Thrice

Capítulo 10: Su nombre le suena

Llegué a tiempo para comer con Ivette. Su carita tostada, sus ojitos de aceituna y sus estrechos tirabuzones irradiaban felicidad al verme en la puerta del parvulario.

—¡Mamá! —me abrazó como pudo desde su altura—. ¿Ya hablaste con tu jefe?

Ni un respiro me dio.

—¡Sí! —contesté dando un pequeño saltito sobre mis talones. —¿Le gustaron nuestras galletas? —No le gustaron... —intenté dar pausa dramática, pero mi sonrisa me delataba—. ¡Le encantaron!

—¡Bien! —me tomó la mano para caminar hacia el coche—. Unas galletas tan especiales gustan a todos, ¿a que sí?

—¿Te cuento algo curioso? —me agaché para decirle más bajito—. Casi se me olvida dárselas. —Seguíamos caminando—. Y también tiene que comer cosas especiales, como tú.

Ivette se paró en seco y me miró preocupada.

—¿Por eso no le pareces simpática? ¿Porque su mamá no le hace galletas especiales?

—Eres un amor, cielo. —Me enderecé—. Pero no entiendo por qué dices que no le parezco simpática, si apenas nos conocemos.

—Pues porque ayer dijiste que no querías que te pusiera trampas... lo dijo David.

Los niños estuvieron escuchando detrás de la puerta como marujas en vez de jugar con las piezas de construcción que les había traído Tony.

¿Cómo se lo podía explicar para que lo entendiera sin que se preocupara?

Subimos al coche y se lo comenté:

—Ivette, ¿cómo se llama mamá? —comencé. —Mamá se llama Avery Barnaby Murphy. —dijo orgullosa. —Pues hay una señora que se llama como yo. —¿Avery Barnaby Murphy, igual que tú?

Me eché a reír.

—¡Solamente Avery, Ivette, únicamente Avery! —Me hizo gracia. —¿Y? —preguntó curiosa. —Pues que esa Avery le ha hecho mucho daño a Evan Osborne, y ahora él está enfadado con todas las Averys del mundo mundial. —Exageré.

—¡Hala, eso no es justo! —se enfurruñó.

—Pero... ¿sabes qué? —sembré la duda y continué—. Tus galletas le conquistaron. —Intenté sonreír a Ivette por el retrovisor—. Le has robado el corazón.

Ivette me miró en el espejo, perdió parte de su sonrisa para sorprenderse y, a continuación, se sonrojó desviando la mirada.

—Yo no robo nada, eso es de mala gente. —Levantó su bolsa hasta taparse la nariz y me miró otra vez—. Se lo tengo que devolver.

—A ver, Ivette... —intenté ser aún más dulce—. ¿Cómo te lo explico? Cuando alguien te gusta, te ha robado el corazón, pero no te lo ha arrancado del pecho.

La niña se calló un momento y, tras pensarlo, dijo:

—¿No hace falta devolverle el corazón porque le gusto a tu jefe? —Algo así, sí.

Ivette suspiró aliviada y, en menos de cinco minutos, se había quedado dormida.

La tarde pasó tranquila en casa. Isabel llamó para saber si Ramiro me había podido ayudar y David habló un poquito con Ivette. Aparte de eso, no hubo ninguna novedad y fuimos a dormir temprano.

Tras despertar y desayunar, llevé a Ivette al parvulario y acudí a la oficina para las primeras instrucciones.

Me recibió José. Estaba en la puerta de la oficina de Evan Osborne, saliendo:

—Hola, Avery, buenos días. —Soy nueva en trabajar en un jet privado, y creo que funciona más por necesidad que por jornada horaria, ¿verdad?

—No del todo. La mayoría de los vuelos son programados. Alguno urgente, quizás uno o dos al mes como mucho, pero te llamaríamos con tiempo para que puedas compaginar tus horarios.

—Eso es, por lo menos, contradictorio. —Alegué.

Evan salió del despacho del que José custodiaba la puerta y le dio a este una carpeta. Que yo estuviera, a él pareció darle igual.

—Investiga a la cúpula de esta empresa. Es una de las que expulsaron a mi padre de la junta. —Parecía encauzado a vengarse—. Y búscame a alguien. Es hora de buscarla. —Me miró, se sonrojó un poco y se recolocó su perfecta corbata turquesa.

¿Por qué siempre hacía cosas similares cuando reparaba en mi presencia?

¡Ah, sí! Su contacto. Debía darle el mío también. Saqué mi teléfono y justo cuando lo iba a apuntar, Evan Osborne me dio un pequeño teléfono analógico, de los de principios de siglo.

—Te contactaremos en este teléfono.

Lo cogí. Nuestros dedos apenas se rozaron, pero un estremecimiento recorrió mi sistema nervioso y eso me desconcertó.

—De acuerdo. —Conseguí decir.

—Es un teléfono de la empresa —dijo José—, y si eres tú quien llama, debes hacerlo desde este mismo terminal. —Lo señaló.

Se tomaba muy en serio la descripción.

Pero Evan pasó a su despacho y volvió a salir. Me dejó una bolsa de papel no muy grande en el escritorio de José. Parecía un poco reacio a que nuestros dedos se volvieran a tocar.

—Dale esto a Ivette de mi parte —giró la cara porque no quería mirarme a los ojos y pareció ruborizarse un poco—. Para agradecerle las galletas.

Me asomé a la bolsa. Era un bolsito para niñas pequeñas con un nombre bordado.

—No tendrías que haberte molestado. —Me disculpé. —Para nada era ninguna molestia. —Sonrió al mirar la bolsa—. Ese nombre me trae gratos recuerdos; tu hija se llama como mi madre.

¿Cómo podía ser tan seco y tan tierno a la vez?

—Le diré que es de su fan número uno. Seguro que le hace gracia. —Comenté en voz alta sin pretenderlo.

Evan Osborne volvió a su cara de póquer y regresó a su despacho. Al darme la espalda, le oí decir en voz baja:

—Ese puesto le correspondería al padre, no a un desconocido.

Miré a José y le gesticulé con algo de sorpresa un "¿En serio?", antes de que Evan Osborne cerrara la puerta tras de sí. Él parpadeó y puso su cara de pedir disculpas.




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