La mesa, con cabida para hasta veinte personas, se llenó de vida por primera vez desde el momento en el que Marie tuvo uso de razón.
Por un lado se encontraba Kein y toda su familia, por otro estaban sus protectores. Leyi, Ci y Zieb, y además, también se encontraban sus hermanos y dos amigas que vinieron con ellos desde la academia en donde su padre los había confinado, una de las cuales decía ser la hermana mayor del joven de cabello violeta, aunque, a ojos de Marie, no se parecía demasiado a sus padres ni a las pequeñas gemelas. Ellas eran quienes más vida daban a la escena. Mientras que una comía con gusto acomodada en el regazo de Kein, la otra le preguntaba con su suave vocecilla a Nierya sobre el lugar de nacimiento de la joven y las criaturas que se podían encontrar ahí.
—Clara, te estás manchando —dijo el joven a su hermanita, tomando un pedazo de tela de la mesa y limpiando los restos de comida de su boca.
Al verla, Marie no pudo evitar sonreír, pero al mismo tiempo se sintió vacía por dentro. Hasta ahora no había tenido un sentimiento igual, pero al observarlos se dio cuenta que era lo que ella deseaba, una familia unida.
Si bien se llevaba bien con sus hermanos, no se podía decir que congeniaran demasiado, más que nada porque apenas los veía. Desde jóvenes habían sido llevados de casa de instrucción a casa de instrucción para que pulieran sus habilidades. Sobre todo su hermano mayor, Leiye, quien era el que heredaría el ducado.
—¿Qué ocurre, Marie? —le pregunto Lasim, aquel joven del que había estado enamorada no hace mucho tiempo. Se suponía que todo lo había hecho por él, para que estuvieran juntos. Pero ahora, aquella vida que en su momento le pareció idílica, vivir juntos en una bonita casa a las afueras de la ciudad, solamente se le antojaba como un sueño infantil.
¿Qué me pasa?
No lo sabía, pero estaba consciente de que algo en ella cambio en el transcurso del viaje que hizo. El problema es que no sabía exactamente qué. Pero, la mirada de envidia que le dio a Nierya y Kein podría ser un indicio.
¿Quizá quiero eso? ¿Ver lo que hay allá afuera? Tal vez siempre tuve un espíritu aventurero, solamente que no lo sabía hasta que cruce esa gran puerta con mis propios pies.
—Marie, no lo iras a entregar, ¿verdad? —Su hermano interrumpió sus pensamientos, regresando a Marie al presente.
Aunque sabía que estaba preocupado por ella, la joven no quería que él se metiera en sus asuntos. Después de todo, ahora había algo más en juego. Aunque no sabía exactamente porque Kein y aquella mujer buscaban las llaves, si sabía que el asunto era grave, tanto como para que el chico amable de cabello violeta tan siquiera pensara en robarlas.
—Señor Kaleisis, por favor, no la moleste ahora —la defendió Lasim.
—Disculpa —le respondió Leiye, algo agresivo—. Pero este es un asunto entre mi hermana y yo.
—Hermano, no empieces a discutir —trato de disuadirlo Tailbert, pero en vano.
Desde siempre la relación entre esos dos fue complicada. Algo parecido a amigos al principio, esa frágil relación se vio hecha añicos cuando el joven mozo comenzó a interesarse en Marie. Desde entonces las peleas fueron continuas cuando Leiye iba a casa.
La discusión se acaloraba, mientras que Marie se masajeaba la frente, intentando controlarse. Estaba a punto de estallar. Antes no se había atrevido a gritar, pero desde aquella discusión con Kein comenzó a expresar su irritación de forma continua, sin guardarse nada.
—¡Marie! ¡Vamos a hablar!
De pronto se escuchó la voz de su padre en el comedor, Llego sin ser anunciado y con otro hombre, gordo y calvo, con bigote y bien vestido junto a él, contrastando con la figura demasiado delgada y con ojeras de su padre, quien se estaba consumiendo debido a las preocupaciones del enfrentamiento de ambos.
Si bien nunca fue apegada al duque, aun menso desde que su madre falleciera, a Marie le irrito ver la condición en la que aquel hombre lo mantenía, con la amenaza de una aniquilación total del ducado, permitida por un rey imbécil. Solo la caja que llevaba en las manos podría evitarlo, le dijo su padre en la carta.
La joven se levantó del, ahora, silencioso comedor, suspirando.
—Suerte, chica —le susurro Zalia cuando paso junto a ella, en la esquina más alejada de la mesa. Marie la miro, interrogante, pero parecía como si la joven lo hubiera imaginado, ya que Zalia seguía tomando de una copa de vino, indiferente a lo que pasaba a su alrededor. Leyi, a su lado, estaba igual, bebiendo indiferente, pero él de un tarro de cerveza. Ci, por otra parte, los veía como si no comprendiera nada.
Sin saber porque es que parecía como si Zalia supiera lo que planeaba, Marie se dirigió a los dos hombres. Nada más llegar su padre señalo una puerta a la izquierda, pegada al comedor y custodiada por dos guardias de apariencia feroz.
La joven se entró con un porte digno a aquella habitación, llevando la caja que contenía la llave con ella, mientras, detrás, Kein se preparaba para entrar en acción.
La participación de ella seria nula. Entregaría la llave y ya. Una vez que aquel hombre se fuera, Kein y la mujer lo interceptarían y les robarían ambas llaves, gracias a un tercero, que crearía una distracción. Al menos es lo que le dijeron a ella. Su familia no se vería involucrada, le aseguraron.
La comida era abundante y estar con la familia que estuvo anhelando durante tanto tiempo hacia que Kein se sintiera en paz.
—Y entonces entramos a la cueva donde dormía el Cali...
—¡Después hablamos de eso! ¡Mejor dime como te ha ido, Zieb! —la interrumpió Kein.
Esto se debió a que Nierya, quien se había sentado al lado de Kein, relataba uno de los sucesos que habían ocurrido durante la estadía del joven en el templo. En aquella ocasión casi habían resultado heridos por estar en un lugar que les prohibieron, cosa que hicieron al pensar que ahí Caín ocultaba la comida. Y era por eso que el joven de cabello violeta intento que la chica no siguiera con su relato, pues no quería alarmar a sus padres y a sus hermanitas. Además, sabia lo sobreprotectora que era Zieb y quería evitar un regaño por su parte.
Editado: 17.07.2020