Daniele pestañeó en cámara lenta, nunca había visto una mirada de un color tan particular. El tono miel de los ojos ajenos permitía ver todas las bifurcaciones del iris, así mismo, su pupila negra resaltaba poderosamente en el fondo claro. El joven sonrió de lado, dejando ver un diminuto hoyuelo en su mejilla izquierda.
—Deberías tener cuidado —advirtió Canaria y demandante se cruzó de brazos.
—No hay más espacio en el pasillo, ¿qué querías, parajito? —le preguntó burlesco.
La actitud del joven era naturalmente chulesca, su cabellera era tan negra y brillante que bien podrían haberla lustrado. Quizá lo hacía antes de salir de su casa, no se sabía, pero se veía muy pulcra, aquello le daba muchísimos puntos.
—Tristán, eres verdaderamente un pesado.
—No te juntes mucho con ella, comenzarás a cantar sola sin darte cuenta, limoncita. —Se burló, aunque, no hubo sonrisa de por medio.
Daniele pudo reaccionar, ¿acababa de llamarla limoncito? ¿A ella?
—Ah, Daniele, no dejes que este pesado sea amigo tuyo, no lo soportarás. —Canaria blanqueó los ojos, pero no parecía estar molesta del todo—. Como sea, Daniele, este es Tristán Vlad, Tristán esta es Daniele Ekans, es la nieta de la señora Miranda.
Tristán le mostró una sonrisita, sus párpados descendieron brevemente como si tuviese pereza, pero era una pereza más bien coqueta, no sabía cómo más describirla. Él estiró su mano derecha, sus dedos eran largos, él en sí era alto, le sacaba más de una cabeza, se notaba tenía hombros anchos; pero no sabía más ya que la cazadora roja le cubría.
—Un gusto conocerte, limoncita.
Daniele estiró su mano, la energía chispeó entre ambos, pudo sentir la corriente eléctrica que puso en punta sus pelitos. El joven sonrió satisfecho ante esa sinergia, su blanca dentadura se dejó ver, mientras jugueteaba con la raqueta en su otra mano.
—Es un gusto, pero la próxima vez no me empujes con tu raqueta, podrías acomodarla en tu hombro y no me llames limón, es grotesco.
Un sonido de chasqueó escapó de la boca ajena.
Daniele observó los sonrojados labios, eran brevemente delgados, el inferior más grueso, se le veía encima de su sensual boca la sombra azulada del bigote recortado.
—Lo pensaré —prometió risueño.
Daniele liberó su mano, porque la energía que fluctuaba entre ambos no podría verse, pero ella lo estaba sintiendo, sintiendo hasta el punto en que su vientre empezó a ser víctima de un cosquilleo; también se manifestó la sensación eléctrica en sus hombros y raramente en sus pezones, se endurecieron detrás de su sostén.
Mejor apartar el contacto antes de que su cuerpo reaccionase más.
Era inesperado, por lo usual nunca tendría ese tipo de sensaciones solo por un toque de manos, pero había una cosa en el joven que la incitaba como nunca antes había experimentado, debía de estar loca o el clima la estaba afectando la producción de materia gris, porque nadie en su sano juicio sentía eso por un desconocido.
—Tristán.
Un joven pasó su mano por encima del hombro ajeno, el pelinegro se encontró con otro que llevaba el cabello más largo. Tenía sus hebras húmedas, así mismo la camisa de un solo tono la llevaba casi abierta en todo el pecho, dejando ver sus bíceps, pero no fue lo bonito de su cara o la piel exhibida lo que llamó la atención de la chica, fue el colgante que en su cuello.
Tenía una forma exacta, era una mano que sostenía una pequeña esfera, era de plata o algún material semejante, pues su color era gris.
—Ruv.
Canaria mostró un mejor semblante, no le gustaba principalmente Tristán porque era grosero. Saludaba cuando quería y a veces, se ausentaba de clases sin decir una sola palabra, hablaba con algunas personas, pero era del tipo de imbécil que no te dejaba entrar para entablar una amistad.
No tenía idea de qué tan roto estaría, pero hubo una vez en que le dio miedo.
Hacía seis meses de eso… había tenido una pelea a puño limpio con uno de sus compañeros. Recordar la hacía sentirse fatigada, hubo mucha sangre de por medio. Él estaba como loco y rezongaba horrible, ni siquiera el celador del instituto ni los profesores pudieron detenerlo, solo Ruv pudo. Y también, su hermano mayor se paró en la raya, deteniéndolo; sin embargo, Canaria sabía que el mayor de los Vlad era el peor de todos.
—¿Cómo estás, Canaria? Bien acompañada como de costumbre.
—Las más bonitas tenemos que estar juntas.
Se prendió del brazo de la rubia, sonriendo a todo dar.
—Hoy es el día de los nuevos, creo —paladeó Ruv—, juro que vi a un chico parecido a ti hace un rato.
—Mi hermano mellizo —dijo Daniele sin mayor fijación, no le quitaba los ojos por mucho tiempo a Tristán.
—Vamos a gimnasia. —Tristán cortó la plática al instante, agarró al otro por encima de su nuca para empezar a caminar—. Nos vemos después, limoncita.
Como de costumbre no se despidió de Canaria, quien hizo una mueca disgustada. Daniele no pudo decir ni media palabra, los dos chicos solo empezaron a caminar y se perdieron en un pasillo, parecían ser muy cercanos porque hablaban y se sonreían entre ellos.