Tiempo de espera

Este trapo cada vez te libera más...

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Este trapo cada vez te libera más. Huele más a mis manos esperanzadas que a tu pecho cálido. Hoy amanecí con tu nombre atravesado en la garganta, creo que soñé contigo, no sé sobre qué, quise gritar, pero la voz no salió. Podrías decir que es la enfermedad, pero sé que estás presente en todo cuanto hago y todo lo que me pasa. Por eso ahora sólo te hablo con mi mente.

     Te prometo que estás en mi cuerpo. Siempre lo tomaste como si fuera tuyo. Hace unos días asaltaste mi mente y casi le parto la cabeza a la jiquimilla, ahora todo mi cuerpo punza por tu presencia. Sé que estás aquí.

     Ayer por la noche. Cuando regresaba a la choza, pensando en que no iba a hablarte esa noche, porque no quería aburrirte con quejas y mientras la alarma sonaba porque había un nuevo intento de fuga, Ñiheé, fiel acompañante de la jiquimilla (de quien nunca recuerdo su nombre, tú la renombraste), se paró frente a mí para reclamarme mi conducta de entonces. Es verdad que no debí reaccionar como lo hice, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Insultó tu vida, que es el único motor de la mía. Ofendió mi razón de ser.

     Honestamente no escuché sus palabras, sólo oía sus gritos. Creo que sólo quería reclamar lo que hice, pero interrumpía mis pensamientos. La garganta me daba piquetes y su boca no guardaba silencio. Mis ojos vagaban por los árboles, los subían y bajaban. De pronto, aparecías, contemplando la choza, sin atreverte a hablarme, como unas veces te descubrí viendo hacia acá. Yo te descubrí al asomarme a través de los carrizos, cuando aún me odiabas.

     Palabras salían de su boca, como si fuese aire corriendo entre las copas de los árboles y los huecos de las cuevas, no podía darles un sentido o quizá no tenía ganas de hacerlo. Luego de un rato, sólo una palabra pude distinguir entre el montón que pronunciaba: tu nombre. En su boca se formó una sonrisa, una parte era más pronunciada, lo que me decía que no era sincera; sus ojos se quedaban en blanco, lanzando los círculos negros hacia atrás. ¿Se burlaba? ¿Se burlaba de ti? Sólo eso resistí.

     Sabes que odio las peleas. ¿Cierto? Sabes que no dañaría a nadie por placer. ¿Cierto? Sabes que no golpearía a nadie si no fuera que en verdad lo mereciera. ¿Verdad?... Pues eso justamente ocurrió. No me reconocí. Mi cuerpo más pequeño que el suyo estaba encima. Movía mis puños hacía su rostro y su boca mentirosa. No reaccionó rápido. De pronto, me empujó y me tiró al suelo. Cogí un palo de madera y le golpeé hasta cansarme. Después entré a la choza y el sueño me absorbió. Por eso no te hablé esa noche.

     Hoy mis manos tiemblan y tienen un color oscuro, causado por la fuerza con que traté de detener sus palabras. Mi mente no se concentra y creo que veo cosas que no existen. Las imágenes tienen un extraño resplandor y las cosas se vuelven cada vez más frías. Sospecho que lo que hice ayer tendrá consecuencias malas. De hecho, escucho bullicio. Creo que unas personas se acercan y no suenan contentas. La puerta se abre de golpe…

 

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Tengo frío, estoy temblando y todos me miran con compasión. Invaden el único pequeño espacio que es mío en el mundo. Mirándome con esos rostros que creen que ocultan algo, pero que dicen cuán grave es el supuesto secreto. Siento que no podré mucho más, pero vales más tiempo. Te daré otra oportunidad para que me estreches en tus brazos, me devores con tu boca, tomes mi cuerpo como sólo tú sabes y me ames… me ames tanto que me duela… A quién engaño, la oportunidad sería mía. El mundo está un poco más borroso. Ya sabes que mis ojos no son muy buenos, pero hoy todo es muy extraño. Me cuesta respirar, el frío es insoportable.

     No sé cuál era el plan de los capataces cuando entraron por la puerta, pero supongo que esas sogas y ese látigo fueron traídos con un fin. No quiero imaginar qué cara tenía, porque nada me hicieron. El doctor viene y todas las personas se asoman en la pequeña choza de vez en vez, lanzando una mirada lastimera y a veces un sonido de preocupación o una palabra compasiva.

     Perdona si sólo te traigo quejas, pero ya sabes cómo es el amor: a veces se disfraza de alegría, a veces puras tristezas trae. Cómo recuerdo tu cuerpo frío, ansioso de mi calor. Tu piel parecía muerta y yo la revivía, calentando tu cuerpo, llenándolo de vida, de movimiento, de firmeza, de ganas. Cada beso, cada parte de ti me necesitaba para sentirse viva. Ahora, ¿con qué vida vives, cariño? Si tengo tu corazón conmigo. ¿Adónde vas? Si tu único destino es aquí… siente, aquí.

     El mundo gira, se aleja y se acerca y mi cabeza duele. La luz desaparece…

 

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