El reverendo empieza su sermón
Y me castiga por todos mis pecados
A pesar que él ha cometido más pecados que yo
Me coloca los clavos y me cuelga de unos palos
Trata de rescatar mi alma o esa es la mentira que me canta
Me pide que pida perdón mientras mi sangre rueda por mi cuerpo
Mientras de mis labios sale mi último aliento
Ya mis horas están contadas, ya la muerte empezó su caza
La veo a lo lejos y veo como me espera con los brazos abiertos
¡Vamos fiel cordero! Bienvenido al matadero.
Las campanas de la iglesia suenan. Me arrodillo, cierro mis ojos mientras junto mis manos y las coloco en mi pecho. Escucho las fuertes pisadas que se acercan hasta donde yo estoy.
El demonio no puede entrar a la casa del señor-digo en mi cabeza-¿Qué hace ese demonio sin alas aquí?
-Ave María, escúchame, Ave María-canto suavemente-Ave María, ten piedad de mí.
-¿Te burlas de la fe?-me pregunta alguien a mi espalda.
No me giro para ver quién es.
-¿Cómo no creer en dios?-digo con una sonrisa, mientras sigo arrodillada frente al Cristo crucificado-mire a su alrededor ¿Cómo no creer en dios?
Una mano me toca el hombro y me obliga a levantarme. Me giro y miro al policía con una sonrisa de oreja a oreja. El policía me mira enojado.
-¿Te burlas de mi fe?-me pregunta.
Yo lo miro desafiante.
-¿Te burlas de mi fe?-repito.
El policía me toma de los hombros.
-Basta de juegos-me dice.
-Basta de juegos-digo mientras me rió-basta de juegos.
El policía me zarandea.
-Te iras al infierno por lo que hiciste-me dice.
-Siete demonios vinieron hace años por mí, yo les sonreí y ellos se inclinaron a mis pies, cuando el reloj se detuvo a las tres-me rió-pero usted tiene razón, me iré al infierno, hay un lugar en el infierno reservado para mí, se llama trono. Un trono de hierro fundido, construido con las almas de aquellos que he matado.
Yo asiento lentamente mientras alzo mi mano y saco mi cuchillo. Clavó el cuchillo en el corazón antes de que él pueda decir o hacer algo.
-Pero tú te iras primero-su cuerpo cae a mis pies.
Dejo su cuerpo y camino hasta la puerta. Piso con fuerza las baldosas mientras camino, antes de salir tomo aire y sonrió falsamente.
Un policía se me acerca y me esposa, otro entra a la iglesia y otro me lleva hasta la patrulla, me hace entrar y cierra la puerta. Permanezco con los ojos cerrados hasta que llegamos a la comisaria.
Cuando me hacen bajar del carro me llevan a un cuarto oscuro y frío, esta tenuemente iluminado por unos focos que no sirven. La pintura está sucia y vieja, hay telaraña en los rincones. Me sientan en una silla negra que parece que se romperá en cualquier momento, con mucha cautela me siento. Coloco mis manos esposadas encima de la sucia mesa que esta frente a mí.
-Cambia-digo en un susurro-todo cambia.
Dos policías entran. Uno de ellos trae una silla y la coloca frente a mí. Me mira serio con el ceño levemente fruncido y sus labios forman una línea recta. Las arrugas alrededor de sus ojos se vuelven más visibles conforme su ceño se frunce. Pasa un dedo por su negro y espeso bigote. Él otro policía se queda parado a su lado. La edad de la inocencia y la edad de la experiencia.
El policía que está en la silla saca una carpeta y la coloca encima de la mesa. La abre mientras me mira de reojo. Yo me limito a sonreír.
-¿Sabes porque estás aquí?-me pregunta el policía.
Yo asiento con la cabeza.
-Hice cosas malas-le digo mientras dejo de sonreír. Miro mis manos apenada-yo no quería hacerlo, pero ellos me obligaron. Ellos me gritaban y me gritaban y yo solo quería que se detengan, quería que dejaran de gritarme-cierro los ojos y los aprieto con fuerza-lo siento, lo siento mucho.
Me quedo con los ojos cerrados por varios minutos. Nadie dice nada, nadie hace nada. Cuando abro los ojos los policías me miran sin entender a qué me refiero.
-¿Quiénes te obligaron?
Yo miro mis manos y luego al policía, pero no lo miro a los ojos.
-Las voces en mi cabeza-le digo despacio-ellas me obligaron.
Los policías se miran entre ellos. El policía sentado frente a mi abre la boca varias veces para decirme algo, pero luego la volvía a cerrar.
-Eso no tiene sentido.
Reí, reí como si mi vida dependiera de ello.
-Cree que yo no sé eso-le digo-pero esas voces son tan reales como la suya. Ellos están en mi cabeza, no se quieren ir-golpeo la mesa-yo solo quiero que se callen, quiero que me dejen tranquila.
En mi cabeza no escucho voces, lo único que escucho es el tictac de un reloj ¿Qué reloj? Solo puedo escuchar el tictac una y otra vez. Pero es un sonido que me relaja.
-¿Ellos te pidieron que mates a esas personas?-me pregunta el policía que está de pie.
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Editado: 01.07.2018