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Hace meses que las cosas no andan bien. Todo el mundo me mira de forma extraña. He escuchado que piensan que enloquecí. Es una pena no poder contar lo nuestro. Quien supiera de la destrucción que tu partida dejó en mi interior, o quien se imaginara con cuántas ansias te espero, o quien sintiera con qué fuerzas te extraño, notaría cuánta cordura tengo y que todo cuanto hago, dejo de hacer, quiero y no quiero realizar, me mueva, no me mueva, divague, me pierda viendo a un punto… todo tiene sentido. Estoy bien… Sólo que te extraño más de lo que me importa que piensen.
¿Y si lo gritara? ¿Y si lograra que todos sepan cuánto sufro? ¿Y si consigo la muerte y dejo este padecer? No… yo no podría. Eres un mal que no le deseo a nadie, al menos cuando eres un recuerdo. Cuando eres presencia, tampoco. ¡Me matan los celos de pensar que alguien disfruta de tu cercanía! No lo deseo, porque sólo yo quiero tener el privilegio de disfrutar tu cuerpo, uno que nunca tendrás tú y uno que quiero negar al mundo.
Tal vez sí estoy un poco mal. Mira que no querer que el mundo conozca la bendición de tenerte y el placer de adorarte, me hace detestable. Pero eres lo único realmente mío que existe y llevo más de un año con los brazos vacíos. Si nunca hubiera tenido nada, no habría sufrimiento; pero esta cicatriz que me dejó tu partida me recuerda que viví, que tuve vida alguna vez. Es este dolor el que me recuerda que estuve una vez en lo alto, que existí. Recordarte hace que un latido del corazón me mantenga con vida. Recordarte es no morir. Como ahora que tu recuerdo me abraza.
5
Hola, de nuevo. Me encantaría contarte alguna alegría, pero no hay. Lo siento. Tal vez lo invento, pero esa última mirada me dijo: “Sé feliz…”. También dijo “vive”… pero te llevaste mi corazón contigo, en una especie de cofre, y me dejaste en vilo, con el alma suspendida, sin cambios, con el cuerpo cayendo a pedazos. No puedo vivir con mi corazón en tu mano, olvidaste dejármelo. No es queja, sólo realidad.
Bueno, no quiero deprimirte. Yo acepté esperarte, no como un castigo, sino como un honor. La pausa continúa.
Esta noche apenas tengo fuerzas para hablar, prometo pensar en ti mientras el sueño me absorbe. Aunque no quisiera lo haré. Siempre te dije que tu nombre se invoca solo, viene a mí como un fantasma, sin invitación, invadiendo mi ser, llamando mi alma, reviviendo mi cuerpo, danzando con él y después arrastrándome a un lugar en que puede hacer lo que quiera. Algunos le llaman sueño, para mí es el único lugar donde quisiera estar; en paz, contigo, libres, por un tiempo que tarda un pestañeo. Después, tu nombre también me hará abrir los ojos, aunque te confieso que ya no tengo ganas…
La verdad no sé lo que digo. Disculpa, no quiero molestarte y arruinar tu descanso. No sé cómo no pensar cosas tristes, aunque tu nombre me hace sonreír como magia o sortilegio. Ya siento que me arrastra. De nuevo nos vemos en ellos. Hasta pronto, amor lejano.
6
Si mi condena ya es amarte, pensarte y extrañarte con locura, ¿por qué no hacerlo con cosas lindas?
Recuerdo con toda claridad el día en que llegaste. El día de trabajo se rompe un poco cuando llega el camión con nuevas personas. A mí siempre me sorprendía cuando ocurría, especialmente en mi edad más tierna. Se suponía que éramos las únicas personas en el mundo. Mi padre se ponía rojo como el sol del atardecer cuando yo preguntaba sobre el origen de esas personas o el destino y utilidad de las rocas negras que salían de la mina. ¿Adónde iban los carros vacíos y cómo es que regresaban repletos de gente? Me asaltaba la duda, pero mis dudas, como mis sueños, debían permanecer en mi cabeza. Ése era su origen y su destino.
Ese afortunado día, yo regresaba de llevar una pesada carga, el sudor hacía que los ojos me ardieran y se me dobló el pie por no ver bien. Me dolía mucho, en serio. Nunca me creíste, en todas las veces en que te conté la misma historia, pero cuando te contemplé fue como si el mundo se me llenara de color y el cuerpo se me vaciara de dolores. El tiempo se detuvo cuando te sacudías la arena del cuerpo y mirabas con odio todo el derredor, como si cada guijarro y árbol tuvieran la culpa de que estuvieras aquí. Bueno, mi abuela decía que cada cosa que nos rodea tiene poder y puede ayudar a cumplir un sueño o hasta una venganza. Entonces, quizá sí tenías razón en mirar feo todo.
Tu necedad dictó la manera en que pisaste esta tierra por primera vez, la misma tierra que después cobijó tu mayor esperanza. Todo sucedía con normalidad: las personas andaban, los capataces gritaban, los pájaros volaban, cada cosa haciendo lo que les parecía natural. De pronto, hubo un silencio inexplicable, seguido de gritos y empujones. Alguien no quería bajar del camión: tú. Gritabas que te dejaran ir, que todo era un error, que la policía vendría y todos se iban a ir al carajo. Que lo jurabas. Luego de eso te dieron un empellón final y caíste en seco sobre la tierra. Comenzaste a ahogarte con la tierra que entraba en tu garganta y tuviste que ponerte en pie, tratando de guardar unas lágrimas en tus ojos. Te levantaste con mucha dignidad. El capataz dio la orden de andar y lo escupiste en la cara. Recuerdo el asombro que causaste, recuerdo que, aunque no te conocía, te admiré y sentí lástima por ti a la vez. Otro capataz llegó corriendo y te derribó. Estando en el suelo, los dos te azotaron y jamás sentí ni volví a sentir tantas ganas de ayudar a alguien como cuando te vi ahí, resistiendo el dolor sólo con el poder de tu orgullo.