Elisea, en el país de Mirie.
Una cueva húmeda en medio del bosque, era ahí donde aquel joven con una indumentaria sencilla y llevando consigo una espada oxidada se encontraba arrodillando mirando a la nada.
Era simplemente un disfraz, por supuesto. Jamás iría con su uniforme real a ese lugar, así si era descubierto evitaba que lo vincularan a sus superiores.
—¿Aun no hay nada? —pregunto una voz proveniente de aquella nada, era áspera y apenas se entendía, pero aun así el joven sabia que debía ponerle atención, de equivocarse con algo seria lo ultimo que haría.
—No señor —respondió el joven—. No hemos sentido nada desde hace mucho, al parecer alguien sello sus poderes o esta viajando con una persona lo suficientemente poderosa para cubrirlo.
—Búsquenlo, sin su madre y los otros, solo lo tenemos a él.
—Si, señor. He puesto una recompensa por su cabeza. Pero... —El joven titubeo un poco—. ¿Es seguro que no podemos usar a los otros? Si no usa sus poderes, encontrarlo será muy difícil, puede que incluso imposible.
—No. De su madre solo quedan ecos y los otros están siendo resguardados por alguien demasiado poderoso. Aun así, tenemos un plan, pero eso no es de tu incumbencia. Encuentra al chico y tráemelo, ese es tu trabajo, ¿me entiendes?
—Si, señor. No fallare.
—No, no lo harás. Recuerda lo que esta en juego.
Las sombras en la cueva comenzaron a deformarse y unos ojos de un color escarlata intenso aparecieron ante el joven, pero poco a poco incrementaron su tamaño hasta quedar como dos espejos, en los cuales se reflejaba la misma imagen, un niño pequeño llorando desconsoladamente.
—Tráeme al niño de la diosa y no intentes nada o tu hermano me servirá de alimento. Espero buenas noticias. Ve ahora Samarel.
*
La luna ya estaba en lo alto cuando el grupo de Kein llegó a las afueras de la primera ciudad de la república de Ariba después de traspasar la frontera. Debido a que no podían entrar a la ciudad hasta que fuera de día, Leyi propuso que hicieran una fogata mientras esperaban a que amaneciera y en ese momento todos, menos Nierya y Marie, se encontraban alrededor de está, observando las llamas.
Ya habían pasado dos semanas desde que Kein y Marie se encontraron con el señor de la tormenta, pero la platica que mantuvieron aun rondaba en la cabeza del chico.
Tu padre es alguien a quien no quieres conocer.
Y tu madre mucho menos.
—¿En que piensa, Kein?
Nierya salio del carruaje disfrazada para parecerse, al menos un poco, a Marie. Habían acordado que usarían esa treta después de cruzar la frontera, como medida de precaución por si se encontraban con un asesino, ya que ella podía defenderse mejor que la joven noble y también porque su trabajo era defenderla a toda costa.
Ademas, a pesar de que los documentos que el conde les había dado sirvieron bien para cruzar la frontera y serian imprescindibles tras cruzar la república, mientras estuvieran en ese país no valían prácticamente para nada, ya que debido a la política del país no había trató especial para nobles, a menos que fueran de alto rango o miembros de la realeza y decir quien era Marie en realidad tampoco valía mucho, ser hija del duque no era equivalente a ser el duque. Eso hacia que no pudieran solicitar ningún tipo de asilo diplomático para evitar a los asesinos, por lo que la seguridad de la joven había descendido bruscamente.
La treta fue propuesta por la propia Nierya, pero Kein estuvo en desacuerdo, aunque solo él, a todos los demás les pareció un buen plan.
—En nada —respondió el chico—. Solo meditaba. Te vez bien.
La chica se había puesto solamente una peluca castaña y una mascarilla para hacer lucir su piel un poco mas bronceada y así ocultar su tono pálido natural. Marie, quien salio después de Nierya del carruaje, ahora llevaba una peluca rubia y maquillaje para aclarar su tono de piel. Quien las conociera sabría quien era quien, pero para los que solo poseyeran una vaga descripción seria imposible.
—Gracias.
Debido a estar sumido en sus pensamientos, Kein no vio el ligero sonrojo que apareció en las mejillas de la chica, aunque Marie, que estaba cerca de ellos, si y frunció un poco el ceño en respuesta.
—Por cierto, Marie —dijo de pronto el chico—, ¿puedo saber que es eso que transportas? ¿Y por que es tan importante como para que manden a asesinos tras de ti?
—Lo siento, pero ni siquiera a ti te lo diré. Es un se-cre-to —respondió Marie, mientras soltaba una risita.
El chico no le hizo caso, sino que miro hacia el cielo. Las estrellas brillaban en la lejanía y seria una vista preciosa sino sintiera un escalofrió recorrer su espalda y en su pecho aquel sentimiento de que algo andaba mal.
Es como si el joven supiera de la oscuridad que comenzaba a cernirse sobre el mundo.
Editado: 17.07.2020