Tiempo de espera

Ha pasado algo que tú no quieres oír y que yo no quiero contar...

21

Jonue vino por mí antes de que saliera el sol, creo que no sabe el peligro que corre estando cerca de mí. Seguí por el camino que había planeado y no respondí. Tocó tres veces y se retiró con paso lento. Salí un poco después y tuve que correr para que no se me hiciera tarde. Traté de evitarnos cualquier encuentro todo el día y creo que trabajé de un modo en que no lo había hecho en mucho tiempo. No quería pensar.

     En la tarde, el día de trabajo se volvió a romper. Esto se está haciendo costumbre y tal vez signifiqué que en realidad las cosas no están yendo bien para el amo, por eso no pueden perder la oportunidad de desalentar los intentos de fuga, como antes estaban más interesados en desanimar los intentos de amor. Creo que lo segundo causó lo primero. En mi caso lo hace. El capataz de la primera puerta regresó con fugitivos y con nuevas personas, eso fue lo que avisaron y el pecho me dio un salto cuando lo supe. Las personas comenzaron a salir de la mina y yo intentaba rebasarlas con premura. Tenía un mal presentimiento.

     Aunque mis ganas de verte superaban a mi cuerpo, no era ésa la manera en que deseaba hacerlo. Empujé a todas y todos hasta llegar al frente. Primero bajaron a las personas recién traídas, a quienes sometían a golpes y alejaban del lugar. Después, poco a poco comenzaron a aparecer caras conocidas, un poco cambiadas por los golpes que había recibido, seguramente en su captura. Traían la cabeza gacha, no sé si por vergüenza, por resignación o por alguna otra cosa. Entre más gente bajaba, me latía el corazón con mayor velocidad mientras esperaba no ver tu cara. En el momento en que terminó, sentí alivio. No estabas.

     Mi calma terminó pronto cuando el capataz dio un anuncio:

     —Hemos sido buenos hasta el momento con las personas que trajimos de vuelta, pero eso terminó ahora…

     Sus palabras pararon cuando una mujer lo empujó y cayó al suelo, mientras dos prisioneros   sostenían y ella comenzó a gritar:

     —Hermanos y hermanas, el día del cambio pronto llegará. El día en que cada persona será libre. Somos parte de un movimiento que se organiza afuera para acabar con la tiranía del amo. No estamos solos. Nos capturaron luchando y moriremos luchando. Únanse a la resistencia. Intégrense a nuestra lucha para…

     Los otros capataces, que había llevado a los recién llegados a sus lugares, aparecieron, uno me empujó para pasar, el mismo que paró el habla de la mujer con un balazo en la frente. La gente gritó. Luego de separar a los otros dos hombres del capataz de la primera puerta, los arrodillaron y les dispararon en la nuca.

     Las palabras de la mujer, Ñara se llamaba, causaron una extraña sensación en mí y el ambiente cambió un poco. Involuntariamente los pies de las personas que me rodeaban avanzaban y retrocedían un poco, como si no supieran qué hacer. Era raro, pues estábamos tan acostumbrados a ver morir a los nuestros que esa duda acerca de sus pies parecía algo verdaderamente extraño. No sé si signifique algo que ella quería lograr, pero jamás había visto eso entre nuestra gente. A los capataces tampoco les gustó, así que nos ordenaron alejarnos y volver a nuestras labores. En la noche, cuando volví por ese camino, vi que lo cuerpos, antes fugitivos, fueron dispuestos en unas maderas, de tal modo que, desnudos, quedaban expuestos con muchos signos de maltrato con látigos, pero seguían con vida. Sus bocas mostraban sangre y lo que decían no se entendía. Supongo que ya no tenían lengua.

     Esa imagen hizo que quisiera irme pronto, pero no sólo a mi choza, sino fuera de este sitio, más allá de la frontera con el mundo desconocido. Miré al suelo y apresuré el paso, hasta que noté la presencia de alguien frente a mí, era Mundu, el capataz de la primera puerta.

     —Hola —me dijo—. Ayer ya no pude avisarte que no podía verte. Como verás, al amo le surgió una emergencia y tuve que ir a cumplir con una misión suya. —No quería hablar, tenía la panza revuelta; sólo moví la cabeza, así que siguió. —Hablé con el amo sobre ti. —“¿De qué?”, me pregunté y me asusté, —También sobre Jonue, Cavel, Moti y las otras pocas personas que nacieron aquí. Pensamos que ustedes son las únicas personas en quienes podemos contar con esto de las fugas. Queremos su ayuda. Ahora debo terminar un trabajo que tengo de encargo, pero espero mañana sí podamos vernos para que te cuente bien lo que hablé con el amo; además, aún muero por hablar contigo.

     Volví a mover la cabeza y creo que entendió. Sentí por él algo que sólo había sentido por la comida rancia: asco, pero seguía siendo mi última esperanza.

     Amor mío, el tiempo se agota. Creo que cada vez se acercan más a ti. Temo que mañana seas tú quien esté en esas maderas o a quien maten donde no pueda verte nunca. El miedo de que ya te hayan localizado y que mis palabras nunca encuentren a la persona a quien van dirigidas me aturde. Siento en mis huesos, en mi alma, que ya es tiempo de hacer algo, de encontrarte y luchar contigo o de perdernos, pero con nuestros cuerpos juntos para siempre.




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