Tiempo de espera

Hoy la luna me habla...

16

Hoy la luna me habla, sé que tú también la ves. La fiebre no baja, el doctor no viene. Creo que no piensan que viva por más tiempo. Ayer la comida dejó de llegarme y sé que no dejan que me visiten. Los nuestros no nos dejarían morir así. Deben creer que les voy a pegar la enfermedad. Yo creo que me enfermé de amor.

     El viento es frío, pero encerrarme no me sirve de nada. La selva y la luna me recuerdan a ti. La selva eres tú, durmiendo intranquilamente, con ruidos quedos y respiraciones profundas; la luna también, cuando me miras en sueños, me ilumina tu memoria, tus deseos. Espero que miremos lo mismo, para compartir más que un pensamiento, más que lo que nos quema el cuerpo.

     Que esto quizá agrave mi enfermedad, me pueden advertir, pero no importa. Si he de morir, que sea en la mayor libertad posible, evocando al amor que no debió ocurrir, que no estaba permitido. Porque según me enseñaron, yo no tengo corazón, no tengo permiso de tener uno, pero descubrí que sí y que, además, puede vivir alguien más en él: tú.

     Dormiré bajo la luna, contigo protegiéndome, soñándome, teniéndome en tu mente, como tú nunca sales de la mía. Si muero esta noche, será la cosa más cercana a estar contigo, admirando lo que más disfrutabas del cielo. Durmiendo contigo a distancia.

 

17

Hoy al despertar, te vi, corriendo por la selva. Te buscaba con desesperación, intentando darte alcance, gritando que pararas de huir, que no hay nada que temer. Pero eras un fantasma, uno que atraviesa la maleza más veloz de lo que yo puedo hacerlo. Te dirigías a un camino que se empinaba, alto y con muchas plantas y árboles. Me perdería ahí.

     Caí en el arroyo, me lastimé las rodillas y supe que no podías ser tú. Debía ser la maldita calentura que no baja, que no se detiene, que me llevará a la locura, una en la que ya no sepa qué es verdad y qué no. Pero tengo la seguridad de que no escaparías de mí. Lloré de nuevo en ese lugar donde mis lágrimas no se notarían, que pronto estarían lejos de mí, a gran distancia, en lugares que desconozco.

     De repente, ahí estabas, de pie, con el sol iluminando tus cabellos y dibujando tu figura. Mirando, sólo mirando. “¿Dónde estabas?, ¿por qué no volvías?” te pregunté. No hablaste, quizá la respuesta era muy dura. Conociste a alguien más. Eso debe ser. No te culpo. Has venido a despedirte y te entiendo. Amarme es muerte porque necesitas volver para hacerlo y sé que la distancia es el cazador más fiero del amor. Volveré a mi sitio, no perturbaré tus sueños, no hablaré más contigo. Hoy te digo adiós.

     Te hincaste sobre el agua, me tomaste de la mano y noté que te faltaba algo. No tenías boca, había sólo un hoyo en su lugar, tu pecho sangraba, tus ojos lloraban y tus manos se movían tratando de decir algo. Sentí un jalón en el cabello. Me arrastraron hasta la plaza, pasando por las minas. Me golpearon y dijeron. “No hay enfermedad ni locura que logre que caminar por ese camino se justifique. Está prohibido”. Me golpeó el capataz, Mundu, hasta cansarse. Se disculpó cuando me llevó a mi choza.

     —Sabes que lo siento, son órdenes. Toma esto —me dio comida —. Yo me aseguraré de que no te falte nada. Sólo no camines en esa dirección.

     No entiendo nada. Debo dormir, el dolor me mantiene alerta, pero mi cuerpo necesita paz. Paz de todo, incluso hoy de ti.

 

18

Hoy tengo unas preguntas para ti. La primera de ellas se debe a las decisiones. ¿Qué se necesita para tomar una decisión, para emprender un nuevo camino? Antes de pensar en esto, quiero contarte algunas cosas que han pasado desde hace unos meses y que no te he contado por miedo a oscurecer tu vista de este lugar donde hace tanto espero.

     Perdón por haberlo callado. Espero me puedas perdonar. Creo que una parte de mí nunca ha creído que esta locura haya funcionado. Quizá te lo haya contado durante la fiebre. No sé… Empezaré. ¿Sabías que el último mes han capturado a prácticamente cada persona que alguna vez huyó y sobrevivió? Pues así es. Me cuentan que muchas de ellas fueron lo suficientemente ingenuas para refugiarse en pueblos cercanos, que al final eran aliados de los amos. He de confesar que lo que más me sorprendió de los relatos que llegaron a mis oídos fue que realmente existen otros pueblos. No cayeron al vacío después de todo. Ése que suponía, en mi infancia, que bordeaba mi mundo. Ésa no es la peor de la noticias, sino que no fueron ejecutadas de inmediato. Fueron mostradas en unas jaulas en las que los capataces lanzaron lanzas hasta que cada una murió.

     Las primeras fueron puestas a trabajar en lo más profundo de las minas y condenadas a no volver a ver la luz del sol. Más allá de “La garganta”, donde respirar es casi imposible y la vida se reduce. Después de haber sido colocadas allí, empezaron a correr tan rápido y sin poder detener las noticias sobre el mundo de afuera. Un pequeño grupo comenzó a tener reuniones secretas dentro de las cuevas; cuando se les descubrió, mataron a un guardia. El grupo fue quemado al amanecer, no sin antes intentar huir. A todos nos levantaron en la noche y nos juntaron cerca de una fogata. Para evitar que esto volviera a pasar, después de eso a cada persona que regresaba le cortaron la lengua. Se amenazó con el mismo castigo a quien hablara sobre el exterior y daban comida extra a quien acusara a los posibles fugitivos. Por supuesto que hubo muchas traiciones entre supuestas amistades. Ya nadie puede confiar ni en su sombra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.