Thrice

Capítulo 1: “Once upon Avery and her prince.”

Sé que en mis sueños aún le busco. ¿Qué edad tendría él? Quizás la misma que yo. Seguramente. No sería lógico admitir que me enamoré de él con solo trece años... Aunque para alguien tan poco dada a lo dulce como yo, obsesionarse con una mirada de miel y una piel de chocolate parece, al menos, contradictorio.

Él era todo lo que una chica puede buscar: dulce, inteligente, amable, divertido. Y ese puntito canalla me volvía loca. No me acuerdo de su nombre, o si acaso me lo llegó a decir.

Mi madre acababa de enviudar. Debía enfrentarse a la vida con dos chicas preadolescentes. Cassidy tenía casi quince años y yo acababa de pasar los trece. Mientras ella buscaba trabajo, nos dejaba en una biblioteca y ludoteca para que socializáramos con otros chavales de nuestra edad. Cassidy no tuvo problema, siempre fue muy extrovertida. Yo, en cambio, prefería leer sobre diferentes lugares del mundo. Y así fue como él se acercó a mí, para pedirme el libro que acaparaba.

—Creo que es ese libro el que estoy buscando, ¿me lo das? —no parecía que hubiera maldad en su pregunta. —Este libro es de la biblioteca —me quise hacer la entendida. —Si quieres te lo presto después. —O lo leemos juntos. —se encogió de hombros y se sentó a mi lado.

Me sentí un poco incómoda al principio, pero no he sido tan feliz por el simple hecho de compartir un libro en mi vida. Me fui enamorando perdidamente del chico con el que solamente hablé esa tarde.

Creo recordar que me dijo que su padre era de Londres y su madre del barrio francés de Nueva Orleans. Hablaba castellano mejor que yo, aunque estoy segura de que en su casa hablaba inglés, como hacíamos en la mía. Yo le hablé de mi abuelo materno, irlandés, que se casó con una rubia andaluza; y de mi abuela paterna, australiana, casada con un canadiense que adoraba el sol del sur de Europa. Y de esa macedonia anglosajona que éramos Cassidy y yo.

Era un chico divertido. Me hizo alguna mueca cuando me vio distraída o concentrada en alguna palabra que no conocía. Cuando le comenté que mi padre acababa de fallecer, no dudó en pasarme su brazo por los hombros y abrazarme, para darme un cariñoso beso en mi anaranjado cabello.

Le fueron a buscar antes que a nosotras. Antes de apartarse de mí, me dio un beso en la mejilla que volcó mi corazón y encendió una vela en mi memoria con el color de sus ojos. —Hasta pronto. —mi despedida sonó más como un ruego. —Hasta siempre. —y su voz pareció prometer algo incapaz de cumplir.

Probablemente no le dije mi nombre, ni mi apellido. No creo que se acuerde de mí. Soy consciente de que habrá crecido, como yo. Pero busqué esa mirada sugerente y canalla de color miel en cada hombre de tez oscura con el que me crucé...

Y me he topado con muchos: mi trabajo es viajar. Pero pasaron doce años y no le volví a ver. No le encontré. Y quizás nunca lo encontraré




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.