Tiempo de escuela

Tiempo de escuela

Qué lejos queda el colegio. Como para llegar a él en un abrir y cerrar de ojos. Cuanto más ando el camino éste más se empeña en estirarse como pulseras de goma.

Cada paso me aleja del centro educativo. ¿Merece la pena ser consciente de ello? La ruta toma valor infinito si bien es así a ojos de jovenzuelo.

Estoy en clase de geografía. Intento señalar en el mapa que cuelga de la pizarra un punto concreto. No lo sé hacer; no sé ubicarlo y me quedo en suspenso, latente e inactivo…

Oteo por la ventana a una mujer del rural que transita por la calle con paso apurado. ¡Qué envidia me embarga! Ella no se haya abstraída como yo. Sabe perfectamente hacia dónde va. En cambio yo no sé nada; mucho menos localizar un estúpido punto en el plano…

La profesora se impacienta, mis compañeros se burlan y yo me quiero morir al ser protagonista del ridículo del día. El ventanal es mi escape hacia la libertad, cosa que nadie podría entender. Mas hay que ser adulto para abrirla y volar libre…

Chimeneas por todas partes, son una plaga descontrolada porque en derredor no hay más que cascotes de lo que un día fueron el resto de paredes. Y aún así expulsan humo en diferentes direcciones, asfixiando mis pulmones. ¡Respetadme pues todavía no soy hombre hecho y derecho!

Coníferas alrededor del vallado, riachuelo en la pendiente; casas cercanas y hogares lejanos. Nervios de niño al ser incapaz de realizar aquella tarea encomendada… ¡Qué lento pasa el tiempo!

Relámpagos de fósforo prendiéndole fuego al cielo. ¿Y el punto en el mapa? La letanía me esclaviza transportándome a mundos de fantasía donde no hay colegios ni profesoras; tampoco compañeros ni ventanas.

Poco más que trayectos nocturnos sin ningún tipo de final. Filamentos de libertad abrazando la susodicha. Ésta oculta premeditadamente su vil condición. No lo comprendo pero sé que es totalmente cierto…

¡Vete ensoñación! Retírate para que de buena vez pueda patear la vía, haciéndolo con mis piececillos de infante.

Calzado pequeño, fácilmente reconocible en pie de niño. Apuro a la pata coja pues tengo mal un tobillo. Raudo corro cuanto puedo y de alguna manera siento que fluyo desde dentro hacia afuera.

El timbre acaba de sonar y aún no he llegado. Ventanal con cristal y cristal a un ventanal pegado como diría, aplicado a este supuesto, Quevedo.

Allá me ven llegar, a la pata coja, con mi mochila y mi chándal listo para la hora de gimnasia.

A lo lejos un adulto apresurado. Las clases han terminado por hoy. El punto en el mapa queda también en espera. Mañana será otro día. Seguirán riéndose de mí pero ¡ay! Para entonces sí sabré situarlo…

¡Ya he llegado hijo mío! La mujer rural me abraza y me besa. Lleva botas de agua y un paraguas por si llueve. ¡Claro que sí madre! Yo le correspondo con más abrazos y besos al tiempo que nos vamos para casa. Sí, tiene las paredes intactas y también chimenea…




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