Tictac el juego acaba de empezar

Capítulo 6 Cold

Uno, dos, canto el rey y todos los demonios marcharon junto a él.

Tres, cuatro, dijeron los demonios mientras seguían a su rey.

Él es un rey oscuro, sin alma ni misericordia.

Es el rey que todos tenemos dentro.

Es el rey de nuestro infierno.

Sus palabras provocaban grandes pesadillas.

Él te ve, te vigila y por las noches tu alma aniquila.

Puedes llorar, puedes suplicar, pero tu alma de él será.

Todos estamos a la espera de ser salvados, todos aclamamos misericordia y piedad. Y mientras todos esos ojos negros con el alma rota nos observan, nos arrodillamos ante el dios que este día decidimos adorar. No hay tiempo para esperar, no hay tiempo para suplicar, no hay tiempo que perder. Todo se vuelve oscuro y frío, todo se vuelve un caos y en medio de todo este desastre una voz familiar me susurra que todo estará bien.

-Todo será como antes-dice la voz-antes, antes, antes-repite sin cesar-antes de que los demonios bajaran y corrompieran sus almas.

Todo es frío y oscuro. Muy frío. Muy oscuro.

-No te asustes-me dice la voz.

Me giro y trato de buscar esa voz, quiero saber quién es. Pero no veo a nadie.

Quizás hay una posibilidad de salir de aquí, quizás y solo sea un sueño. Quizás y todo lo que tenga que hacer es despertar. Pero la pregunta es ¿quiero despertar? Mi vida real no es un cuento de hadas. Me siento en la hierba, respiro el aire con sabor a coco ¿Por qué coco? Yo prefiero las fresas. Las hojas de los árboles se empiezan a mover y me mueven llevándome hasta una cama blanca muy suave. Me recuesto en la cama y esta se empieza a mover de un lado hacia el otro.

Quizás hay una posibilidad que esto sea un sueño. Quizás nada de esto es real.

-Ahí vienen-grita alguien.

-Ahí vienen-gritan en coro.

Ahí vienen con sus hachas recién afiladas, caminan al son del tic tac de un reloj. Ahí vienen los sacerdotes de diferentes dioses. Cierro los ojos y pienso a que dios le voy a pedir misericordia, le rezo al dios que me acabo de inventar, mi dios me da confort, después de todo eso es lo que dios hace. Hay un dios en cada parte y para cada situación, hay dioses que te castigan y hay dioses que te protegen. Ahora yo necesito un dios que a pesar de mis pecados me conceda el cielo, quiero un dios que me libre de las llamas del infierno, aunque no lo merezca.

Sus ojos negros como la noche nos miran amenazantes. No somos más que corderos que vamos camino al matadero.

-Ahí vienen-grita alguien-ahí vienen.

Ellos nos miran.

Ahí vienen montados en sus caballos, creyéndose soldados. Pero no tienen ni honor, ni gloria, no son soldados, no son nada. No defienden nada más que a ellos mismos. No son más que bastardos en busca de falsa gloria, son huérfanos en busca de afecto y aceptación, son desamparados en busca de comida y un techo. Son soldados de nada, hombres sin fe. Ellos se alimentan de sueños muertos, esperanzas rotas y cuerpos que sangran.

Uno de ellos camina despacio hasta mí y me enseña su hacha recién afilada, la luna se ve reflejada en ella. Miro el arma con la que he de morir.

-Prefieres morir ahora o quieres que te vende los ojos y alguien al azar te mate- su voz es suave, sin ninguna emoción.

Sus ojos negros como la noche me miran fijamente. Yo prefiero mirar las hojas de los árboles.

-Prefiero morir ahora, al menos así veré tu rostro y podre maldecirte mientras un oscuro y pesado manto me cubre. Un manto pesado y cansado, pero no duele cuando te arropa, cuando el cae sobre tu cuerpo no sientes nada. Ya no hay tiempo para sentir, ya no hay dolor, ya no hay nada. Eso es lo único bueno de la muerte, que ya nada te duele, ya nada te puede lastimar.

El sacerdote del dios pagano levanta el hacha y me corta el cuello. Siento el filo frío del hacha abrir la piel de mi cuello, siento la sangre derramarse por mi garganta. Siento como mi último suspiro de vida sale de mis labios. Y maldigo al sacerdote antes de ser cubierta por el manto negro de la muerte.

Me despierto sobresaltada por el sueño y me siento en el filo de la cama. La puerta blanca se abre y un enfermero entra con una pequeña bandeja. Alzo la cabeza para mirar que trae en la bandeja, es mi desayuno.

-Buenos días-le digo. Él me sonríe.

Él deja la bandeja sobre mi cama y camina hasta la ventana para abrir las cortinas.

-Buenos días, Emma-me dice con una sonrisa-¿soñaste con sacerdotes?-me pregunta.

Yo niego con la cabeza.

-No-le respondo-soñé con falsos soldados.

Miro la bandeja con mi desayuno y tomo el bol con fresas. Empiezo a comer las fresas mientras el enfermero se sienta en el sillón blanco junto a la ventana. El enfermero me mira atento a todos mis movimientos, yo solo sonrió mientras como mi fruta.

-No voy a matar a nadie-dejo el bol en la bandeja y cojo el vaso con jugo de naranja-al menos hoy no.

El enfermero se para y mira por la ventana. Tiene los brazos en su espalda y esta serio.

-¿Eres real?-le pregunto-¿En realidad estas aquí?

El enfermero no me responde.




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