El bombeo anormal en el corazón de Dylon aturdió sus tímpanos y le nubló toda capacidad de pensar coherentemente. Sus pensamientos viajaron a los eventos más estresantes para su ser con el paso de los años, aquellos que enturbiaron su capacidad de percibir el entorno con claridad.
Una excompañera del jardín de infantes le tiró su cartón de leche vacía en la cabeza y lo había hecho llorar, sus berridos podía oírlos todavía. Fue un día horrible. Así como lo fue el día en que Daniele metió con su uniforme del equipo una camiseta rosa, todas sus prendas parecían salidas del país del algodón de azúcar.
Ni el perro que los persiguió lo acaloró tantísimo. Sus vasos sanguíneos se dilataron, el sudor en sus manos se presentó, las puntas de los dedos se le enfriaron y sus labios pudieron haberse resecado, pero la humedad persistente de Derán se lo impidió. Joder, ni cuando su madre les dijo que se mudarían se sintió así, bien pudo haber estado más de acuerdo con irse, pero su corazón se aceleró, aunque, no como en ese momento.
¡Derán era un maldito!
Sí, bastardo sin sentimientos y carente de la más mínima pizca de consideración.
Él era un estúpido, le hubiese encantado encontrarse con un poste para estrellarse la frente de cuajo una y otra vez, tal vez de esa forma, la locuacidad se apoderaría de él.
¿Por qué le había pedido que se bañasen juntos?
Sí, era cierto, él había querido tener un romance y le encantaba leer sobre romances en libros ligeros. Porque en su sano juicio, ¿a quién rayos no le encantaba leer cosas románticas? Te aliviaba las penas y te ayudaba a sentir que el amor podía existir, sin embargo, en ningún libro hay amor sin dolor.
Se pasó las manos por el cabello, exasperado consigo mismo.
Era un idiota y un insulso romántico que no sabía nada del amor.
¡Por Dios!
¡Era gay y nunca se lo había dicho a nadie!
Se asfixiaba cada día al cuidar cada mínimo detalle para mostrar ser alguien que no era; no quería decepcionar a su madre, no sabía si iba a decepcionarla por su orientación, pero tenía un condenado miedo de cambiar la realidad que conocía, aun así, en aquel instante desbordado de emociones complejas, si la tuviese en frente se lo diría, el cansancio de esconderse le colmó la paciencia y el valor que reunió jamás fue tanto.
Se halló muchísimo más fuerte mentalmente que antes. Todavía así, mantenía muchas quejas en su interior.
Su vida romántica consistía en estar enamorado de tipos que probablemente le corresponderían sus sentimientos y anhelos cuando el sol se volviese violeta. O sea, nunca. Era tan exasperante que le revolvía el estómago. Se enamoró platónicamente del ayudante del entrenador, quien tarde o temprano sería contratado de tiempo completo en su antiguo instituto… solo verlo cada día le oprimía el pecho.
Saber que consiguió una novia, una profesora de grados inferiores y verlos tomados de la mano cuando la jornada educativa acababa, le desmenuzó por dentro como si hubiese bebido una botella de ácido clorhídrico. Ese lugar junto a la persona que le gustaba estaba ocupado, mas, eso no impedía lo desease y el feo ardor de la envidia se apoderase de él; otra gozaba de que él fervientemente anhelaba.
Un pensamiento egoísta y del que no se sentía para nada orgulloso, pero no por ello menos verídico.
Anómalamente un calor ardiente se calentó en su pecho, sí, quería a esa persona para él y no podía tenerlo, lo frustraba y enojaba tanto como nunca antes, y antes no podía haber hecho algo, pero… en ese momento sentía que sí, aunque, ni tenía idea del motivo.
Jadeó y se revolvió el cabello con más energía.
Desde lo profundo de su alma, anhelaba poder compartir con un chico todas esas cosas que veía en películas, series o leía en libros; sin embargo, de un modo cruel y lacerante, acababa siendo nada más que un triste espectador, solo soñando con verdades a medidas.
Espiró alto y cansino.
No sabía en qué momento comenzó a gustar del ayudante del profesor, tal vez, era por esa manera delicada y atenta que tenía para hablarle, por mucho que fuese extraño, se sentía íntimo. La manera en que le sonreía, la forma de platicar y el sentido amistoso en que recordaba siempre llevarle una bebida después de los entrenamientos y el que le tuviese en cuenta cuando iban a salir todos los del equipo para invitarlo.
No sabía si era él quien lo había imaginado.
Valoró enormemente las sonrisas amables que le dedicó y cada uno de los estiramientos que le ayudó a realizar antes de las prácticas; sin embargo, eso que hacía con él, lo hacía con los demás chicos del equipo.
Lo hacía con cualquiera que necesitase ayuda.
No importaba qué, el sentirse especial era solo cosa suya y cuando el profesor suplente anunció su noviazgo con la docente de inglés, una parte de su alma y de su corazón se fragmentaron. Lloró en silencio, por dentro las lágrimas de sangre corrieron por su alma, chillando anhelantes por el objeto de su amor, pero como de costumbre, tuvo que sostener sus emociones altivas con cadenas fuertes y ponerlas tras una pared.
Dicha pared, no parecía existir en ese momento.
Harto de fingir ser quien no era, de querer y solo querer, hastiado de ser solo un tercero al margen.