Tiempo de espera

Soy un fantasma...

11

—¿Qué te cuento?

     Pues que una enfermedad de garganta casi me deja sin voz. ¿Me oyes? Apenas me escucho yo. Mis palabras nunca fueron el fuerte de nuestro amor, hablo tanto y con tantas tonterías que prefería dejar eso de hablar en tus manos. Recuerdo tu canto, esas canciones que inventabas para ver mi reacción. Tanto gastarte la cabeza para que mi cara se arrugara, nunca lo entendí, pero me alegraba que eso te gustara.

     Ahora tan lejos estás, que no puedo escuchar tu risa. Sólo nos une mi cómplice: el viento. Lanzando “te amos” al aire, agotándoseme las palabras para decir lo que siento por ti, sin que la distancia cobre su cuota. Creo que hay tantas formas de decir “te amo” que no requieren la voz, pero sí la proximidad. Aún sin voz podría dibujar mi amor en tu piel...

     ¿Qué será de ti? ¿Qué cielo te cobija? ¿Qué ojos te miran? ¿O qué suelo te sostiene? Debo confesar que los celos me azotan, porque algún pedazo de tierra, de la tanta que me rodea, está un poco más cerca de ti que yo. Maldita la hora en que me enamoré; no porque no sea maravilloso amarte, sino porque este amor me mantiene en vida cuando el cuerpo ya no puede más. Pero dije que esperaría y heme aquí, soportando como las rocas golpeadas por la olas, más desgastadas cada día, pero sufriendo en silencio, manteniéndose fuertes e inamovibles.

     Cuando llegues, ya lo imagino, todo lo que haremos, todos nuestros planes. ¡Sí! Pobres rocas que no podrán moverse jamás. Siento lástima por ellas. Porque a esta roca le saldrán alas cuando vuelvas…

 

     Ya amaneció y soñé contigo en vigilia. Mi mundo está al revés, medio duermo en el trabajo y por las noches no concilio el sueño, pero sé que disfrutas el viaje nocturno y yo te daría posada hasta en la peor de las tormentas. Es tiempo de levantarme. Ahora a pagar mi gentileza, no arrepintiéndome de tu visita.

     ¡Mira qué hora!… El deber llama, como mi alma a la tuya.

 

12

Soy un fantasma que merodea los lugares en los que dejó cosas pendientes. Un fantasma de los tuyos, de ésos que me contabas que no podían descansar en paz, que no morían para ser libres. Mi madre también hablaba de fantasmas, que aparecen después de morir; pero cuando ella hablaba de la muerte se refería a la libertad del cuerpo y no a la prisión del alma en los recuerdos. Yo soy un fantasma como los que me platicaste. Aquellos que arrastran cadenas y dan alaridos, aunque yo callo, de ésos que asustan a las personas y que no pueden dejar de aparecer en los lugares donde murieron o que les recuerdan a su vida. Que tenían asuntos pendientes, decías.

     Camino en la mina, con paso lento y no porque el camino para salir es de subida, sino porque algo me pesa en la espalda y en la cabeza, algo con lo que debo lidiar, esos recuerdos, esos lugares que no me dejan descansar. Como la “Piedra del trébol”, o como aquí le dicen “Huñuki”, ese asiento natural donde llorabas tus pesares por los malos tratos o tu falta de costumbre por este trabajo, es ése el lugar testigo de nuestro primer beso; o el árbol florido, donde nuestros cuerpos se encendieron por primera vez; la piedra alta en el arroyo, donde tu secreto más grande confesaste; y la choza, donde nacía y casi moría cada día el amor. Todos son lugares que vienen a mi mente con frecuencia, de los que no puedo huir, pues aunque no esté ahí mi cuerpo, lo está mi alma y a veces creo que la tuya también.

     Llevo más de un año vagando por los mismos sitios. Me siento y trato de recordar las palabras y los movimientos, tus lecciones y los sentimientos. Me dijiste que los fantasmas que se ven en tu lugar de origen no pueden irse porque muchas veces no saben que murieron, cuando lo hacen tras… trans… cienden o algo así a un lugar que llaman “cielo”. Aquí pensamos que las almas, al morir, rompen unos lazos que nos unen con los cuerpos; en ese momento, cualquier dolor o preocupación desaparecen; la tierra ya no las sostiene, las paredes ya no las detienen, el aire ya no es necesario, ahora son parte de él. Cuando eres libre, puedes viajar a momentos agradables de tu vida y ver a las personas que amas. Dicen, los que saben, que incluso, después de la muerte, en el instante que le sigue, tu mayor sueño o anhelo se ve cumplido. Para tener todos esos beneficios de la muerte, primero debes vivir y la vida es sufrimiento. La muerte se gana, pero es malo si la intentas provocar. Por ejemplo, quien desobedece órdenes y gana con eso su ejecución tiene una falla que le impide liberarse del cuerpo. El cuerpo sin el alma bien atada se pudre y lo invaden animales que vienen de adentro, que sólo esperan que el alma se vaya para poder devorarlo. Si no te liberas bien, no te abandonan los dolores ni las preocupaciones, sientes cómo te comen, tu carne se hunde y el dolor que te llevó a la muerte te seguirá acompañando. No puedes merodear, eso sería un regalo. Te quedas en ese oscuro lugar en la tierra. Las personas buenas, que mueren porque es su tiempo y cuyo cuerpo está tan exhausto por el maltrato de la vida, se liberan de inmediato y se las lleva el aire.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.