Tiempo de Gorgonas

Capítulo 4. Nexos familiares.

Desempacar era mucho más tedioso que empacar, si a Dylon se le preguntaba, resultaba todavía peor organizar. Tener que sacar cada objeto de las maletas y cajas para finalmente ocuparse en la dispendiosa tarea de encontrar un lugar para cada uno en el nuevo espacio, lo hallaba pavoroso cada vez.

Pasó la noche entera sacando ropa, zapatos, libros, sus pequeños autos de colección y como no, su tableta gráfica, tenía que instalar la computadora también; pero era difícil hacerlo todo en una noche. Hasta tuvo un malestar en la espalda por agacharse tantas veces de seguido.

Le gustaba especialmente su habitación nueva era muy amplia, nada en comparación con la antigua. Le pilló el ventanal que daba hacia la zona frontal de la casa, asimismo, tenía su propio cuarto de baño con una tina de mármol blanco. ¡Increíble! Nunca había pensado que su abuela viviese entre tanto lujo, si de verdad ni se notaba cuando los visitaba.

Les regalaba un sobre con dinero; pero su ropa no era esencialmente llamativa o costosa, la muestra perfecta de que el dinero y la apariencia exterior no siempre van de la mano.

La primera noche fue diferente, había tanto silencio y la increíble carencia de luz lo desorientó. Estuvo acostumbrado a escuchar uno que otro auto calentando motor cuando los vecinos se marchaban a trabajar en la madrugada, algún repartidor de 24 horas manejando su motocicleta para hacer una entrega, sobre todo, la noche en el lugar tan alejado era muy oscura, se notaba de manera abrupta la ausencia de luces públicas.

Se despertó más temprano esa mañana, pese a que estaba cansado, no pudo pasar de las cinco de la mañana porque usualmente se levantaba a esa hora para hacer ejercicio. Estar en el equipo de voleibol demandaba un rendimiento deportivo aceptable, eso se traducía a que su estado físico debía de ser bueno para conseguir mantener el nivel o lo mandarían al banquillo.

Hizo lagartijas, saltó a la cuerda y levantó las mancuernas de 35 kilos, para las seis y diez había acabado con su rutina, estaba sudoroso y agitado, contempló su reflejo en el espejo para mirar las gotas corriendo por sus abdominales más lentas de lo usual. Apretó el bíceps, le hubiese gustado tener más masa muscular, si bien los músculos que se marcaban debajo de su piel, se negaron a hincharse más sin importar el peso que estuviese levantando.

Era decepcionante.

Secó su nuca y cabellera, mirándose en su espejo se extrañó cuando sus pelos se quedaron parados después de pasar la toalla dos veces. Lo tocó levemente, parecía una extraña energía estática recorría sus húmedas hebras, al moverlas, estas se quedaron en punta en la dirección que las dejó, fue insólito.

En un pestañeo le pareció que su cabello se movió por cuenta propia, pero cuando abrió bien los ojos nada pasó, su pelo estaba en la posición usual.

Probablemente que había quedado muy agitado del deporte, prefirió tirarse encima de la cama y relajarse. Los colchones eran tan cómodos y olían a nuevo; su abuela era muy cool, haber comprado colchones fue muy considerado de su parte. Agarró su teléfono móvil, no tenía señal, fue una pena, pagaba un plan de datos, necesitaba urgente conectarse con el mundo de las redes sociales, seguramente para martirizar su mente y corazón.

A veces, el dolor se cura con más dolor, era la lógica del menos por menos más.

—Cariño.

Su madre tocó a la puerta.

—Adelante.

La mujer entreabrió y se asomó, esbozó cariñosamente una sonrisa al contemplarlo tirado en la cama como si se tratase de una criatura de otro mundo.

—¿Cómo amaneciste? —preguntó, dándose cuenta de que aparentemente bien.

Su niño había crecido para convertirse en un hombre, eso significaba que no dependía de ella como lo había hecho en el pasado, igualmente, la superaba en estatura. Esperaba que un día decidiese conseguir una novia y presentársela; él era muy bueno, un gran partido y no lo pensaba solo porque fuese su hijo.

—Bien, mamá, ¿qué tal tu noche?

—No dormí mucho —confesó y le enseñó una taza de café humeante.

Se levantó más temprano que de costumbre para hacer una taza de café, escuchó que Dylon estaba haciendo sus ejercicios, pero no se atrevió a molestarlo hasta que terminase; en contraposición, había preparado suficiente café para cinco personas, siempre estaba bien tener más por si querían repetir.

—Gracias —dijo y recibió la taza blanca, pues la suya todavía estaba empacada.

Le gustaba el café en la mañana, era agradable al paladar y agitaba los sentidos.

—¿Te gustó la habitación? —Se sentó a los pies de la cama, mientras él dio un sorbo a su cafecito matinal.

Sabía tan bien hasta el punto de maravillarlo y renovarlo.

—Es incomparable, mamá, no sabía que habías vivido en una casa tan increíble.

—La construyó tu tatarabuelo, desde entonces pasó de generación a generación a la familia —contó y recordó lo feliz que había sido allí.

—¿Por qué te fuiste? Yo me hubiese quedado para siempre, a riesgo de que me echasen.

Dylon se rio quedito, su madre apartó la mirada.

—Me enamoré de tu padre y me fui con él cuando era muy joven —contó Carol con añoranza.



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En el texto hay: bl, gay, magia

Editado: 16.09.2024

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