— ¿Qué crees que encontremos?
Tecmesa oye su voz, mecánica pero a su vez infantil. Como si lo mecánico se adjudicara la inocencia de la niñez. Pero no por ello dejaba de conmoverla. Aunque a su real juicio, Tyche debía madurar.
—Pues, por lo que he leído le afecto mucho el hecho de la muerte de su esposo a la señora Kunes. Así que, sea como sea ella, debemos tratarla bien—Concluyo Tecmesa, satisfecha de su respuesta.
—A mi también me gustaría que me tratasen bien si perdiera a los que amo. —En ese momento, sus miradas quedaron fijas. Solo Tecmesa tardo en devolver una sonrisa a su hermanita.
El ascensor se detuvo en el segundo piso, abrió sus puertas. Las hermanas se encontraron frente a un pasillo de iluminación tenue, pues solo había un par de ventanas al final de cada extremo. A medida que se iban recorriendo, se oía una brisa que silbaba gracias a una ventana apenas abierta. A cada segundo que pasaba, aquel sonido se volvía mas incomodo. Quizá peor que el zumbido de un mosquito en una noche de verano.
—Apartamento doce, parece que aquí es. —Indico Tecmesa, pues la puerta en la que se hallaban indicaba tal cosa con un número pintado.
La joven toco un par de veces con su mano. Tyche le abrazo, no sabía porque pero ella la miro y rodeo con una mano. Tal vez la estaba consintiendo, pero no le importaba. Del otro lado de la puerta no hubo respuesta alguna por un largo momento.
Hasta que oyeron un ruido casi mudo, uno tendría que concentrarse de gran manera para poder oírlo. Y por lo que parecía, aquellos ruidos indicaban pisadas humanas.
—¿Quién es?— Pregunto una voz aunque femenina, ronca.
—Tecmesa y Tyche Stoad— Respondió la hermana de Tyche acercando su oído a la puerta. —Venimos a hablar con usted, Señora Kunes.
La respuesta del otro lado tardo en llegar de nuevo, en ningún momento aquella persona se retiró del otro lado de la puerta.
—No las conozco, váyanse—Ordeno hostil aquella persona del otro lado. Parecía bastante huraña y que presentaría dificultad para negociar.
—Señora, queremos hablar con usted.
—Ya he dicho que no daré una nota más a ningún medio estúpido, ya bastante infamia han causado al nombre de mi esposo y al mío también—Si bien presentaba calma al hablar. Tenía razones más que suficientes para presentarse a la ofensiva. Pero Tecmesa no claudicaría tan fácil.
—Señora Kunes, no vengo a hacer ninguna nota. Solo queremos hablar con usted un par de cosas que necesitamos saber, es importante si desea ser ayudada, nosotras podemos. —Tyche la miraba de forma incriminatoria. Su hermana debía soltar todo. Pero no cedía, sabía que era por la razón que evitaba soltar lo justo necesario a su tarea.
Nada, un minuto sin respuesta alguna. Ello comenzaba a mermar la paciencia de Tecmesa, produciéndole un sentimiento de frustración.
— ¿Cómo sabes que quiero ser ayudada?, ¿Cómo pueden saber las personas que se siente perder a quien amas?, Lo único que hacen es preguntarte una y otra vez de forma inútil si me siento bien, claro que no me siento bien idiotas. —Irrumpió la Señora Kunes, se notaba que había quebrado en llanto— Los imbéciles tienen la costumbre de perder su tiempo indicándome que debo aceptar la realidad, reconstruir mi vida, que me expliquen cómo demonios se hace si has perdido todo por lo que has vivido. Todo mi amor se ha ido, todo. ¿Cómo puedo yo recuperarlo?
De frustración a tensión. Era lo que sentía Tecmesa. Se volvió más difícil de lo que pensaba tratar con aquella pobre mujer. Sin embargo, Tyche se adelantó. Puso su rostro delante de la puerta y se sostuvo con las manos.
— ¿Sabe que creo que es grave, Margot? vivir triste porque he perdido a quienes me amaron más que nada en el mundo: mis padres. Y quieres saber que es más grave aún, vivir ignorando a quienes amo, vivir sin miedo a perder quienes de verdad quiero. Si algo he aprendido es que cuando uno pierde a quien ama, no pierde su amor, al contrario, tiene mucho más para dar que para perder.
No pudiendo ignorar tales palabras, Tecmesa se dirigió a ella y coloco su mano sobre el hombre de su hermana, quien esperaba una respuesta de aquella sollozante voz al otro lado de la puerta. Puerta de la cual tuvieron que apartarse, pues se abrió.
Revelando a una mujer madura, cercana a los cincuenta años. Su rostro se hallaba demacrado, quizá no tanto por el paso del tiempo. Sino más bien por una tristeza. Tristeza que a veces cuando duele mucho, puede hacer daño hasta nuestro cuerpo. Quizá lo que más golpeaba de ella, es ver cómo sus lágrimas discurrían sin consuelo por su rostro. Y sin embargo se mantenía ahí.
Tenía puesta ropa sencilla, un vestido a cuadros con un delantal blanco. Pero estos parecían más bien descoloridos y con algunos jirones. Había detenido su llanto, se notaba que lo contenía, las invito a pasar haciendo un gesto con sus manos.
Las hermanas asintieron al gesto pasando. El departamento es pequeño, Tecmesa no concebía de primera vista como podía vivir allí alguien. Falto de espacio.