Tiempo de Gorgonas

Capítulo 9. Elegia.

La central estatal del servicio geológico estaba en su trabajo usual, el monitoreo de cada cismo en todo el Estado quedaba registrado en sus bancos de almacenamiento, también compartían información con otras naciones a fin de poder predecir cualquier tipo de anomalía que pusiese en riesgo a los humanos; principalmente se buscaba recolectar datos con el objetivo de actuar preventivamente ante cualquier catástrofe.

Un trabajador de doce horas observaba la pantalla con los mapas y las leves pulsaciones que registraban; ese día le correspondía atender el ala desértica, estaba sencillamente relajado, ya que en el desierto era el lugar menos propenso para los temblores o terremotos, pocas veces se mostraban valores a tomar en cuenta; su disminución de estrés era tanta que estaba comiéndose una dona glaseada y sorbiendo una bebida efervescente por un popote.

Ese día sería el mejor en su trabajo.

Las migas de harina frita caían cerca del teclado negro de la computadora, mientras él masticaba con la boca abierta, dejando se viese hasta la campanilla. Llevaba años en el mismo trabajo y amaba su turno del día jueves, no habría nada que reportar, solo debía sentarse, tragar comida chatarra y mirar la pantalla sin nada en particular para hacer.

Pobre de él, quien ignoraba muchas verdades.

Al mismo tiempo en la zona septentrional del desierto blanco, un grupo de arqueólogos se satisfacían con un descubrimiento que revolucionaría los hallazgos históricos, abriendo puertas nunca imaginadas. Una civilización nueva, inexplorada, de la que nunca hubo vestigios; uno de sus novatos encontró la puerta de las catatumbas de una civilización en la que indiscutiblemente adoraban a las serpientes como dioses.

Las estatuas de roca y granito estaban todas dirigidas a las serpientes, había mujeres y hombres con serpientes en sus cabezas en lugar de cabello, así mismo, una enorme serpiente se dibujaba por todos los pasillos fragmentados.

Llevaban cinco días explorando hasta que finalmente lograron descender hasta el piso más profundo, una caverna bien elaborada con una perfecta arquitectura.

Los pilares de granito estaban firmes pese al paso del tiempo, mientras los jeroglíficos tuvieron que ser desempolvados, después se comenzó al registro fotográfico, había mucha historia que debía ser contada.

—¡Profesor Osse! ¡Por aquí, por aquí!

Uno de los profesores asistentes llamó al hombre en sus cincuentas, él alzó la cabeza y acomodó sus lentes gruesos, pues sufría astigmatismo y miopía severa por pasar tantas horas leyendo en la oscuridad, pero para el vejete era imposible negarse a un buen libro.

—No haga tanto ruido, profesor Miles, nunca se sabe cuando una cueva tan vieja colapsará.

Las estructuras podían verse muy firmes, pero el viejo conocía el poder de una onda sónica en un espacio cerrado, era mejor irse con cuidado para no morir sepultado. Él todavía tenía el sueño de publicar un libro, estaba seguro de que lo haría una vez regresase a casa, escribiría sobre todo lo que descubrieron allí.

—Lo siento, profesor, pero mis chicos y yo encontramos una puerta.

—¿Puerta?

Una joven que estaba desempolvado con una brocha, escuchó atentamente y se incorporó, siguiéndolos de cerca sin hacer un solo ruido, la larga espera por fin daría jugosos frutos.

—Sí, profesor, tiene una cerradura extraña, intentamos abrirla, pero creo que tendremos que usar explosivos.

—Debemos llamar a los pirotécnicos, ellos se encargarán, eso si es que no podemos abrirlo por nuestra cuenta, sería lo mejor si podemos acceder sin causar daño alguno; pero vamos a verlo primero.

Caminaron durante tres minutos por los pasillos cubiertos de polvo, mugre y telarañas; el hombre mayor se detuvo observando la gigantesca puerta, su cabeza se vio obligada a echarse hacia atrás, porque debía de medir entre cinco a siete metros de alto, su anchura seguramente serían unos cuatro metros; era imponente y tenía la cara de una gorgona estampada en el cerrojo.

—Jo, qué interesante.

El hombre ajustó sus lentes y pestañeó con la boca abierta.

—No entiendo del todo bien este idioma, es tan extraño, ni los jeroglíficos egipcios fueron tan detallados.

Observaba alrededor con mucho interés, su curioso espíritu palpitaba dentro de su cuerpo. Pudo pillar unos asientos de roca vacíos a ambos lados de las puertas, parecía ser que hubo guardias allí, pero de ellos solo quedaban sus arcos y flechas. Las flechas estaban empolvadas, pero se conseguía ver una perfecta obra de arte, pues no era madera, sino algún tipo de cristal, las plumas por su lado estaban más desgastadas.

—Esta habitación estaba siendo custodiada —dijo pensativo—, qué interesante, de verdad, me pregunto por qué tendrían guardias.

—Mis chicos y yo esperamos que haya un buen tesoro para vender al museo nacional —enunció el asistente, contento, mientras los otros se sonreían.

Ansiaban sus rostros estuviesen en las noticias y sus nombres pasasen a la historia.

—No creo que encuentren el tesoro que buscan —manifestó la joven aprendiz.

Pares de ojos se posaron en ella, llevaba un sobrerito de lino fino y una ropa sencilla, incluso las botas de seguridad.



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En el texto hay: bl, gay, magia

Editado: 16.09.2024

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