorporarse, pero sus fuerzas se desvanecían. Ragnhildr se acercó con rapidez y lo ayudó a sentarse, sus dedos firmes y decididos.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Eadric, con la mirada fija en su hermano.

Hermanus dejó escapar un suspiro, su pecho subiendo y bajando con dificultad. —Están cerca... muy cerca. Pero no sé cuánto más podré hablar. No tengo tiempo.

Ragnhildr se apartó un paso, dándole espacio a Eadric. Sabía que esta conversación entre ellos dos era inevitable, y que sería algo mucho más profundo que cualquier batalla física. Había una guerra silenciosa, de secretos no contados, que pesaba más que cualquier herida.

—¿Qué nos están buscando exactamente? —preguntó Ragnhildr, mirando a Eadric con intensidad.

Él no le respondió de inmediato, como si esas palabras fueran difíciles de pronunciar. Finalmente, su voz quebró el silencio.

—El artefacto... —Empezó, con un susurro bajo—. Es algo que mi familia protegió por generaciones. Un antiguo relicario que contiene... algo más que solo poder. Algo que puede cambiar el curso de esta guerra.

La última palabra quedó en el aire, pesada y amenazante. Eadric cerró los ojos como si no pudiera soportar la verdad que acababa de desvelar.

Ragnhildr dio un paso hacia él, su expresión más dura que nunca.

—¿Y por qué no me lo dijiste antes? —su voz sonó más cortante de lo que había querido. Pero ya no podía esconder su furia. Todo lo que creía saber, todo lo que pensaba que entendía, se estaba derrumbando ante ella.

—Porque no quiero que estés en medio de esto, Ragnhildr. —Eadric la miró con una intensidad que hizo que su pecho se apretara—. Quiero que sigas tu camino, que seas libre de esta guerra, de este destino... Pero no puedo hacerlo sin ti. No puedo dejar que te pierdas.

Ragnhildr tragó saliva, su mente abrumada por las palabras que acababa de escuchar. Ella, libre de esta guerra. ¿Era eso posible?

—El destino no se elige, Eadric —dijo, la rabia mezclada con algo más en su voz, algo más vulnerable que no sabía cómo manejar—. Nadie es libre en este mundo. Nadie.

Hermanus tosió, una mancha de sangre brotó de sus labios. Ambos se giraron hacia él, y Ragnhildr, instintivamente, se acercó a sostenerlo. Sus ojos, llenos de sufrimiento, se clavaron en los de Eadric.

—Tienes que entender... —Hermanus habló con dificultad—. Este artefacto no solo es un objeto. Es la llave para algo mucho mayor. Y los que lo buscan... no son solo mercenarios. Son fuerzas oscuras, que van más allá de cualquier rey, cualquier dios.

Eadric asintió, su rostro más serio que nunca. La verdad comenzaba a emerger de las sombras, y con ella, una pesadez que ya no podía ignorar.

—Ellos no son humanos, ¿verdad? —preguntó Ragnhildr, su voz baja y tensa.

Hermanus cerró los ojos, como si no pudiera soportar lo que acababa de escuchar. Pero su silencio fue la respuesta.

Ragnhildr comprendió entonces, en lo más profundo de su ser, que la guerra en la que se habían involucrado no solo era por la supervivencia. Era por algo mucho más antiguo. Algo que tocaba las fibras mismas de la realidad, algo que ningún mortal podría comprender sin perderse en su propio tormento.

Eadric se acercó a ella, su mirada fija en la suya, con una intensidad que la hizo temblar. Había algo en sus ojos, una mezcla de miedo y necesidad, que la paralizó.

—Ragnhildr... —susurró, y su voz sonó frágil, como si pudiera quebrarse en cualquier momento—. No puedo hacer esto sin ti. No puedo enfrentarlos solo. No me dejarás, ¿verdad?

Ella lo miró en silencio, su mente agitada, luchando contra la respuesta que deseaba dar. ¿Cómo podría dejarlo atrás ahora? Después de todo lo que habían vivido juntos, después de todo lo que habían perdido, ¿cómo podría seguir el camino sin él?

Pero al mismo tiempo, había una parte de ella que sabía que este viaje, este destino, podría arrastrarlos a ambos a un abismo del que no habría regreso.

—No, Eadric. No te dejaré... —Su voz se quebró, y en su pecho creció una sensación agridulce, una mezcla de desesperación y algo más profundo que no podía entender. Quizás, al final, ella también necesitaba esta guerra. Necesitaba la batalla, tanto como él.

Ambos se quedaron en silencio, mirando la niebla que los rodeaba, sabiendo que nada sería igual. El peso de los secretos, de los destinos cruzados, de la batalla que se avecinaba, caía sobre sus hombros como una condena irremediable.

Y entonces, como si el destino mismo lo hubiera decidido, Hermanus murmuró una última advertencia antes de perder el conocimiento.

—No confíes en nadie... —fue todo lo que dijo, antes de que su respiración se apagase.

La niebla, aún densa y sofocante, pareció tragarse sus palabras. Y, al igual que el viento que los rodeaba, la guerra estaba lejos de terminar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.