Tictac el juego acaba de empezar

Capítulo 11 Kill and Run

Dime quien seré

¿No me dirás? Bueno, yo te diré algo…

No hay ángeles en la oscuridad

Solo sombras en la pared

No hay perdón, ni misericordia

Solo dolor y resignación.

Pero eso ya lo sabes, alguien ya te lo dijo

Lo único que yo quiero saber, es quien soy

A donde debo ir y porque estoy aquí

Miro casi involuntariamente como se mueven los árboles, el viento esta tan fuerte que parece que en cualquier momento los arboles serán arrancados de la tierra. Las hojas se mueven violentamente provocando un sonido que me relajaba.

Giro mi cabeza y fijo mi mirada en el hombre parado delante de mí, me mira ansioso esperando una respuesta de mi parte. Me apunta con su pistola, que a simple vista puedo reconocer que es una beretta, yo no hubiera escogido esa si fuera él. Él coge la pistola con las dos manos y me apunta a la cabeza. No me muevo. Lo miro a los ojos por un momento y no puedo evitar curvear un poco los labios al ver que él es un cobarde que no va a disparar. No solo por el miedo en sus ojos, si no por algunos gestos que hace inconscientemente. Primero sus ojos miran cada cierto tiempo a los lados, no me mira fijamente, su mano tiembla y puedo vislumbrar unas gotas de sudor en su frente. Está muy nervioso. Si hubiera prestado atención a estos signos antes, ya me hubiera ido a casa.

-Linda pistola-le digo con la voz más tierna que puedo.

Me mira por un momento y luego aparta la mirada.

-¿Tú lo mataste?-me vuelve a preguntar.

No le respondo.

Cobarde, me grita una voz en mi cabeza, que me es muy familiar. Lo miro de reojo, tiene agarrada la pistola con una sola mano, la pistola se mueve de un lado a otro. Está asustado y su temor crece conforme yo no le contesto.

Tomo aire y cuento hasta tres. Me acerco a él rápidamente y le golpeo fuerte en la boca del estómago, él suelta la pistola y yo la atrapo antes que caiga al piso. Él pudo haberme detenido, quería que lo hiciera para que esto se ponga más interesante. Pero no lo hizo porque pensó que yo era débil y mi golpe no le dolería. Ese sin duda fue su error más grande esta noche y es el error más frecuente en las personas, siempre se dejan guiar por las apariencias, pero las apariencias siempre engañan. Si encerramos en un cuarto a un sacerdote, un ex presidiario y un policía, y al día siguiente amanece muerto el policía ¿a quién culparan? Al presidiario, obviamente. Pero quien me dice a mí que el sacerdote no es un asesino que se oculta tras la fachada de ciervo de Dios.

Le apunto con la pistola. Él alza las manos y empieza llorar.

-No me dispares.

-Te prometo que no te voy a disparar-alzo la pistola y le quito las balas, las guardo en un pequeño bolsillo en mi bolso y coloco la pistola en el bolsillo más grande.

Miro mi reloj, faltan diez minutos para que sean las tres de la mañana. No hay nadie en este parque excepto un vagabundo que está dormido en una banca.

-Todd te hablo de mi-le digo tranquilamente-tu hermano siempre hablaba de más.

-Y por eso lo mataste, sucia perra.

Idiota, no insultas a alguien que podría matarte.

-No-le sonrió-lo mate porque es parte del juego. Él y su novia tenían que morir, él me traiciono y tenía que morir cuando el reloj dio las dos.

Lo miro dulcemente mientras me acerco un poco a él, me acerco solo unos centímetros, él apenas se da cuenta.

-Tú no lo entiendes, no espero que lo hagas-cierro los ojos un momento-solo los jugadores entendemos el juego.

Y yo a pesar que llevo años en esto aún sigo sin entender.

Le sonrió y acerco mi mano lentamente hasta su cuello, le acaricio un poco y él se relaja, segundo error: dejar de estar alerta. Le rozo los labios y antes de que él pueda decir algo, clavo mi cuchillo en su corazón. Me alejo unos pasos de él y miro como su cuerpo cae al suelo. Grita de dolor, pero nadie lo escucha.

-¿Quieres saber porque lo mate?-él no me responde, solo se sigue quejando de dolor-porque hace años iniciamos un juego, gane y perdí, todo a la vez. Este es el último juego, si gano podre ser libre y si pierdo me cortaran las alas. No puedo perder, no tienes idea el infierno que he vivido desde ese cuatro de mayo. Tengo que ganar… debo ganar.

Deja de moverse por un momento, aún sigue luchando.

-Tu hermano, era un maldito drogadicto que robaba ancianos para satisfacer sus vicios-le digo mientras me acerco a él-así que no me siento mal por haberlo matado.

Me arrodillo y lo miro agonizar.

-Sabes-le digo con una sonrisa-uno de mis sonidos favoritos, es cuando el filo del cuchillo penetra la piel, es un sonido delicado. Pero no hay nada mejor que escuchar los chillidos de dolor de las víctimas y ver sus caras al saber que les llegó la hora.

Él se queja de dolor y mira en busca de ayuda.

-¿Te crees Dios?

Le sonrió.

-No, él te hubiera hecho sufrir más.

Clavó el cuchillo en su corazón y miro como deja de respirar. Levanto mi brazo derecho y miro la hora: tres y cinco de la mañana. Perfecto. Saco la nota del bolsillo de mi chaqueta y con mucho cuidado la clavó en su frente. Arrastro el cuerpo hasta un árbol y lo coloco sentado. Saco un periódico de mi bolso y lo dejo sobre las piernas de él. Cojo mi cuchillo y le corto los dedos y después las manos. Coloco una mano de cada lado y me pongo de pie. Observo la escena. Saco el capítulo tres del libro el relojero y lo leo para verificar si de esta manera mato el relojero. Leo el capítulo y acomodo el cuerpo tal y como dice el libro, le muevo las piernas y los brazos. Cuando termino me alejo cinco pasos, tal y como hizo el relojero en el libro y contemplo la escena. Cuando veo que todo está perfecto y me cercioro que no hay ningún rastro mío en la escena, me voy a casa.




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