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Si te preguntas qué he planeado para estar juntos de nuevo. Bueno, la respuesta es “nada”, absolutamente nada. Aunque, honestamente, yo me pregunto lo mismo de ti. ¿Qué haces afuera? ¿Sólo esperar? Por experiencia te diré que no funciona. Nada bueno se saca de la simple espera. No gano nada culpándote, y te confieso que no sé si por miedo o por torpeza, no encuentro la manera de escapar. Te contaré aquello que veo y que puede tomarse en cuenta para el plan. Casi todo esto también lo sabes, pero es bueno tenerlo presente, para hacer como un dibujo de lo que hay que enfrentar.
Sabes que la hora de comienzo en la minas es a las seis de la mañana, apenas se asoma el sol. Se frena a la una de la tarde para tomar una comida de media hora, en alguna de las cabañas cercanas a las minas. También sabes que el término ocurre cuando la luz del día no deja trabajar más, por las seis con treinta. Nos podemos bañar en el arroyo, con ropa, siempre y cuando no tomemos más que unos minutos. Las herramientas de trabajo se nos entregan al inicio del día y se nos retiran al final, con un estricto orden. No tenemos armas.
¿Qué otra cosa sabemos?... ¡Ah, ya! Hay siete minas en todo el territorio, que parecen voraces bocas en los altos cerros rocosos que nos rodean, que además son como altas murallas que sirven como barrotes de esta gran celda. Por su color, si se intenta escalar (sin contar toda la fuerza que se necesita para hacerlo), hace que se delate a quien lo intente. La tierra es muy clara, nuestra indumentaria es oscura y las piedras son muy ásperas como para pensar siquiera en trepar sin ropa; sin contar que los cerros son visibles desde cualquier punto del territorio. ¿Qué más? En las minas hay catorce capataces responsables, que son las autoridades de esos lugares; siempre hay alguien al pendiente, pues se dividen turnos incluso cuando no hay trabajo, así que no es una opción ni de noche. No sé si ya te conté esta historia: en una ocasión vi el intento de una mujer por escapar por ese camino, porque iba a ser castigada, pues por accidente lastimó a un capataz. Con una fuerza increíble y con gran velocidad comenzó a trepar. Me pregunté si alguno de los capataces o guardias podría darle alcance. En lugar de ello, comenzaron a apostar y sacaron de unos cofres unos aparatos que llamaron “arpones”. No sé si los conozcas, pero funcionan lanzando una flecha que está sujeta a un lazo, una vez que dan en donde quieren, pueden jalar lo que picaron. Entonces, se reunieron los capataces y comenzaron a disparar para ver quién le atinaba. Decidí no ver el desenlace.
La piel se me enchina con el solo recuerdo. Mejor sigamos pensando. Hay otras dos salidas, que son cuidadas por capataces con más poder que los otros: los encargados de las dos puertas. Ellos son los responsables de lo que entra y sale: personas, carbón y alimento. Pero están muy protegidas, ¿no crees? Para hacer este trabajo tienen a servidores y servidoras que cumplen turnos y les son muy fieles; así es la puerta de Mundu, ya que no tiene familia. Primero porque, ¿quién querría algo con él?, y después porque la infidelidad se castiga con la muerte y él no podría aferrarse a una sola persona. La segunda puerta es de Masareno y es su propia familia quien la vigila. Todos en las puertas tienen armas y, no sé si hayas escuchado que dicen que pueden activar detonadores que están lejos para defenderse de ataques. Los capataces de las puertas, además, tienen otras responsabilidades que les da el amo, como salir a buscar personas fugitivas y nuevas. Sé poco de eso, pero a veces se van hasta por una semana. Eso no ayuda, pues esas puertas nunca se quedan solas y no son recomendables para escapar, pues siempre están vigiladas y entran y salen carros muy seguido. Además, cada carro pasa por una inspección. Las veces que he sabido que intentan huir de esta manera, los ejecutan rápidamente para no retrasar el viaje. ¡Otra posibilidad que se nos va!
Pensé que era posible escapar cuando no estuviera en el trabajo, desde la choza, por la noche; pero aquí es donde pasan el tiempo los capataces de las puertas y de las minas cuando no están en sus puestos. Además hay más guardias que antes de que te fueras, amor, son como cincuenta o más. No todos están aquí todo el tiempo y muchos de ellos no son de los nuestros, tal vez sean de tu mundo. La vigilancia es una causa de que no sea buena opción, pero la distancia también lo es. ¿No crees? Las chozas están en medio del camino entre las minas y el arroyo, que son los lugares por donde se nos permite andar. Después de cruzar el agua, la selva se vuelve más densa, pero puede notarse con facilidad el “sendero prohibido”, pues hay unas rocas grandes y puntiagudas que sobresalen. Pero esto tú ya lo sabes. Esto hace que andar por ahí sea difícil, pero también es una ventaja; pues hace que seguir a quien decida arriesgarse lo sea también. Por eso ha sido el lugar preferido para casi todos los intentos de fuga.
Mi madre me contaba que ése era un camino mágico por el cual sólo podían pasar las personas que realmente tenían el deseo o la necesidad real de huir. También pensaba que, aquellas que sólo lo hacían por capricho eran atrapadas o morían por razones de la selva. Mi madre deseaba saber qué había después del sendero y más allá de todo lo visible, pero ella tenía cadenas que no se lo permitían: su familia. “Si dudas al pasar, la selva lo sabrá y no te ayudará en la realización de tu sueño”, me dijo alguna vez. También escuché que hace unos meses el amo soltó animales salvajes por esa área para que atraparan a quienes intentaran pasar por ahí; aunque la mayoría cree que son puros inventos, llevamos meses sin intentos de fuga.