Él tardó tres días en entrevistar a toda la empresa, pero pese a que no tardó más de un día en emplazar a los demás, conmigo se recreó y tardó tres días más en ofrecerme un puesto.
Llegué a pensar que me despediría, supongo que por eso no reaccioné como hubiera sido lógico.
—Señorita Barnaby, tome asiento. —me tendió la mano hacia una silla delante de su escritorio.
—Señor Osborne... —me senté de la manera más cortés posible y junté mis manos sobre las rodillas.
—No me considero un jefe tirano, —le noté que escogía las palabras. —pero benévolo tampoco. —se mordió levemente el labio. —Y ante todo tengo en consideración todo tu esfuerzo en la empresa. —le estaba costando horrores soltar lo que quería decirme.
—Gracias, señor Osborne. —¿Un poco de ayuda?
—Pero también me considero una persona diplomática que no sucumbe ante provocaciones.
—Eso es bueno, ¿Verdad? —llegué a preguntar.
—¿Puedo ser sincero? —me respondió con otra pregunta.
Yo afirmé con la cabeza y mi cara le debió de desconcertar por un momento, aunque prosiguió:
—Me pareces una mujer vanidosa, infantil e insegura. —¿Se había bebido un tonel de cerveza? ¡Cómo se le había soltado la lengua, por dios! —¡No creas que por ser hermosa y atractiva, voy a ser indulgente contigo! —Demasiada información en una frase.
Se quejaba de vanidad y él era el primero en alegar rango. Me acusaba de infantil y él se acababa de quejar de mí como un niño pequeño. Y su inseguridad le ha hecho atacarme a mí, primero. Espera, ¿Hermosa y atractiva? Guau, se pasó de largo.
—Decídase, señor Osborne, —alcé el pecho con orgullo. —Si quisiera recibir insultos, echaría un vistazo a la red X.
Le dejé noqueado con una sola frase. Muy listo, no parecía. Parpadeó nervioso y se dispuso a corregir su afirmación anterior.
—Te pido disculpas por mi brusquedad en mi opinión sobre ti. —Empezó a mover la vista como si siguiera una mosca invisible y se giró para darme la espalda. —Mi comportamiento solo me ha demostrado a mí mismo que la decisión es la acertada.
—¿Disculpe, señor Osborne?
—He estado tentado de ubicarte lejos de mí —Empezó otra racha de sinceridad, menos mal que no me miraba. —Pero tu expediente me decía que eras la opción óptima.
Decir que me sentía contrariada era quedarme corta. No sé si me iba a ascender o despedir al final. Quise entender que físicamente soy su tipo. Creo que lo dejó claro. Yo no iba a admitir que él también era mi tipo, y menos ante él. ¿Para qué? Entre líneas ya entendí que no me aguantaba.
—No sé si sentirme halagada u ofendida. —Mi sinceridad no agredía a nadie.
—Necesito un auxiliar de vuelo para mi jet privado. —Vaya zasca me plantó.
Se volvió para mirarme cara a cara, y la mía no creo que predijera nada bueno, porque a continuación empezó a excusarse con distintas maneras de decir lo mismo, que se había comprado un jet privado para agilizar su trabajo y necesitaba a alguien como auxiliar de vuelo.
Intenté ser cortés rechazando la propuesta, pero el cambio de contrato casi triplicaba mi anterior sueldo.
—Debo tener en cuenta las condiciones familiares. —Me dispuse a levantarme de la silla y él carraspeó. —Espero que me permita consultarlo con mi familia.
Giró la cabeza hacia un lado. Si no fuera por su color de piel, hubiera asegurado que se sonrojó, aunque entonces no supe por qué.
Salí de su oficina con una sensación extraña entre seguridad y miedo, entre arrebato y familiaridad. Necesitaba la mente fría, la cabeza despejada y ¿Por qué no? Un lavado de cara.
El aseo más cercano, el menos usado de las instalaciones. Genial para despejarme con un remojón frío en la cara.
Directa al lavabo, un buen salpicón fresquito y al levantar la vista lo veo:
—¡Maldición! —se me escapó en voz alta.
Mi camisa del uniforme estaba desabrochada con un botón de más, dejando ver más escote de lo que hubiera querido, mostrando más pecho del debido.
Lo primero que pensé era que no me quedaba mal, que solo era un botón. Después me dije que le daría un par de puntadas al ojal para que no me volviera a pasar. Y por último... ¿Evan Osborne me había mirado las tetas?
—A ver, recapitula, Avery, por eso no me quería mirar a la cara, —me miré el escote y me apresuré a abrocharme el botón. —¿Cuándo ha sido? —me golpeé ligeramente los dientes con las uñas mientras caminaba nerviosa por el aseo. —tuiter, mierda.
Me atusé un poco el recogido de mi media melena pelirroja y fui directa a pedirle disculpas por haber dado una impresión equivocada.
Iba a llamar a la puerta cuando me la encontré abierta y al asomarme despacio escuché:
—Eres la única razón que tengo para no odiarme a mí mismo.
Se lo decía a algo que guardaba en la cartera. Y al verlo tan frágil, me detuve. ¿Qué quería excusar, que se me había visto más piel? ¿Con qué cara le miraría después? Si ha sido un descuido, nadie tendrá en cuenta lo ocurrido, porque ha sido eso, un descuido del que no me di cuenta. Miré de nuevo hacia su despacho, le observé por un momento, y creo que lo empecé a mirar con otros ojos, no es tan frío como aparenta.