—¡Una vez más! —exclamó la chica, aún después de ser derribada por décima vez durante esa practica.
La chica, Zieb, estaba cansada y lastimada, pero aún así, seguía levantándose. La razón era simple: si lograba pasar el examen, la dejarían ir a visitar a sus familiares en su pueblo. Un descanso de tres meses de la academia dado como recompensa por su rápido ascenso de rango. Sin embargo, no usaría ese tiempo para ver a sus padres, ellos la podían ir a visitar cuando quisieran. No, usaría esa oportunidad para ir a ver a Kein.
—Basta. Me rindo.
Con esas palabras un chico alto, compañero de practica de Zieb, detuvo la pelea. Su oponente era una mujer con armadura escarlata, Dana Imende, un prodigio del ultimo año y única de primer rango que aún seguía en la academia.
—¿Que haces Leiye? ¡Íbamos bien! —grito Zieb, enojada por la decisión de su compañero.
—El joven Kaleisis tiene razón —dijo el instructor, Damie Feister, mientras ayudaba a la joven a ponerse de pie.
—Esta prueba seria fácil si al menos usaras tu mano izquierda, niña —la regaño Dana.
—Un verdadero caballero no es nada si no puede proteger quien este a su lado, esa mano esta reservada para un escudo —respondió Zieb, cortante.
—Di eso cuando aspires a algo más que un guardián —respondió Dana, desdeñosa, mientras salia del anfiteatro.
La academia de caballeros se dividía en diez rangos, siendo el primer rango el de mayor importancia. Quienes alcanzaba, como minino, el cuarto rango en los cinco años que duraba la instrucción, estaban listos para graduarse y comenzaban con su trabajo como caballeros del reino. Después podían ascender a coronel, mayor y general.
Pero quienes no podían lograrlo en ese tiempo, eran expulsados de la organización. Zieb, pese a su corta edad, ya era rango seis, al igual que Leiye y su amiga Hally. Tailbert seguía siendo rango ocho.
Los caballeros podían aspirar a dos diferentes caminos una vez salieran de la academia, pero se entrenaban para ello mientras estaban ahí, puesto que las habilidades para cada uno diferían demasiado entre si.
Unos eran los guardianes, aquellos que protegían las aldeas del reino. Los otros eran los militares, quienes serian entrenados para convertirse en soldados activos. Aunque Zieb aspiraba a lo primero, estaba en un grupo que se preparaba para lo segundo, lo que molestaba a más de uno, quienes no veían con buenos ojos que se entrenara para algo que no le serviría.
Cada grupo de entrenamiento para cadetes militares contenía a cinco miembros, mientras que los grupos de los guardianes eran conformados por ocho.
El grupo en el que se encontraba Zieb estaba capitaneado por Lieye, y con ellos estaban Hally, Tailbert y un muchacho llamado Greice.
—¿Porque me detuviste? —se quejo Zieb cuando Lieye se acerco a ayudarla, rechazando la mano que le tendia—. Podía seguir.
—No, no podías, ya estabas en tu límite —se limito a responder el joven.
La chica miro a sus amigos en busca de apoyo, pero ellos desviaron la cabeza. Aunque no se podía decir que se llevaran bien, estaban de acuerdo con Leiye y es que Zieb tenia la mala costumbre de sobre esforzarse demasiado. Y lo peor era que los instructores lo permitían.
—¡Zieb Viel! —grito de pronto un joven instructor. Era el ayudante del director, por lo que mucjos lo conocían, aún así, por los chicos no podían recordar su nombre.
—¿Que hiciste esta vez? —susurro Leiye, cansado.
No era secreto que en grupo de Zieb era conocido por ser algo alborotador.
—¡Nada! Además, ¿porqué me llaman solamente a mi? Hally y Tailbert también escaparon anoche.
—¡Nos obligaste! —objeto Hally.
—¡No los obligue a apostar! ¡Ustedes son los que se emocionaron demasiado y por eso nos descubrieron y sacaron! ¡Y ahora tengo que buscar otra fuente de ingreso!
Una vez por semana Zieb escapaba por la noche al casino. La chica quería juntar dinero para contratar a un informante y así no depender de Leiye, de quien desconfiaba demasiado. Ese tipo buscaba algo, era seguro, de otra forma, ¿por qué estaba tan interesado en ella?
Y tenía razón al decir que ella no había obligado a sus amigos a acompañarla. Ellos la siguieron y por emocionarse con las apuestas, los del casino descubrieron su edad real, aun con el grandioso maquillaje que Hally podía hacer para aparentar ser mayores.
—Como sea, regreso dentro de poco —murmuró Zieb.
La chica, de mala gana, siguió al joven instructor.
Conocía de memoria el camino al despacho del director, había ido muchas veces ahí desde que llego, así que fue una sorpresa para ella cuando se dio cuenta que la estaban guiando a otra parte, mas concretamente, a las puertas de la academia.
¿Qué acaso piensan expulsarme? —pensó la chica, alterada.
Para su sorpresa, conforme iban acercándose, se dio cuenta de que alrededor del director habían varios instructores más y en medio de ellos una pequeña figura que Zieb reconoció casi al instante.
Era un niña pequeña con el cabello negro alborotado, la cual corrió hacia la joven en cuanto la vio.
—¡Neia! ¿Que haces aquí?
Zieb estaba consternada, la ultima noticia que tenia de ella era que estaba en el pueblo junto a sus padres. Aun cuando Kein hubiera desaparecido, seria raro, por no decir peligroso, que comenzaran a buscarlo con las pequeñas bajo el brazo, por lo que imagino que al menos uno se quedo con ellas.
—¿Esta mi hermano aquí? ¿Esta contigo? —se limitó a preguntar la niña.
Neia miraba a Zieb con ojos esperanzados, lo que hizo que la joven se sintiera culpable por no poder decirle que si.
Después de todo, desde que recibió aquella carta s culpaba de no haberle permitido ir con ella, así al menos habría estado a salvo.
—Lo siento, Neia. Pero, ¿como llegaste aquí? ¿Y tus padres? ¿Y Clara?
Editado: 17.07.2020