El retumbar de la música cutre de hacía más de dos décadas, sonaba desde la destartalada radio en una camioneta de segunda mano a la cual no le servía una de sus luces traseras. Pobre trasto, había pasado por incontables desavenencias desde su creación, y ahí estaba de nuevo, pasando por baches horribles y charcos de lodo que le salpicaban las puertas, mientras su motor se sobrecalentaba si le metían el acelerador hasta el fondo. Sin embargo, entre los pasajeros, uno era rodeado por un aire de incredulidad ante su incierto futuro.
La cabeza de la mujer castaña a mediados de los cuarentas se agitaba, hacía parecer su ritmo era genial. Una risa franca y abierta, singular y expresiva con un tonito claro acompañó el actuar de la mayor, hasta daba golpecitos en una de sus rodillas con acierto rítmico, añoraba disminuir la incertidumbre de su interior y las sensaciones adversas que lo enredaban.
Mujer y joven compartieron una sonrisa. La camisa a cuadros del muchacho fue agitada por el viento, dejó ver una camiseta sencilla tono azul claro debajo. De improvisto una hoja atravesó la ventana y rodó por encima sus jeans gruesos hasta caer encima de sus milicianas botas. El vehículo pasó por debajo de una arboleada, hojas iban y venían, unas cuantas entraron por las ventanas del piloto y el copiloto, tres descansaron encima de las hebras pardas del muchacho.
—El viento aquí es impresionante —dijo lo que pareció ser una voz lejana, eclipsada por la música.
Él no prestó atención, prefirió detener su fingida actuación de resignación y felicidad para mirar por la ventana; olía a tierra, mucho a tierra y humedad, estaba más familiarizado con el último olor, al menos, lo recordaba bien. Todavía así, en su vida nunca estuvo tan lejos de los edificios y las calles de concreto, por ahí quizá hasta viviría pie grande o el padre monte, sabría Dios si el chupacabras también.
—Digan lo que digan, la música de este siglo no se compara a los clásicos —mencionó de nuevo la mayor, se acomodaba la manga de su saco flojo y apartó un par de hojas para hacerlas rodar por sus pantalones acampanados.
Estaban tan pasados de moda, que llamarlos vintage seria un halago.
Si el ambiente mostraba no ser hostil en la zona delantera del vehículo, en los asientos de atrás se exponían a una marea más turbia; la muchacha hacía lo posible por ignorar a sus dos acompañantes, hasta un espiritista podría ver estaba rodeada por un aura negra de sensaciones nefastas.
Su apatía gritaba que se expresara, quería decirlo, que se veían ridículos, hasta el punto de sentir pena ajena, se hubiese cubierto la cara si tuviese con qué hacerlo. La piloto que indeseable los llevaba a su perdición la había parido y educado, no obstante, su intento por parecer más cool la hacía penosa, no le quedaba bien, más que todo, hacía su mejor intento por disminuir la nociva hostilidad en el aire proveniente de su ser.
Les había hecho una promesa años atrás y la había roto.
Enfurruñada deslizó su dedo sobre la pantalla, quería encontrar una cosa mejor que ver, cualquier cosa serviría; pero la zona de noticias no se actualizaba desde hacía treinta minutos, se repetían todas las publicaciones, por ejemplo; el horripilante vestido rosado fluorescente de su profesora de matemáticas al asistir a una feria estaba por enloquecerla. No podía encontrarse más agobiada, pero sí que podría hiperventilarse, su madre no solo los estaba arrastrando lejos de su vida diaria y de su entorno seguro; sino que al ir cada vez más lejos la señal de teléfono sacudía su mano en símbolo de despedida.
¿Por qué no había cobertura? ¿Iba a vivir en el infierno?¿Conocería al mismísimo diablo? Probablemente sí, solo oraba fuese de buen ver.
Se le subiría la presión hasta que sufriese un infarto, sí, seguramente sería el caso de infarto por no tener cobertura. Esperaba que escogiesen una bonita foto para el obituario, si usaban una donde se viese mal, jamás se lo perdonaría a su familia.
Podría alzarse de la tumba para cambiarla, había más de dos mil fotografías de sí misma en su galería, en algunas se veía impresionante.
—Dani, ¿por qué no cantas con nosotros? —le consultó el ser que la dio a luz y giró el volante delicadamente para tomar un desvío por un puente.
—¿Unirme a ese remolino de chillidos sin fondo que llaman música? No, gracias. Además, no me gusta esa canción, suena horrible.
La respuesta tajante y su rostro sin expresión le hizo saber no era la favorita de su hija en ese instante. Entendible, la obligó a cambiar sus aires y dejar la casa en la ciudad que tanto le gustaba; asimismo, la alejaba del club de atletas, de los centros comerciales y del chico que le gustaba desde el año pasado.
—Pero amabas cantar.
Dylon recuperó la cordura y decidió enfocarse en ellas. Echó un vistazo hacia atrás, su hermana era complicada, un anagrama de mil palabras sería más fácil de entender al lado de ella. Él… no estaba para nada feliz de mudarse, a quién le gustaba, seguramente a nadie, además, podía jurar se le perdería alguna de sus pertenencias cuando estuviese desempacando.
Si mudándote no se te pierde o rompe algo, entonces no es mudanza. ¡Por eso odiaba mudarse!
Sin embargo, no quería hacer la vida de su madre un yogurt pasado, no era el más comprensivo, pero fingía serlo. Su madre estaba pasando malos momentos, y él, muy dentro de sí, quería cambiar de aires porque ir al instituto las últimas semanas lo estaba ahogando en un pozo sin fin de dolor.